Llamas en la noche. Un Enemigo mudo de Rusia
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No hubo tiempo. En apenas unos minutos el fuego redujo a cenizas un hospital psiquiátrico en la provincia de Moscú, la madrugada del viernes.
Las llamas cortaron en seco 38 vidas de las 41 que permanecían ajenas a la tragedia que les acechaba. Sólo consiguieron salvarse una enfermera y dos pacientes.
Los gritos irrumpieron el descanso de los vecinos que acudieron de inmediato pero sólo pudieron ser testigos del macabro espectáculo. Dicen, que el olor a carne quemada es algo que queda marcado en el sentido para el resto de la vida.
Los bomberos llegaron una hora después y sólo para confirmar que las víctimas no tuvieron ninguna oportunidad para salvarse. La noche terminó en pesadilla.
La luz del alba reveló una escena infernal, el edificio era una trampa mortal bien pensada para evitar que nadie saliera; barrotes en las ventanas, puertas cerradas, salidas selladas. Todo por el bien de los propios enfermos ingresados dicen.
Pero lo peor estaba por llegar, los cadáveres se amontonaban en los pasillos, despistados por el humo y la histeria, no sabían dónde ir y los que “mejor” suerte corrieron yacían en sus camas amarrados al sueño eterno y gracias a la sedación ni siquiera sintieron cómo las llamas les consumían vivos.
La hipótesis principal era que el siniestro se originó por un fallo en el sistema eléctrico. Aunque parece más creíble para los especialistas que fuese provocado. Eso sí, las autoridades aseguran que los accesos no estaban bloqueados cuando se desató el horror.
Más de 200 víctimas en 8 años
Esta apreciación quiere minimizar un suceso convertido en problema habitual en Rusia y en el que la suerte no ha estado de cara. El parque de bomberos más cercano está a 50 kilómetros y cuando llegaron resulta que no tenían equipos adecuados. La demora se debió a un atasco provocado por la crecida de un río que colapsó la carretera (otro mal endémico ruso que ya analizaremos en otra ocasión).
Casos como este pone en evidencia la falta de infraestructuras y el precario estado en el que se encuentran muchos centros sanitarios de la Federación. La mayoría datan de la época soviética lo que conlleva la casi nula presencia de elementos de seguridad.
No es de extrañar que este suceso, aunque trágico, se haya convertido en una nota anual de una triste estadística. Desde 2005 son ya 200 las víctimas fatales de los fuegos en centros hospitalarios y residencias de la tercera edad.
Pero esto no es más que la punta del iceberg, los incendios “domésticos” están a la orden del día en todo el país. Algunas veces sin lamentar vidas como el que arrasó recientemente parte de la Universidad de Artes Teatrales en Moscú o el terrorífico caso del Caballo Cojo en Perm que segó la vida de 156 personas, cuando una fiesta en una discoteca tuvo el peor de los desenlaces aquel 5 de diciembre de 2009.
Y quién no recuerda las imágenes de aquellos desesperados que preferían arrojarse al vacío que perecer por las llamas, en unas oficinas en Vladivostok que terminó con 9 muertos en enero de 2006.
En toda tragedia se repite la misma fórmula “podría haberse evitado” y “tomaremos las medidas necesarias para que no vuelva a suceder”. Dos exclamaciones enfrentadas que lamentablemente seguimos lanzando al aire, como siguen los brindis al sol de las autoridades.
Se sirven del luto para alzarse como garantes de nuestros desvelos a base de promesas que luego, una y otra vez, quedan en nada. ¡Será por aquello de que el fuego purifica!
(Foto: Cortesía de oskarlin. Flickr )