La otra cara del Sziget
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Fernando Navarro SordoPink, Faithless, The Chemical Brothers o Nine Inch Nails. Estrellas de rock junto a compromiso social en el Civil Village del festival Sziget de Budapest.
Sziget en húngaro significa “Isla”. Junto al tranquillo restaurante flotante Europa que oscila perezoso sobre el Danubio, una barcaza atraviesa a contracorriente las aguas del río, transportando cada día miles de visitantes al festival del Sziget, situado en la isla de Óbuda, en la capital húngara. Durante una semana, la isla vibra sal son único de este macroevento. En 2007, el Sziget ha cumplido 15 años y lo ha hecho en plena forma entre los días 8 y 15 de agosto. Lo que en sus inicios no era más que una ofensiva musical alternativa organizada por un puñado de estudiantes, se ha convertido enseguida en etapa imprescindible del panorama europeo de festivales. En 2007, 371.000 personas se han dado cita en Óbuda. De ellos, 40.000 no eran húngaros.
Nada de aventuras a lo Robinson Crusoe, los náufragos, en este caso, pican billete voluntariamente para pasar una semana en la isla y terminan por estar de marcha día y noche inmersos en una utopía musical comunitaria. Aunque la mayoría de los visitantes viene a Budapest para escuchar a los cabezas de lista de la música internacional -benditas sean las compañías aéreas de bajo coste-, el Sziget es un evento particular: 20 escenarios diferentes para más de 600 artistas y grupos. Una programación exhaustiva en materia de música rock, electrónica, punk, hip-hop, reggae, jazz y gitana.
Ahora bien, el Sziget tiene dos caras. Cada año, se le suma una colonia insular de activistas a la izquierda del gran escenario, justo detrás del podio Guinness: es el Civil Village.
Yves, un bretón de 22 años, acaba de visitar la carpa judía; tras tres días, está “cansado del tumulto musical” permanente. “El Civil Village es perfecto para desconectar durante las tardes”, comenta. Los que estén cansados de la pelea a codazos para ver de lejos a su grupo favorito, o de los saltos en camas elásticas, o de la escalada de cajas de cerveza, o de las compras o incluso de los efectos de la ingesta continua de alcohol, pueden cambiar de aires siguiendo debates sobre Europa y la política medioambiental, participar en talleres de alfarería, jugar al ajedrez, obtener información sobre distintas ONG, o charlar sin tener que gritar con gentes llegadas de los cuatro rincones de Europa. Otro Sziget.
Los colonos de Óbuda
Mientras se escuchan de lejos los acordes roqueros de The Rakes en el escenario principal, varios voluntarios, en su mayoría jóvenes, deambulan por las carpas blancas alineadas unas junto a otras. “Los visitantes del Sziget son nuestro objetivo. Vienen de todas partes, Alemania, Francia, Eslovaquia, etc. Aquí los podemos abordar con facilidad”, declara Melinda Patacki, de 28 años, que trabaja para la campaña informativa de la Comisión europea en el marco del “año europeo de la igualdad de oportunidades”. Explica que en Hungría, la integración de las minorías gitanas debe enfrentarse a la ignorancia de los más.
La música no conoce fronteras, y tal es la divisa del Sziget. Es también la opinión de Kinga Pupos. Responsable de comunicación de la revista mensual romaní AmaroDrom, “que significa 'a mi manera'”, cuenta animada, desde su sillón hecho de cojines multicolores en su carpa. “Nuestra publicación se consagra sobre todo a aspectos políticos y culturales de la cultura romaní en Hungría y Europa”.
Mientras lo dice, Kinga Pupos saca el último número de la revista y nos enseña el póster gitano lleno de colores vivos que decora la carpa. “No somos sólo criminales y ladrones, sino sobre todo médicos, periodistas, etc”. Tal es el mensaje que quiere que impregne a los jóvenes que pasan por el festival. A su entender, Europa debería abrirse más a la cultura romaní. El Sziget representa un paso en esta dirección. “Hasta hay un escenario gitano”, dice señalándolo con el dedo hacia el fondo de la isla. Allí es donde tocará el grupo ucraniano Técsi Banda y el guitarrista gitano francés Yorgui Loeffler.
Hospital de campaña
En el Sziget, los médicos también están presentes; las batas blancas también forman parte del Civil Village. Aunque cueste imaginarlo todas las mesas de la carpa del Richter intima.hu están ocupadas. En ellas, grupos de jóvenes mujeres rellenan formularios aplicadamente. Sesiones de consejo ginecológico e informaciones sobre higiene íntima resultan ser todo un éxito. “La generación que se acerca al Sziget no sabe casi nada de sexo, y aquí estamos para el 'después', que a menudo es un grave problema en Hungría”, aclara Réka Etelka Vaskó-Horváth, encargada de relaciones públicas de la ONG, y en cuya camiseta podemos leer la palabra “LOVE” en letras rosas. “Nuestro médico”, nos indica, “es un joven de andar por casa”.
Cada día, muchas jóvenes se acercan a solicitarle la píldora abortiva del día de después. La farmacia de las isla está justo al lado. “Sin embargo, los preservativos son distribuidos con demasiada parsimonia en ella”, lamenta Réka.
Un poco más allá, en otra carpa lo que se proponen son pruebas gratuitas para detectar el SIDA. La gente se agolpa a su entrada para “coger preservativos gratis”.
A su lado, en otro stand, permanece desocupado el sillón de la dentista Alexa Per Ger, de 25 años, pero asegura que entre “40 y 50 visitantes le muestran cada día su dentadura”. Los escandinavos son quienes mejor la conservan en Europa, seguidos por los húngaros y los letones.
Una cuenta suculenta
Atención médica, debates de actualidad o presentaciones de ONG e iniciativas locales: junto a los eventos musicales, el Civil Village propone también otras actividades muy variadas y, lo que es importante, gratuitas. György Ligeti, de la Fundación Kurt Lewin afirma que el festival de Sziget es único en Europa por su rol en la promoción de la tolerancia y la acción cívica.
“Por desgracia, algunas ONG no han tenido espacio en la isla este año”, se queja Erika Hasznos, empleada del ministerio húngaro de Medioambiente y Agua. Este año era la primera vez que el Sziget no recibía financiación gubernamental. De modo que los miembros de las organizaciones debían pagar de su propio bolsillo el 80% de la entrada. Una semana en la isla cuesta unos 120 euros por persona.
¿La mercadotecnia invasiva privará al festival de Sziget de su alma primigenia? Es un hecho que los festivales musicales de verano se han convertido en un negocio redondo para sus organizadores. La auditora internacional KPMG estima que los ingresos del Sziget superarán los 45 millones de euros de aquí a 2010. En el caso del festival de Glastonbury, organizado en el sur del Inglaterra, hasta se podían alquilar tiendas de campaña de lujo, consumir champán, recibir los servicios de masajistas, y hasta alquilar helicópteros.
Los festivales al aire libre conocen en la actualidad un auge fulgurante, y los vistantes pagan su precio en oro. Sin embargo, muchos eventos de este tipo, como el Roskilde de dinamarca o la fiesta del Partido Comunista (fête de L'Humanité) en París, tratan de conservar su caracter primigenio de celebración al aire libre mezclando música, política, valores y mucho barro y mucho polvo.
Fotos, CB
Translated from Das andere Sziget