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La sonrisa blanca de Ucrania

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Default profile picture jan zappner

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Default profile picture marta agosti

Para salir de la miseria, numerosos ucranianos sólo tienen una solución: ir a trabajar sin declarar a la Unión Europea. Pueden ganarse la vida en el sector de la construcción en Italia o en la reventa de cigarrillos en Polonia. Pero la emigración económica separa familias enteras.

La risa sincera de Luba llena el taxi que circula, más o menos, sobre el asfalto tortuoso de Ucrania, un poco más adelante, el puesto fronterizo de Prezemsyl, al sur-este de Polonia, ella hace un gesto con la cabeza en dirección a su pasajero; por encima de él su hija Maria mira a través de la ventana con un aire triste: “mientras yo trabajaba en Polonia ella se enamoró. Es su manera de ver el acercamiento este-oeste”. Apreciaba que sus hijos tuviesen un porvenir más próspero que el suyo. “En nuestro país sólo se encuentran trabajos mal pagados y por eso deben habituarse a la idea de tener que ir a trabajar al extranjero más adelante.”

En Vykoty, un pequeño pueblo al oeste de Ucrania, los habitantes han vivido experiencias muy variadas trabajando en el extranjero. Los hombres trabajan muy a menudo en la construcción en Portugal o en la República Checa, mientras que las mujeres se marchan a Italia a trabajar como asistentas o dentro del sector de la sanidad. Incluso cuando su salario es inferior en seis euros al salario mínimo obligatorio. Con este dinero consiguen alimentar a su familia. Los frutos de su trabajo se muestran también en las casas nuevas que surgen como los champiñones por todo Vykoty.

Construirse la casa “a la ucraniana”

“Hemos trabajado tres años para construir nuestra casa y, poco a poco, hemos podido invertir 20.000 dólares.” Nadja, de 44 años, está sentada en la cocina con muebles recubiertos de una placa de mármol de donde se desprende una extraña frescura. A hecho construir un bidet en el cuarto de baño. “Tengo que explicar lo que es a algunos de mis amigos y también cómo se utiliza”, se ríe entre avergonzada y ufana. El recorrido realizado para adquirir su casa no ha sido simple para Nadja y su marido Wlodymir. Al comienzo de los años noventa, con la independencia de Ucrania, perdieron todos sus ahorros por la crisis bancaria. “Desde entonces, no tengo confianza en los bancos, y guardo mi dinero en casa”, suspira. En sus ojos aún se puede ver el golpe que tuvo que sufrir. Como la situación económica no dejaba de empeorar, partió por primera vez a Polonia en 1996. Allí encontró un trabajo en la recolección de cerezas. Luego, como asistenta y, finalmente, en una fábrica de bañeras. Cuando la fábrica tuvo que cerrar, comenzó con la reventa de alcohol y cigarrillos. Ha continuado en esta ocupación durante seis años ganando con cada cartón vendido tres dólares, y con cada botella un dólar. “Lo mas importante, es que vuelvo cada fin de semana a mi casa para ver a mis hijos y a mis nietos”, dice Luba. “Yo nunca podría trabajar en Italia. Muchas familias se han roto cuando sus padres se marcharon.”

Soledad y Vodka

El matrimonio de Vitali existe todavía. Al menos en los papeles. Está sentado en su salón delante de un vaso de vodka, las cortinas bajadas no dejan penetrar casi luz en la habitación. Su cara muestra hondas arrugas. Sus ojos azules, ya algo vidriosos, están llenos de profunda melancolía. “Tengo 50 años y nadie necesita esto.” Enseña sus brazos escuálidos y podemos comprobar cómo no se siente particularmente útil en Vykoty. “Mi mujer vive en Italia desde hace cinco años y desde entonces yo estoy solo la mayoría del tiempo”. Él mismo se extraña de que sigan casados. Muchas encuentran otros hombres en el extranjero que les abren las puertas a un mundo nuevo. El episodio que continúa es, a menudo, la separación.

Halila encontró a su marido en Italia. “Conocí a Roman sólo cinco días después de mi llegada”, dice mientras le suena la nariz a su hija de un año. “Nos casamos hace dos años por la iglesia ortodoxa por que él es ucraniano.” Después de su boda, él le explicó que tuvo suerte de no llevar mucho tiempo en Italia. A las ucranianas en seguida las consideran prostitutas. “Yo, mientras tanto, me teñí el cabello de negro; las rubias hacemos que los italianos se vuelvan locos.”

El llanto de las madres

Son los hijos quienes padecen más la separación de las familias: "Conozco a niños educados por sus abuelos porque sus dos padres se marcharon a a trabajar en el extranjero", cuenta la bibliotecaria de la escuela primaria de Vykoty. Acercándose al sufrimiento de estos hijos, describe cómo "lloran cuando escuchan algún poema sobre el amor materno". El director de la escuela también está al corriente de estos problemas y trata de remediarlos: "Ofertando clases particulares o talleres artísticos fuera del horario escolar, intentamos suavizar los problemas familiares que sufren los hijos". No deja de comprender a esos padres que prueban suerte en otros países: "Hasta hace tan sólo unos años, tenía que pagar a mis profesores con vodka porque el Estado no daba suficientes subvenciones. Ahora, ganan al menos 20 dólares (alrededor de 24 euros) al mes".

Aunque los flujos migratorios relacionados con el trabajo no vayan a disminuir en los próximos años en Ucrania, ya llegan modas desde Occidente. Después de construirse la casa, la primera cosa que hace la gente es sustituir sus dientes de oro por otros de porcelana para introducirse mejor en población local de los países de acogida. Así que quien visite Ucrania, sabrá quién trabaja en el extranjero con sólo buscar sonrisas blancas e inmaculadas.

Artículo publicado el 29 de Abril de 2005 en la sección Orient Espresso

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Translated from Das weiße Lächeln der Ukraine