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Líbano: No cambiamos Blackberry por Kalashnikov (de momento)

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Política

El pasado 12 de enero, 11 ministros del Gobierno libanés de unión nacional, dirigido por Saad Hariri, dimitieron en masa. Hariri acaba de renunciar a participar en una posible coalición liderada por el movimiento chiita Hezbollah. ¿Crisis nacional? Más bien otra simple muesca en una ya larga lista de dificultades políticas.

Pese a los atascos, los móviles de última generación y alguna guerra ocasional, una voluntaria española describe la serenidad de la rutina libanesa.

De esta forma, el partido-guerrilla Hezbollah y sus grupos de apoyo cumplían su amenaza de abandonar el Gobierno si no se aceptaban sus reivindicaciones sobre el Tribunal de Naciones Unidas que investiga el asesinato del ex primer ministro (y padre del actual), Rafik Hariri. Desde hace meses se especula sobre la sentencia y la posible implicación de Hezbollah en el magnicidio. Por eso la fuerza chiita lleva varios meses reclamando al Gobierno que niegue la legitimidad del Tribunal.

En 2007 impusieron el toque de queda durante los enfrentamientos entre estudiantes pro-gubernamentales y de la oposiciónEstando todavía en Barcelona, pasando las vacaciones antes de retomar el voluntarido en Beirut, seguí con interés la noticia. La prensa europea destacaba con grandes titulares la "grave crisis política" que se avecinaba en este pequeño país de Oriente Próximo. Yo me pregunté cómo lo debían estar viviendo los ciudadanos de la capital, especialmente en el barrio donde resido desde hace seis meses, Ashrafieh, enclave cristiano por excelencia. ¿Dejarían de ir a tomar sus cócteles en los bares de Gemmayzeh, que, según afirman todos los libaneses, estuvieron abiertos incluso durante la guerra en el verano de 2006? ¿Dejarían de coger sus coches para ir al colmado de la esquina y crear unos atascos imposibles? ¿Habrían empezado a utilizar los semáforos? Tenía serias dudas al respecto, así que decidí contactar con algunos amigos repartidos por todo el país.

Efectivamente, la vida en las calles de Beirut seguía su curso normal: cada uno con su Blackberry y todos en el ABC Mall. Lo más peligroso seguía siendo desplazarse a pie y esquivar los coches kamikaze. Por el momento, nadie había sacado los Kalashnikovs al aire libre y las ruidosas explosiones nocturnas seguían siendo fuegos artificiales. En otras regiones, como por ejemplo el Chouf, la zona montañosa central y región drusa, el único cambio que experimentaron los ciudadanos fue un aumento de la presencia militar en las carreteras, hecho más que habitual en cualquier parte del país. El 13 de enero aterricé en Beirut. Volviendo del aeropuerto crucé los barrios eminentemente pro-Hezbollah de la ciudad, y no detecté ningún cambio. Las banderas seguían en su sitio y las fotos del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad (colgadas desde su visita en octubre), seguían cubriéndose de polvo al lado de la autovía.

En este país más que curado de espanto, la dimisión de un ejecutivo no quita el sueño. Para cualquiera de nuestras mentalidades europeas, la huída de 11 ministros representaría una hecatombe nacional. Pero en esta tierra lo que cuenta es el ahora, el hoy, siempre esperando a que mañana salga el sol. Pero no hay que descartar ninguna opción: puede que, una vez publicadas estas líneas, alguien saque las armas a la calle o tome la capital. Welcome to Lebanon, donde todo pasa por el filo de lo provisional.

Fotos: portada: Paul Keller/militar: Razan Ghazzawi/ambas de Flickr