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La prohibición del FN: ¿cuándo la democracia se esconde la cara?

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¿Y si el debate sobre la prohibición del FN sólo escondiese una crisis más honda, la de una sociedad sin coraje político?

Con regularidad la interrogación reaparece. La prohibición del Frente Nacional (FN) surgió, naturalmente, cuando el candidato del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, logró pasar a la segunda vuelta de las elecciones francesas presidenciales el 21 de abril de 2002. Pero desde hace diez años, en todas las elecciones, el resultado del FN aumenta, los intelectuales exponen un poco su preocupación, y luego se vuelven a dormir. Como señalan ahora muchos manifestantes anti-Le Pen del mes de abril, la victoria del FN era imposible. El debate sobre el FN está preso de esta doble alternativa, y de esta oscilación entre el pánico y el olvido: es fácil entonces demostrar que el partido a Le Pen, con todas sus contradicciones, parece mal armado para ganar unas votaciones. Pero no se admite con la misma facilidad el malestar ocultado detrás del éxito del FN, que sobreviviría tal vez a la desaparición del partido. El verdadero debate sería entonces, no el de preguntarse si es necesario prohibir el FN, sinoo más bien ¿en qué contexto nació?

Contradicciones intrínsecas

Creado en 1972 por Jean-Marie Le Pen sobre las ruinas de los diferentes movimientos de extrema derecha, el Frente Nacional reúne tanto a antiguos Waffen-SS, neo-nazi, como a miembros de la Acción Francesa monárquica, nostalgicos de Vichy, seguidores de Poujade, miembros de la OEA, del Nuevo Orden, anarco-sindicalistas Este trastero ideológico también se encuentra a nivel de los activistas: miembros de la burguesía, pero también personas en paro o a trabajadores decepcionados por la izquierda. Es decir, la heterogeneidad de un movimiento que toma prestado numerosos elementos del fascismo, como el antisemitismo, la autoridad del Estado sobre el individuo, el etnocentrismo, el racismo, el nacionalismo, la identificación colectiva con un gran destino nacional, las limitaciones de las libertades personales y colectivas, el criterio jerárquico. En su reclutamiento, como en su discurso, el FN se posiciona así claramente como el partido de los infelices: decepcionados por los partidos políticos tradicionales, por la corrupción y por los enemigos de la democracia, se encuentran para denunciar una democracia representativa vista como un régimen decadente. La paradoja está, sin embargo, en el hecho de que es justamente la democracia lo que permite a Le Pen expresar libremente sus ideas antidemocráticas. ¿Entonces, dejar Le Pen desacreditar la democracia, no es ponerlo en peligro? ¿Prohibir el FN, no sería justamente llevar la democracia a negar las libertades de expresión y de opinión y cuestionar la propia democracia?

La serpiente del mar de la prohibición: el árbol que oculta el bosque

El debate sobre el FN es un falso debate por varias razones. Primero, lo esencial de la unidad del FN proviene del carisma populista de Le Pen: éste está envejeciendo, así que se puede apostar a que el partido se disolverá después de su retirada. Luego, el voto al FN a menudo ha servido, en varias elecciones, de voto protesta hacia los partidos existentes. Este voto de protesta encuentra en sí mismo sus propios límites: muchos votantes del FN no desean ver a Le Pen como presidente. Finalmente, Francia ya ha afrontado a lo largo de su historia impugnaciones del mismo tipo, hasta más violentas que las del FN, sin que haya sido necesario prohibirlas. El FN tomado en sí mismo no seria una amenaza que justificase una medida tan radical. Pero hablar sin cesar de la oportunidad de prohibir o no el FN permite justamente ignorar el contexto que hizo del FN un peligro. El FN se desarrolló en un ambiente económico, social y políticamente degradado. Su éxito está muy claramente conectado con el desarrollo del paro. A esto se añaden los problemas de los suburbios, rodeados de una hipocresía cercana a la irresponsabilidad: se confunde este fenómeno con un problema puramente urbano, mientras lo que está en juego, es la integración de las diferencias en una República que se construyó sobre un ideal de unidad de la Nación. Pero el FN también se aprovechó claramente de la crisis de confianza cuya víctima es una clase política desacreditada por los negocios, que no supo resolver los problemas de empleo o de seguridad.

Cohabitación floja y biombo comunitario

Es también necesario evocar los problemas institucionales y los que están conectados con la integración comunitaria. La Constitución francesa está hecha de tal manera que en caso de cohabitación, el Presidente y el primer ministro se impiden el uno y el otro llevar la política para la cual han sido respectivamente elegidos Combinado con la reducción de las posibilidades presupuestarias ligadas al pacto de Estabilidad, esto nos da una política económica y social del término medio, ni derecha, ni izquierda, que molesta en ambos campos. A eso se agrega una información claramente insuficiente sobre las consecuencias diarias de la Unión Europea. Acá también, interviene el mismo tabú que sobre los suburbios: preferimos no hablar de ello, por miedo a darnos cuenta de que el votante no es tan progresista y abierto como nos gustaría. Agreguemos que la imprecisión que rodea la idea de "Europa" es muy útil para justificar las decisiones que los políticos no quieren asumir. Es por eso que el dilema de la prohibición o la tolerancia del FN aparece como ser una falsa pregunta. Ésta presenta una ventaja: evitar un debate sobre los problemas que realmente irritan y que constituyen el negocio del populismo del Frente Nacional. Con en cada elección presidencial un medio que nos apresuramos a olvidar. Y al final, una democracia francesa que parece mucho menos amenazada por el FN que por su falta de coraje político.

Translated from L’interdiction du FN : Quand la démocratie se voile la face