Lisboa: la ciudad de los nómadas
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Alberto Martín ParienteEstán por toda Lisboa. Sentados en las terrazas de los cafés, reunidos en los espacios de trabajo colaborativo, en la playa para ir a surfear al caer la tarde... ¿Los conoces? Son nómadas digitales. Atraídos por los viajes, la buena vida y el Wi-Fi, representan un grupo suficientemente numeroso para crear un género aparte. Muy aparte.
A lomos de un caballo por las estepas de Asia central, en Somalilandia entre la ciudad y el desierto, por los arrecifes de coral de Madagascar, en medio de la gran amplitud del Magreb o en los rincones menos explorados de América. En nuestro imaginario colectivo, los nómadas son quizás personas sin domicilio fijo, pero, sobre todo, están lejos. El nomadismo es por encima de todo un exotismo. Uno por el que apuesta el marketing, como el de esta surrealista canción del verano francesa de la década de 1990, u otro a priori más personal: desde un fin de semana durmiendo en yurta hasta un vuelo con Easyjet para romper con el sedentarismo hogareño.
Pero ¿qué hacen los nómadas en las grandes ciudades europeas? No estamos hablando de pastores beduinos o mongoles, sino de aquellas personas que deambulan por los cafés armados con su mochila a la última y su MacBook personalizado con pegatinas. Vamos a ponernos de acuerdo: los nómadas de hoy ya no son como los de antes. Los nómadas digitales, que han tenido famosos precursores desde finales de la década de 1980, están por todas partes desde hace dos años. Y vienen para cambiar nuestra concepción sobre ellos, ya que se han transformado en unos profesionales del siglo XXI. No solo son mochileros 2.0, sino que también trabajan duro. Como su única herramienta la constituye una (buena) conexión Wi-Fi, pueden dedicarse a viajar donde y cuando quieran. Así de sencillo.
'Me encanta mi vida'
Sin embargo, por muy nómada que sea, el individuo 2.0 también tiene que beber de algún lugar físico. En estos últimos días del verano de 2017, Lisboa es el sitio perfecto para los nómadas digitales, aunque solo sea durante dos semanas. La capital portuguesa organiza dos eventos dedicados a este modo de vida. Uno es la Digital Nomad Conference, organizada por DNX, una de las numerosas agencias creadas estos últimos meses para acompañar, respaldar y aconsejar a los nuevos nómadas. Detrás de este evento se encuentran Felicia Hargarten y Marcus Meurer, dos alemanes treintañeros con billete de vuelta a Brasil que proponen conferencias inspiradoras y talleres prácticos a los casi seiscientos nómadas procedentes de cuarenta y cinco países diferentes.
La LX Factory, una antigua fábrica textil reconvertida por el año 2010 en un paraíso para los emprendedores (con tiendas de diseño, restaurantes, espacios de trabajo colaborativo, locales para startups, escuela de cocina, etc.), acoge este evento. El fin de semana da comienzo en medio de una vieja nave reformada, envueltos por una misteriosa penumbra azulada, y con un eslogan en Instagram: "I love my life". Tras una pequeña presentación, Marcus y Feli explican su recorrido como emprendedores medio independientes desde que se tomaron un año sabático y comprobaron que podían continuar trabajando y viajando.
A continuación, Pat Flynn, un famoso bloguero estadounidense del campo de lo que podríamos denominar coaching empresarial, toma la palabra. También hace referencia a su "vida perfecta" y a su vida anterior, con la que acabó para sentir el miedo al futuro, salir de la zona de confort y, finalmente, realizarse como persona. Pasamos a una actividad para romper el hielo que consiste en contar a la persona de al lado aquello de lo que nos sintamos más orgullos y, después, una pausa de meditación mientras otros ponentes ya suben al estrado. El exdirector digital de Estonia, por ejemplo, alaba las bondades de la e-Residency, un nuevo recurso idóneo para los nómadas digitales, ya que existe la posibilidad de declararse ciudadano virtual europeo al tiempo que se vive y se trabaja en cualquier lugar del mundo. Todos los emprendedores o asesores empresariales, convertidos en gurús durante media hora, hacen hincapié en el aspecto no convencional de la vida del nómada digital, en la fuerza de voluntad necesaria y en el descubrimiento de uno mismo y del mundo exterior.
