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La última oportunidad de Europa

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La UE confía en lograr una solución diplomática a la crisis de Irán, ya que en este país se almacenan enormes depósitos de gas, a los cuales tal vez se tenga que recurrir algún día.

Antes de la crisis de Irak, Europa mostraba una imagen patética división: el presidente francés, Jacques Chirac, y el canciller alemán, Gerhard Schröder, se oponían con firmeza a la guerra, mientras sus homólogos español, italiano y danés competían por el apoyo a George Bush. Europa estaba rota, la política exterior de la Unión se había convertido en humo.

Unidad infrecuente

Ahora la crisis se agrava debido al programa nuclear iraní (y mucho de lo que sucede recuerda a la situación anterior al estallido de la Guerra de Irak). De nuevo, los expertos se quejan del riesgo de que un régimen peligroso pueda llegar a tener en su poder armamento atómico. De nuevo, el gobierno de los EE UU no excluye la “vía militar”. ¿Qué hace Europa? Muestra una unidad poco frecuente. La UE ya había puesto las negociaciones con Irán en manos del Reino Unido, Francia y Alemania a finales de 2003. Desde aquel momento, estos tres países, junto con el responsable de la política exterior de la UE, Javier Solana, desempeñan un buen papel en la escena política mundial. Han conseguido meter en el mismo barco a los EE UU, Rusia y China, y de este modo aislar a Irán.

Pero la unidad de la UE no es casual. Al contrario de lo que sucedió antes de la Guerra de Irak, Europa tiene un interés común en Irán. Este país persigue un programa nuclear sin fines civiles. Los servicios secretos saben que su intención es construir cohetes de largo alcance que puedan alcanzar suelo europeo. Por otro lado, la posesión de armamento nuclear no sólo haría más sencillo el apoyo a los terroristas, sino que también dispararía la carrera armamentística en Oriente Próximo y Medio; hasta Israel podría ampliar su arsenal atómico. Dicho en pocas palabras: la estabilidad de esta región fronteriza con Europa se vería amenazada.

Gas desde Irán a Austria

Por otro lado, en Irán existen enormes depósitos de petróleo y gas de los cuales Europa quiere sacar provecho. Las reservas de gas de este país ocupan el segundo lugar del mundo en volumen, y las de petróleo, el cuarto. Casi una cuarta parte de sus exportaciones de petróleo van a Europa, aunque también el gas despierta un creciente interés en el continente: en la actualidad, el 54 % del gas consumido en la UE proviene de importaciones. Cuando se consuman las reservas británicas, serán las tres cuartas partes las que tendremos que importar. Además, no es deseable depender en exclusiva del gas procedente de Rusia, cuyo presidente gusta de mezclar la política con las reservas energéticas. Las empresas del sector en Europa ya se han dado cuenta hace tiempo: el año pasado, el gigante alemán E-on comenzó sus contactos con los ayatolás de Teherán para tener acceso a sus reservas de gas natural, y ya desde 2002, Irán bombea gas directamente a Turquía, combustible que algún día llegará a Europa occidental a través de los países del Este. El gigante energético austriaco, ÖMV, proyecta la construcción del gasoducto Nabucco, que costará cuatro mil millones de dólares, desde Turquía hasta Austria, pasando por Bulgaria, Rumania y Hungría.

No en vano, la UE trató, esgrimiendo su estatus de potencia comercial, de tentar a Irán con promesas económicas. En agosto del año pasado, se le hizo una atractiva oferta a Teherán que incluía perspectivas de trato económico preferente y una extensa colaboración tecnológica, incluso la posibilidad de un aprovechamiento pacífico de la energía nuclear. Pero las autoridades de este país rechazaron la propuesta de manera tajante. Desde entonces, se intenta decidir una estrategia que haga cambiar de opinión al país islámico. Pero los europeos no tienen muchas posibilidades: no parece que un embargo de petróleo pueda funcionar, ya que la UE y los EE UU dependen de los suministros de crudo de Irán. Además, se produciría un aumento drástico de los precios del combustible. Tampoco sería viable un bloqueo a otros sectores, puesto que la UE es el principal socio comercial de Irán, cuyas importaciones provienen en un 44% de Europa. Por si esto fuera poco, los expertos consideran que el país islámico posee reservas de medicamentos y alimentos que pueden durar varios años.

La tecnología: el talón de Aquiles iraní

Todavía queda la posibilidad de prestar apoyo a un ataque estadounidense a las instalaciones nucleares iraníes o incluso a una invasión. Sin embargo, la situación de este país es distinta de la que tenía el régimen, ya debilitado, de Sadam Husein, y las consecuencias de una operación semejante implicarían demasiados riesgos. Por este motivo, la UE quiere probar de nuevo con el señuelo diplomático. “Podríamos ayudar a Irán con nuestra tecnología más avanzada” , declaró Javier Solana el 15 de mayo. Esta nueva oferta superaría incluso la que se hizo en agosto. Europa podría seguir dejando que Irán utilice la energía nuclear para fines civiles, ya que así los ayatolás ganarían puntos en su propio pueblo. De hecho, el retraso tecnológico iraní constituye su talón de Aquiles. La población crece, y el gobierno debe crear hasta un millón de puestos de trabajo, para lo que no puede basarse exclusivamente en las industrias del petróleo y el gas.

En ello confía la UE: alberga la esperanza de que su nueva oferta no sea rechazada y de que, con ello, Irán recupere sus lazos con la comunidad internacional. Los EE UU, que parecen no haber fijado aún su posición, deja hacer. Pero si los ayatolás deciden rechazar la tentadora oferta europea, la estrategia política de la UE deberá pasar una prueba de fuego: algunos Estados querrán asumir una táctica más dura, mientras que otros decidirán seguir ciñéndose a la vía diplomática. Sin embargo, una ruptura de la unidad europea resultaría peligrosa, ya que los Estados miembro sólo pueden salvaguardar sus intereses en Irán si permanecen unidos.

Translated from Europas letzte Chance