Los drones no matan gente, la gente, sí
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Desde que David se enfrentara al gigante Goliat para vencerlo en desigual lid, la tecnología bélica no ha dejado de evolucionar hasta encontrar las formas más eficaces de doblegar a un enemigo con el menor riesgo posible. Se desconoce si en su caída Goliat aplastó «colateralmente» a alguien que estuviera cerca de la escena.
Esto es la reflexión de un profano —yo— en materia de drones. Si no te interesa el asunto, sal de esta página cuanto antes, no pierdas más tiempo, y sigue pensando lo que pensabas sobre estas máquinas de matar; de lo contrario, por supuesto, sigue leyendo, te llevará solo cuatro o cinco minutos, más el tiempo que emplees en compartirlo en tus redes sociales, mientras lo asimilas.
Desde que David se enfrentara a Goliat para vencerlo en noble y desigual lid, la tecnología bélica no ha dejado de evolucionar hasta encontrar las formas más eficaces de doblegar a un enemigo con el menor riesgo posible. En aquel enfrentamiento, el canijo de la historia, que luego llegaría a ser nada menos que el rey de Israel, aprovechó la fuerza centrífuga que su honda podía transmitirle a una piedra para, sin llegar a tocar al gigante Goliat, matarlo de una certera pedrada en la frente. Se desconoce si en su caída Goliat aplastó colateralmente a alguien que estuviera cerca de la escena. Ahora hagamos una rápida pirueta espaciotemporal y plantémonos a finales del primer decenio del siglo XXI.
Veamos: el Sr. Obama, Barak, lidera la Casa Blanca y, por ende, el ¿occidente libre? Bajo su administración, los llamados DRONES —del inglés, “zánganos”—, incrementan exponencialmente su presencia en el cielo de todos los territorios en los que pueda justificarse esa inquietante actividad no tripulada. ¿Por qué? pues por la necesidad de «combatir el terrorismo en todos los frentes». Afortunadamente, en nuestro entorno cercano —Europa, más o menos; lector afgano, iraquí, pakistaní, lo lamento mucho, sí que te toca—, aún no tenemos que darle vueltas al problema mientras escuchamos el zumbido de uno de estos pájaros metálicos revoloteando por el cielo.
Estos artilugios mortales, cada vez más sofisticados, son la penúltima etapa en la evolución de las formas de combatir y dirimir un conflicto entre fuerzas antagónicas de nuestro mundo. Ingenieros, expertos y estrategas, entre otras profesiones de alto sueldo y poco riesgo, se esfuerzan en lograr unas máquinas voladoras de altísimas prestaciones que son capaces de efectuar «ataques firmados» y eliminar objetivos terroristas con una precisión casi centimétrica (decir milimétrica me parecía algo presuntuoso y creo que imposible, aunque el término se use más).
La principal ventaja es que esas aeronaves de ataque no tripuladas, esos aviones sin ventanillas para los pilotos —como si se hubieran olvidado de pintarles los ojos que imaginamos en nuestra infancia—, pueden matar sin exponer a ningún riesgo la valiosa vida de ninguno de los buenos.
LAS PREGUNTAS (Y SUS INTENTOS DE RESPUESTAS)
¿Es una forma sucia o inhumana de hacer una guerra?
Y yo respondo, a la gallega, sin serlo ¿es que hay alguna guerra limpia, humana? Además —me pongo el gorro de abogado del diablo—, los drones resultan muy limpios: marcan un objetivo, disparan, matan, y se largan. No tienen que destruir pueblos enteros para alcanzar lo que buscan. ¿Hay mayor limpieza y humanidad posibles? y me vuelvo a quitar el gorro de abogado del diablo.
¿Es ‘honorable’ enfrentarse a un enemigo sin verle la cara?
Podría responder casi como en la primera pregunta, ¿es honorable hacerlo viéndole la cara? ¿quién le ve la cara al enemigo en las guerras modernas? No obstante, he leído a un piloto de un Predator afirmar que la óptica del aparato le deja ver incluso la cara de las personas a las que va a eliminar, desde su pantalla situada en un despacho del Pentágono, a muchos miles de kilómetros. La tecnología facilita el seguimiento durante semanas, o meses, de las actividades de una persona, o un grupo de ellas, antes de confirmar que se trata de un objetivo terrorista o que sigue el patrón de alguien involucrado en esa actividad. También puede ver con toda nitidez, desde la lejanía de su monitor, la escena de destrucción que ha dejado su letal pulsación del joystick. Eso es mejor no explicarlo ahora.
¿Provoca más muertes colaterales entre la población civil, por ser una máquina que no distingue a su objetivo con claridad?
No está claro. Las estadísticas —¿quién las cocina?— llegan a afirmar que el índice de víctimas «civiles» o «no combatientes» de un ataque con drones puede oscilar entre el 12 y el 35 por ciento del total de personas abatidas en un ataque. Como contraste, el ataque que acabó con Osama Bin Laden, por ejemplo, habría alcanzado el 20 % de víctimas «no terroristas», y eso que fue llevado a cabo, sobre el terreno, por los soldados mejor preparados del mundo.
Y así sucesivamente, preguntas, preguntas, y más preguntas. Y según el gorro que se ponga uno para responderlas, encontrará respuestas en uno y otro sentido. Quizás estés esperando que me posicione, hacia uno u otro lado, pero voy a decepcionarte, porque no estoy claramente a favor ni en contra de estos zánganos, ni de sus pilotos. Me resultaría más fácil decirte que mi respuesta es No a la guerra, pero es un topicazo que no te va a bastar.
Como cualquier innovación en el ¿arte? de la guerra, desde la honda hasta nuestros tiempos, pasando por todo tipo de armas sin contacto personal, la bondad o la perversión de estas herramientas está vinculada a la racionalidad del uso que les demos. No creo que vayan a desaparecer, y estoy seguro de que su presencia en los potenciales frentes de terrorismo o de otras amenazas seguirá en aumento, con la misma velocidad que la mejora de su precisión y capacidad letal.
A MODO DE CONCLUSIÓN: FALTA TRANSPARENCIA
Sería una hipocresía prohibir su uso, sin desautorizar los devastadores bombardeos aéreos tradicionales, con el argumento de que estos llevan tantos años en la escena bélica, que hay hasta películas que ensalzan el heroísmo de sus pilotos, por ejemplo.
Obviamente, el uso de los drones debe someterse estrictamente a los tratados y normas internacionales existentes, pero es crucial corregir la opacidad que hay sobre su uso. No podemos ponernos de perfil, e ignorar que estos mortíferos cacharros están solucionando los conflictos en nuestro nombre, solo porque no muere nadie de nuestro bando. Es inadmisible que las agencias de inteligencia se resistan a dar cuenta del número de acciones que llevan a cabo y de sus resultados, suministrando respuestas del tipo «confía en nosotros». Hemos de ser más exigentes, y reclamar esta información detallada; sobre todo, para saber si los drones son tan asépticos como los pintan.