Campamentos de trabajo 2.0
Pero quien dice descubrir el mundo, dice también presumir de los sitios en los que se ha estado. Una alemana de veinticinco años con sandalias, una pulsera en el tobillo, mallas negras y camisa a cuadros luce un bolso en el que se puede leer "Berlín - Sídney - Bangkok - Dahab". Un neerlandés de veintidós años que ha terminado sus estudios de diseño gráfico declara estar dispuesto a convertirse en nómada después de algunos meses de prueba en los que ha intercalado los viajes de mochilero con temporadas de trabajo. Ha recorrido Bali, Nepal y Europa del este. Es necesario mostrar los sitios a los que se ha viajado, por lo que las conversacones giran en torno a los destinos recorridos: el mundo es una lista de lugares que se van tachando.
Para Marcus y Feli, los nómadas son "personas a las que les gusta la libertad, viajar, abiertas de mente, deseosas de crecer, de provocar un cambio en el mundo y que no son felices cumpliendo una jornada laboral clásica". Ambos organizan también "campamentos" de dos semanas por todo el mundo, pero centrándose especialmente en lugares con encanto (el próximo campamento será en Lemnos, una acogedora isla del mar Egeo). No temen crear un mito alrededor del nómada digital, esa persona que tiene su ordenador en la orilla del mar y practica yoga mientras espera las llamadas de sus clientes por Skype. Opinan que "se puede vivir como nómada digital toda la vida". De hecho, las familias de nómadas con niños de corta edad existen, lo que demuestra que es posible una cierta estabilidad a pesar de una vida agitada. "¿Por qué no? Mientras te guste este modo de vida, no hay razón para dejarlo", afirma Feli, para la que "lo importante es encontrar una comunidad y estar rodeado de personas con las mismas ideas". Muchos nómadas digitales viven de esta manera durante un periodo de su vida: durante algunos años pasan dos semanas, un mes, dos o tres años en un país antes de regresar. Pero, por regla general (y esto se ajusta más a la realidad cuanto más tiempo se lleve de nómada), también tienen uno o varios campamentos base en su país o en otras latitudes, donde pueden retomar sus costumbres, una rutina y una vida social.
"El problema es que la población local no quiere relacionarse con nosotros", explica Ash, un hindú de treinta años que ha vagado durante cinco años pasando un máximo de dos meses en el mismo sitio. "Tengo que ir a África, solo conozco dos o tres países del continente", afirma, y continúa "no es fácil integrarse en las comunidades locales. No tienen tiempo para estar con desconocidos. Tienen su vida, su trabajo, sus amigos, su familia. La soledad ha sido un problema en algún momento dado". Tras cinco años como nómada, Ash, que es ingeniero de software, pero "define su trabajo en función de las oportunidades", ha hecho una pausa, un poco cansado de las continuas formalidades para instalarse.
Finalmente, ha dado con Rosanna, una luso-neerlandesa de treinta y tres años, nómada desde hace dos, y ha creado con ella un grupo para combatir esa soledad. Rosanna, a la que también le había costado encontrar personas con sus mismas inquietudes en grupos de Facebook o Slack, terminó por pegar carteles que decían "¿Trabajáis online? ¡Tendríamos que quedar!" (para tomar un café). Rosanna y Ash ahora son miembros de un grupo con mil quinientos integrantes (de los cuales quinientos se han unido estos últimos meses), que se reúne por lo menos una vez a la semana para hablar de sus inquietudes y problemas comunes, descubrir juntos la capital portuguesa o tomar algo. ¿Qué es lo primero que hace un nómada al llegar a Lisboa? "Encontrar un grupo para quedar, si puede ser el nuestro, y conocer gente", afirman.
