Lampedusa: mar de tragedia, isla de solidaridad
Published on
En medio de un clima de impotencia y desamparo, la solidaridad se impone en la isla de Lampedusa. Ante una llegada creciente de inmigrantes africanos, los vecinos han conseguido organizarse y crear un sistema de 'bienestar social' para atender a los recién llegados. Ni la lentitud de las instituciones europeas ni la desesperación pueden con los valientes isleños, que hacen valer la Ley del Mar.
Lampedusa, Italia. 2011. “Las calles parecen hechas de seres humanos en lugar de hormigón. Un chico de 10 años llama a mi puerta. Le doy leche caliente y galletas. Cuando la puerta se cierra tras él, me preocupa a dónde irá. Sufro, pensando que mi ayuda es sólo temporal”. Éstas son las palabras de Antonella Raffaele, vecina de la afligida isla. Ella describe con voz firme la situación que alcanzó la isla italiana en 2011, cuando sólo durante los primeros tres meses de aquel año más de 18.000 inmigrantes, procedentes del norte de África, desembarcaron en sus costas a raíz de la Primavera Árabe.
Durante años, la pequeña isla de Lampedusa situada en el mar Mediterráneo -más cerca de África que de la propia Italia- ha sido el destino elegido de oleadas de inmigrantes africanos que huyen de la pobreza, el conflicto o la persecución. Viajan en barcas de madera, a menudo superpobladas e insuficientemente equipadas, propensas a hundirse en alta mar. Y con apenas 5.000 habitantes, la isla se ha convertido en una de las principales y más frágiles 'puertas de entrada' hacia Europa. Dichas oleadas no han cesado desde 2011. Sin embargo, no fue hasta el pasado octubre, cuando 360 inmigrantes se ahogaron a media milla de Lampedusa, que la cuestión sobre inmigración entró de forma dinámica en el debate europeo.
Dar sentido a la palabra 'solidaridad'
Ahora bien, durante más de una década, la isla sureña ha sido testigo de una extrema y rompedora expresión de solidaridad ciudadana. Los vecinos de la localidad han improvisado un sistema de 'bienestar social' para atender al número cada vez mayor de inmigrantes. Después de pasar por el único centro de inmigración existente en la isla, diseñado para alojar alrededor de 300 personas por un máximo de dos días –una cifra muy inferior al número de recién llegados en los últimos años-, los inmigrantes son dejados a su suerte en las calles de Lampedusa. Sucios, asustados, nostálgicos, solos y confundidos, lejos de su país. Es en este momento cuando empieza la verdadera solidaridad de los isleños.
“¿Necesitas un abrigo? ¿Un par de zapatos?”, pregunta Grazia Raffaele desde su ventana. Ver pasar oleadas de inmigrantes por su casa se ha convertido en una rutina diaria. “Cuando la isla tiene que enfrentarse a grandes emergencias, la solidaridad humana envuelve al pueblo”. Y sin más recursos que los propios, ponen a disposición de los recién llegados desde comida hasta ropa, además de un apoyo que normalmente acaba resultando en una amistad. “Solíamos hacer 600 bocadillos al día. También calentábamos leche o agua para hacer té caliente”, explica Grazia. “Es hermoso. Nos reunimos por una buena causa. Pero más tarde sentimos que somos incapaces de ayudar porque les damos un vaso de leche y pensamos... ¿qué pasará después?”. Contribuyendo desde el comienzo de todas las maneras posibles, Antonella Raffaele resalta que “recientemente, las mujeres han empezado a tejer mantas de lana porque ya no queda nada en los armarios. Lo hemos repartido todo” y exclama: “¡en una escala del uno al diez, ofrecemos cien!”. Para las organizaciones sociales, esta ayuda humanitaria no pasa desapercibida. Tommaso della Longa, portavoz de la Cruz Roja en Italia reconoce que “la población tiene un rol central en dar sentido a la palabra: solidaridad. Absolutamente. La ayuda de los vecinos siempre marca la diferencia, algo de lo que debemos estar orgullosos”.
Según Grazia, cuando una familia les abre las puertas de su casa, los inmigrantes tienen suficiente con darse una ducha o sentarse en el sofá. “Llaman a la puerta con sigilo pero al rato empiezan a sentirse como en casa. Lo compartimos todo. Incluso hubo un momento en que me di cuenta que los miembros de mi familia habían aumentado”. Cuando uno pregunta a los habitantes de Lampedusa si están cansados de esta angustiosa situación, su respuesta es unánime: “no estamos hartos, pero nos sentimos heridos por ellos”. “Siempre que los ciudadanos se han manifestado por esta difícil coyuntura, nunca ha sido en contra de los inmigrantes, sino en contra del gobierno. Se sienten abandonados”, confirma Della Longa.
Europa y la Ley del Mar
A través de un laberinto de procesos burocráticos, el Gobierno italiano se encarga de abordar el tema de la inmigración, la organización de estrategias y la creación de proyectos plurianuales –cofundado por la Unión Europea-, como Praesidium: una iniciativa para mejorar las condiciones de acogida en la isla. Y es que estos proyectos son el único medio que Lampedusa tiene para hacer frente a los flujos migratorios. Sin embargo, antes de que cualquier organización consiga actuar; mucho antes de que las ayudas económicas lleguen a la isla, la gente de Lampedusa, siempre respetando su antigua “ley del mar”, ya están ahí para ofrecer ayuda inmediata.
En lo que podría caracterizarse como un punto de inflexión en la historia de Europa, surge una pregunta inevitable: si la gente de a pie en Lampedusa puede –con escasos medios- demostrar este respeto sin precedentes por la vida humana y los derechos humanos, entonces ¿por qué la UE no reacciona eficazmente ante el salvamento de vidas? Es probable que las instituciones europeas y los gobiernos nacionales deban aprender la lección de esta paradigmática expresión de solidaridad, mirar más de cerca las fronteras europeas y replantearse su enfoque con respecto a la inmigración.
“Nuestros hijos juegan al futbol con los suyos en la plaza. Nosotros quedamos en los bares y les ofrecemos un capuchino, aunque nunca pidan nada. Debes mirarles a los ojos para comprenderlo”, concluye Antonella mientras cierra la puerta.