La vida paralela (y enigmática) del cine ruso
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Rusia y su cine se desarrollan a espaldas de la Unión Europea. Las películas que triunfan allí fracasan aquí, y viceversa ¿Por qué? ¿Qué determina el éxito de una historia? Desde París, una mesa de expertos intenta descifrar los insondables gustos del público a los dos lados del antiguo telón de acero.
El “Forum des Images” de París es como el futuro imaginado en los años sesenta: formas ovaladas, luces rojas, estructuras metálicas y empleados con gafas de pasta. Sábado 2 de octubre: mesa redonda sobre la presencia del cine ruso en Europa. Cinco invitados y una película: Pervyi Etazh, de Igor Minaev. Matrimonios de sesenta años y jóvenes solitarios ocupan las butacas. ¿Qué les ha traído aquí un sábado por la tarde? La cultura rusa tiene el aire enigmático de Dostoyevski: facciones huesudas, cráneo prominente, barba rala, calvicie. Es como El Acorazado Potemkin (Sergei M. Eisenstein, 1925), una experiencia realista, concentrada y estridente (por algo es la película más estudiada de la historia del cine).
¿Cómo está hoy el mercado ruso?
Pese a tener más del doble de habitantes y una superficie 25 veces más grande, Rusia posee la mitad de salas de cine que Francia. Aunque no siempre fue así; en palabras de Joël Chapron (responsable de la distribuidora Unifrance para Europa central y oriental): “La Unión Soviética tenía 300.000 cines repartidos por las quince repúblicas. Cada pueblecito, cada colegio y cada granja colectiva tenía una pantalla donde proyectar lo último en propaganda comunista. Pero la entrada del capitalismo lo cambió todo. Hoy, las extensiones de Rusia encarecen la distribución hasta tal punto que a muchas productoras ya no les vale pena intentar llegar a todo el país, y las películas se limitan a Moscú y San Petersburgo”.
Como todo en Rusia, el cine creció ligado al superpoder estatal. Bajo Stalin primaba la obsesión por producir sólo megaproyectos de presupuesto infinito. Tras su muerte, se descentralizaron los estudios y todo se relajó un poco. Después llegaron figuras como Vladímir Motyl o Andrei Tarkovski, cuya película Sacrificio llegó a ser premiada en Cannes.
Actualmente las productoras rusas potencian el cine comercial (Nochnoi Dozor, Piter FM); pero, pese a su éxito local, no logran conquistar Europa. Joël Chapron: “Se trata de culturas diferentes, de gustos diferentes. Son como dos vidas en paralelo: las películas que triunfan en la Unión Europea fracasan en Rusia, y viceversa”. Christel Vergeade, agregada cultural de la embajada francesa en Rusia, añade: “Las películas rusas no cuajan en la Unión Europea porque aquí se suelen esperar tópicos: KGB, mafia… Hay ciertos esquemas difíciles de romper: mucha gente no va a ver cine ruso, argentino o alemán porque no están acostumbrados a oír otros idiomas, por eso muchas productoras distribuyen tráilers donde no se oye ni una sola palabra del idioma original”. Ejemplo:
Igor Minaev agarra el micrófono para aportar su experiencia como director a finales de la era soviética; habla feliz, armado con buenas anécdotas: “Trabajaba en un estudio pequeño y casi familiar, aunque controlado. Era muy difícil desarrollar buenos guiones, pero lo intentábamos. Por suerte, los que llevábamos la Cinemateca podíamos conseguir películas extranjeras de vez en cuando. Recuerdo una vez que conspiramos para ver una película francesa. Rápido y en silencio nos encerramos en una sala, colocamos el rollo con manos temblorosas… La película era Emmanuelle”.
La mesa redonda termina como empezó, en confusión; demasiadas películas, demasiadas cifras, demasiados gustos… Silencio. Comienza Pervyi Etazh, una pequeña tragedia shakespereana a ras de la Rusia más tortuosa, gris y destartalada. Como la cara de Dostoyevski.
Foto. Portada: Piter FM (2006) Robert Lesiak; Cartel de Sacrificio (Andrei Tarkovski, 1986).