Como el teletrabajo ha venido para quedarse y el día de mañana podríamos incluso vivir en un movimiento constante con los coches sin conductor, parece que hay que revisar la noción de sedentarismo. Así que mejor adaptarse al modo de vida nómada. Rosanna defiende una visión para nada idealizada del nómada digital. Sí, está bien hacer kitesurf o capoeira, pero también hay que trabajar muy duro y, sobre todo, no ser un recién llegado: lo ideal es una persona que ya cuente con competencias profesionales en su campo y que, idealmente, posea una red y clientes (también los puede encontrar mientras se toma un porto tónico). "Yo solo tengo un sofá, un colchón y una mesa", cuenta Ash. El nómada digital busca más las experiencias que lo material. Es lógico, ya que "cuando tienes un modo de vida así, es muy difícil contar con un estatus social destacado", añade Rosanna, que afirma que los autónomos arruinados son tan numerosos en sus charlas y talleres como los que, con una situación financiera estable, buscan la diversión.
La 'primavera portuguesa'
¿Por qué Lisboa? Los nómadas la califican con un 3,67 sobre 5, una nota aceptable. Lastrada por una conexión Wi-Fi de solamente 13 mb/s de media y un número de lugares muy limitados en los que trabajar, a lo que se añade una calidad del aire y una vida nocturna normal, la capital portuguesa se sitúa dentro de las trescientas mejores ciudades para los nómadas digitales, pero lejos de los grandes reclamos asiáticos (Bali, Chiang Mai y Bangkok) o europeos (Berlín, Barcelona y Budapest, la líder absoluta). Eso sí, la capital portuguesa forma parte de esos lugares apreciados por la comunidad nómada debido a su calidad de vida [Lisboa se sitúa en el primer puesto mundial dentro de este ámbito, según una asociación de emigrantes, ndlr], a la mentalidad anti-cool de los jóvenes portugueses, a los lugares en los que practicar surf o a la existencia de un estatus especial para residentes no habituales, los cuales pagan menos impuestos.
Hasta ahora, Lisboa perdía habitantes. En cincuenta años, unas doscientas mil personas, es decir, dos tercios de la población inicial, se marcharon del centro de la ciudad. La crisis económica mundial y los planes de austeridad no mejoraron la situación. Sin embargo, desde hace unos años se está viviendo una historia muy bonita, una historia contada por los economistas que señalan un déficit en sus niveles más bajos desde hace décadas y por una prensa que compite por crear metáforas halagüeñas sobre la "primavera portuguesa". Muy bonito, pero ¿cierto? Rosanna, que llegó a Lisboa en 2015 depués de una ausencia de seis años, se quedó "completamente sorprendida" porque no conocía al país fuera de "la crisis". "Cuano volví, había una energía positiva que nunca había sentido. Antes, el sueño de los jóvenes portugueses era emigar. Ahora, al terminar sus estudios, aunque no tengan un empleo, se dicen 'vamos, intentemos hacer algo aquí'".
La ciudad cuenta con dos nuevos pilares para salir adelante: el turismo, cuyos ingresos han aumentado de media un 10% al año durante la última década y el cual da empleo a un lisboeta de cada ocho, y el atractivo económico, sobre todo para el sector digital. ¿La adquisición más apreciada de la ciudad? La Web Summit (la mayor conferencia dedicada a las nuevas tecnologías, arrebatada a Dublín en 2016) que se ha convertido en el nuevo estandarte a la espera de que en el antiguo barrio industrial de Beato, se construya el mayor campus del mundo dedicado al emprendimiento digital. Las incubadoras de startups se anuncian en las vallas publicitarias intentando hacer olvidar los debates relacionados con las repercusiones para la ciudad del turismo masivo, un tema inevitable para los candidatos a la alcaldía de la ciudad. En esta Lisboa de ensueño, atractiva y emprendedora, ¿los nómadas digitales solo están de paso? "No sirve de nada hacer planes", suspira Ash. "De cualquier manera, terminaremos haciendo lo contrario", zanja Rosanna.
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Translated from Lisbonne : nomades land