Las elecciones francesas no son la aspirina para Europa
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Muchos europeos creen que el parón institucional que sufre Europa se resolverá cuando se elija al nuevo Presidente de Francia entre el 22 de abril y el 6 de mayo.
Quizás la cercanía de las elecciones presidenciales francesas haya empujado a la canciller alemana Ángela Merkel, también presidenta del Consejo europeo de enero a junio, a presentar en Berlín el pasado mes de marzo una propuesta para relanzar el proceso de ratificación de un tratado constitucional europeo junto a la denominada Declaración de Berlín. En paralelo, según un sondeo de Ifop en diciembre de 2006, un 28% de los franceses “espera que su próximo presidente de la República adopte como prioridad en su política exterior que Francia sea el motor de la Unión Europea”. Se trata de la segunda exigencia más compartida de los encuestados. Ya lo anunciaba el británico Winston Churchill en 1946: “No es posible una unión paneuropea sin que Francia y Alemania la impulsen”.
Ahora bien, hasta hoy, Francia siempre ha sido el motor que ha determinado el ritmo de la construcción europea. Fue quien frenó la creación de un ejército europeo en 1954 y quien -con el francés Jacques Delors- plantó las bases del mercado único. Hoy, aunque 17 países hayan ratificado el Tratado constitucional, Francia lo ha rechazado en 2005 y ha paralizado el proceso.
"Los tres candidatos principales, Sarkozy, Royal y Bayrou", afirma José Ignacio Torreblanca, investigador-jefe de temas europeos en el Real Instituto Elcano de Madrid, " dijeron 'Sí' a la constitución y son europeístas convencidos. Quien gane tendrá, además de la presión de Alemania, que aprovechar el margen que da el primer tramo de su mandato para poner su capital político al servicio del interés europeo por dotarse de una ley fundamental". No obstante, cabe poner en duda que ahora cambien muchas cosas con un nuevo presidente de Francia.
Las políticas no dependerán del futuro Presidente de Francia
Casi todas las cuestiones importantes europeas no dependen de quién gane las elecciones en Francia. El presupuesto europeo se adopta cada 6 años y acaba de entrar en vigor el nuevo marco presupuestario que va de 2007 a 2013: quien gobierne Francia durante este periodo no podrá impulsar cambios en la cuantía y la distribución del erario comunitario.
En relación con la ampliación de la UE a Turquía, aunque el candidato centrista, Bayrou, y el conservador, Nicolas Sarkozy, se ha manifestado en contra, al igual que el ultraderechista Le Pen, la realidad es que los turcos están lejos de cumplir con los criterios de adhesión y tardarían muchos años en hacerlo. Esto ha motivado posiblemente a la candidata socialista Ségolène Royal a manifestarse a favor de la entrada de Turquía si cumple los requisitos; un brindis al sol, pues durante el próximo mandato de 5 años en Francia nadie se verá obligado a convocar el referendo al que obliga la constitución gala para cada nueva adhesión a la UE.
Por último, la Agenda de Lisboa -la sociedad de la tecnología y el conocimiento más moderna del mundo que prevé para Europa- seguirá en punto muerto como siempre. Un ejemplo: el retraso del programa europeo de satélites Galileo. Los estados participantes no se ponen de acuerdo en las empresas que realizarán los trabajos, pues quieren que el dinero que aportan regrese a sus países bajo forma de contratos. Jacques Barrot, vicepresidente de la Comisión europea, alertó el 15 de marzo “que los retrasos ponen en riesgo la puesta en marcha de la constelación de satélites conocido como el GPS europeo”. Alemania o el Reino Unido ni siquiera han aportado el dinero que habían prometido. En esta misma dinámica, Alemania y Francia se pelean desde hace meses a causa de la gestión de EADS. En este gigante aeronáutico europeo, los alemanes de Daimler-Chrisler desean repartir dividendos mientras el Estado francés -también accionista del consorcio- se niega en plena reducción de plantilla de 10.000 trabajadores. La cooperación no está en boga y ningún candidato francés a la presidencia ha aportado propuestas de solución.
¿Mini tratado o micro tratado?
Queda el problema del procedimiento de toma de decisiones. En una UE de 27 miembros, obligar a tomar las decisiones más importantes por consenso o mayorías muy cualificadas es paralizante.
Nicolas Sarkozy, el candidato conservador, propone un “mini-tratado” que concentre los aspectos que los electores franceses no habían rechazado durante la campaña del referendo. “Sin embargo”, teme Gérard Onesta, vicepresidente del Parlamento Europeo y miembro francés del grupo de Los Verdes, “creo que ese mini tratado puede convertirse en un micro tratado con pocas normas, pues los Estados no se pondrán de acuerdo en qué quitar o dejar intacto del actual texto y se nivelará por lo bajo”. La candidata socialista, Ségolène Royal, y la canciller alemana Ángela Merkel hablan de organizar otra Conferencia Intergubernamental para elaborar un nuevo texto más sucinto. “Pero en esta conferencia estarán los mismos que hace unos años y el resultado será el mismo”, se rebela de nuevo Onesta.
Un nuevo tratado con menos contenido podría extender la decepción en las poblaciones de los 17 países europeos que perpetuaría el euroaburrimiento latente y demostrado por las bajas tasas de participación electoral en las elecciones comunitarias. Otro indicio que invita al pesimismo es que la denominada “Declaración de Berlín” de Merkel nació con la oposición de países como Polonia o Chequia (que aún no han ratificado el Tratado constitucional) a que se hiciera mención al término “Constitución”. No parecen muy entusiasmados para seguir con el proceso.