La segunda vida de los habitantes de Chernóbil
Published on
Translation by:
Fernando Navarro SordoA 50 km de la central de Chernóbil, la ciudad de Slavutych alberga habitantes desplazados tras la catástrofe de 1986 y trata de reciclar a los trabajadores de aquella central.
20 años después de la tragedia de Chernóbil, Ochsana Naumovitch lo recuerda todo de aquel 26 de abril de 1986. Residían desde hacía diez años en Pripiat, a pocos kilómetros de la central, pero la explosión del reactor número 4 cambió sus vidas: “Mi marido, que trabajaba en la central, libró ese día. Lo dedicó a reparar la cocina”, rememora Ochsana. “Yo estaba en la fábrica de transistores. No supimos de la catástrofe sino al día siguiente, el 27, cuando nos anunciaron que nos evacuarían.” Con sus hijos de cuatro y ocho años bajo el brazo, tomó el autobús y abandonó la ciudad para siempre. Como ellos, 50.000 habitantes hicieron las maletas. Nunca pudieron volver a Pripiat, que desde entonces se convirtió en una ciudad fantasma dentro de la zona de exclusión de Chernóbil. “Regresé el 26 de abril de 2000 con mi hija. Pillaje por todas partes. Todo estaba destrozado: no quedaba un solo cristal sin romper.” Ochsana fue para mostrar su duelo: “Creo que esta tristeza no se nos borrará jamás”.
Ciudad pionera
Slavutych se construyó para estos habitantes a 50 km al este de Chernóbil, en una zona poco afectada por la “nube”. En octubre de 1986, la URSS quiso volatilizar la imagen desastrosa del accidente, consecuencia de las disfunciones del sistema comunista. El dolor hundió a Ucrania. Obreros y jóvenes de toda la URSS acudieron en ayuda ofreciendo su techo a los desplazados. Lidija Leonets formó parte de aquellos pioneros. De un viejo armario metálico saca, aún emocionada, un álbum de fotografías de colores desvaídos con historias de la ciudad: “8 repúblicas vinieron a ayudar en la construcción de la villa y sus capitales dieron nombre a los barrios: Kiev, Tallin, Riga, Vilnius, Erevan, Baku, Tibilisi, Moscú. Erigieron los barrios según sus arquitecturas tradicionales.” El 23 de marzo de 1988, 500 familias de Pripiat se unieron a los obreros. “Nos pareció la ciudad del siglo XXI. Cada barrio tenía jardín de infancia, piscina y gymnasio”, recuerda Lidija.
Hoy, un cuarto de esos 26.000 habitantes de la ciudad tiene menos de 16 años. La ciudad no experimentó transiciones difíciles en 1989: sus servicios sociales ya funcionaban bien. “Hemos podido atraer a muchas empresas gracias a las condiciones de vida. Para los críos, son mejores que en ninguna otra parte de Ucrania. Todo está cerca y además la actividad de construcción de viviendas para los nuevos trabajadores va tomando vuelo”, subraya el alcalde, Volodymyr Udovychenko.
Marines y doctores Bacterio
Ironías del destino, el accidente de Chernóbil ha propiciado un campo de pruebas único para tratar de disminuir los riesgos y los efectos de una catástrofe nuclear. El terrorismo, después de todo, podría golpear en cualquier ciudad con bombas sucias. También hay tropas norteamericanas que usan Pripiat como campo de entrenamiento. Como los científicos. Un poco más allá de su plaza central, algunos pinos rescatados del antiguo bosque que cubría la comarca, rodean unos flamantes laboratorios nuevos y financiados por la comunidad internacional y Ucrania. Desde su creación, el centro de Chernóbil para la seguridad nuclear es el motor del crecimiento económico de la ciudad. “Hemos apostado por nuestra mano de obra cualificada en el campo de la ciencia atómica para desarrollar otras empresas”, explica el alcalde.
Si bien en Slavutych el paro es del 4,4%, los pioneros de ayer deben hoy enfrentarse a nuevas amenazas: la decadencia de la central. Paralizada en 2000 por las presiones de los europeos, Chernóbil sigue usando obreros para su desmantelamiento. La construcción de un segundo sarcófago, financiado con 710 millones de euros por el BERD y el gobierno ucraniano, prevista para 2006, debería crear empleo, pero Víctor Tonkikh, ex ingeniero de Chernóbil a la cabeza, hoy, de una empresa de reparaciones en la central nuclear, sabe que no bastará para seguir dinamizando la ciudad. “Cuando se termine la construcción del sarcófago, ya no habrá trabajo en el sector. La central ha pasado de 12.500 empleados a 3.800. Debemos diversificarnos, pues la única ayuda que recibimos es para desmantelar la central.”
Un tema delicado
Como responsable de la ayuda social, Lidija Leonets presiente el fin de una época: “desde el cierre de la central, veo nacer dificultades. Algunos han encontrado nuevo trabajo, otros se han prejubilado con 45 años con pensión, como los ex combatientes. ¿En qué ocuparlos? Aunque algunos siembren su huertecillos, otros se hunden en el alcoholismo.” En el despacho contiguo, Ochsana Naumovitch, empleada en la alcaldía, trata de apurar sus tareas. Su marido, un jubilado de la central, le espera en casa. Las dos hijas se han marchado. Una estudia, la otra, campeona de judo, es abogada en Kiev. “La primogénita tiene problemas de tiroides pero tratamos de ser optimistas”, confiesa con pudor Ochsana.
El 26 de abril, como cada año, una delegación de Slavutych irá a Moscú a visitar la tumba de los bomberos de Pripiat, cuyo sacrificio permitió construir el primer sarcófago de protección del reactor que explotó. Los Naumovitch lo conmemorarán frente al memorial de la ciudad donde figuran las imágenes de las 30 víctimas de Pripiat. Detrás del memorial, dos grandes estelas se erigen. De una surge una hilera de hombres en traje antirradiactivo haciendo gestos para que nadie se acerque. De la otra, un electricista, fiel al mito edificador del comunismo, lanza el siguiente llamamiento con un cable eléctrico entre las manos: “¡de las cenizas del pasado levantaremos un mundo nuevo!”. En Slavutych, sin embargo, 20 años después, las brasas aún siguen ardiendo.
Translated from La seconde vie des habitants de Tchernobyl