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Los cafés de Viena, patrimonio cultural inmaterial de la UNESCO

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Translation by:

Paula Muñoz López

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El 10 de noviembre, la UNESCO incluyó los cafés de Viena en su lista de patrimonio cultural inmaterial, donde aparecen descritos como lugares en los que “se consume el tiempo y el espacio, mientras que lo único que aparece en la cuenta es el café”. Es hora de analizar el Wiener Kaffeehaus, una verdadera institución en la capital austríaca.

La primera aparición del café en Austria data de 1683, fecha en la que los turcos tenían sitiada la capital del país. La leyenda cuenta como Franz George Kolschitski, soldado y comerciante de origen polaco, recibió como recompensa por su valor frente al ataque de los otomanos numerosos sacos de café que estos habían abandonado tras su derrota. Kolschitski acabaría por añadir agua y azúcar, dando lugar al nacimiento del café vienés. Así fundó el primer establecimiento en Europa central destinado a la venta de café, el Zur Blauen Flasche (La botella azul). Los clientes se mostraban reticentes a aquel nuevo sabor y Kolschitski incorporó al lugar una serie de tradiciones que todavía hoy se mantienen: música clásica, periódicos a disposición de los clientes y el vaso de agua para acompañar al café.

La costumbre vienesa de pasarse horas y horas con una taza de café apareció con la Revolución Industrial. Por aquel entonces, los obreros vivían amontonados en pequeños pisos y tenían que reunirse en los cafés donde podían hablar, jugar a las cartas o simplemente calentarse durante horas. En la actualidad hay más de 1.000 cafés repartidos por la capital austríaca. Considerados como remansos de calor para el frío invierno vienés, los más antiguos de estos establecimientos nos recuerdan la grandeza de lo que fue el imperio austro-húngaro. En invierno, los turistas congelados a causa del frío acuden a alguno de los establecimientos más prestigiosos de Viena: el café del hotel Sacher (inventor de la famosa Sachertorte, una tarta de chocolate típica de Austria), el café Sperl, el café Central, o el café Prückel frecuentado por clientes habituales (Stammkunden) que leen el periódico acompañados de una taza de café.

En estos lugares nos imaginamos a Freud, Schnitzler, Kafka o Wagner sentados en las mismas sillas de terciopelo, sorbiendo sus cafés y escribiendo los borradores de sus obras más conocidas. Las conversaciones transcurren a buen ritmo, el servicio es rápido y se aconseja dejar propina. Solo hay una pega: el olor del café es a menudo tapado por el olor del cigarrillo. Así es, en Austria todavía no existe la ley antitabaco.

Si hubo una época en la que la literatura austríaca se escribía en estos cafés, hoy en día lo que lleva a los vieneses a pasar allí tanto tiempo es la satisfacción de verse inmersos en una burbuja en la que no pasa el tiempo, poder observar los andares precipitados de los transeúntes a través de la ventana, las conversaciones animadas de los clientes o el continuo y apresurado ir y venir de los camareros. Llegado el momento, serán ellos quienes entreguen la cuenta a sus clientes y les dirijan a la puerta para que regresen al frío y a lo cotidiano. Como escribió el periodista y escritor vienés Alfred Polgar, asiduo del Café Central: “los dos llevan 10 años sentándose durante horas en el café. Un buen matrimonio, pensarán. No, un buen café”.

Una ciudad con una tradición cafetera tan importante también cuenta con su propia jerga. En Viena, pedir un expreso es un gran error. Aquí tiene algunas sugerencias:

Melange – expreso con leche y espuma

Verlängerter – expreso acompañado de agua caliente

Kapuziner – moca con chantillí

Franziskaner – café con chantillí

Schwarzer – café negro

Kleiner Brauner – café negro con nata

Kaffee Verkehrt – café con leche

Fotos : Portada (cc) : benjam/flickr ; Texto : ©Laure Magnier

Translated from Les cafés viennois, patrimoine culturel immatériel de l'UNESCO