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La ola arrasa a los medios

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Si aún no conoce la palabra "Tsunami" es que ha pasado estas últimas vacaciones en Saturno, único modo de sustraerse a la sobre-mediatización de la “catástrofe natural del siglo”.

Último teletipo “El cantante Ricky Martin viajará a Tailandia esta semana para visitar las regiones devastadas por el tsunami del 26 de diciembre”. Salta el dilema en las redacciones: ¿hay que ponerlo en primera página? ¿O se echa mano mejor del salvamento de dos delfines –uno ya muerto- arrojados por la ola a un lago interior y que unos cuantos se desviven por devolver al mar porque “después de tantos muertos, salvar a un delfín es salvar la vida misma”, según el pescador indonesio entrevistado para un reportaje publicado el 4 de enero?

303 artículos: ¿quién dijo miedo?

Esto puede parecer grotesco, pero es la pura realidad. Sólo la jerarquía de las noticias es una ficción. Se experimenta durante estos últimos días un flujo incesante de informaciones sobre el maremoto que ha arrasado con el mundo y con Europa durante estos quince días: alternando lo mejor y lo peor; el púdico reportaje sobre el legítimo dolor de las familias y la tragedia filmada hasta la saciedad; las impresionantes imágenes del océano desbocado y su poso recalentado y vuelto a servir al día siguiente; los análisis políticos y económicos (por desgracia escasos y tardíos) y las anécdotas decayendo en culebrones...

No se trata de decir que se ha tratado el asunto en demasía (aunque lo de los 303 artículos en doce ediciones y nueve portadas consecutivas contando sólo al diario Le Monde -algo así como 25 artículos al día- nos puedan conducir legítimamente a plantearnos la cuestión), sino de afirmar que se ha tratado muy mal. Nuestros medios se han concentrado en contabilizar víctimas europeas, en relatar la devastación de Phuket, destino privilegiado de europeos, en transmitir el dolor de las víctimas y de sus familias, el esfuerzo sobrehumano de las poblaciones locales… ¿Para qué? Se nos ocurren dos respuestas muy distintas: es posible que, frente a la “magnitud de la tragedia”, (retomando la retahíla mediática), la empatía haya invadido las redacciones para que todo el mundo comparta el dolor de las víctimas. O bien, en clave más cínica: entre Navidad y fin de año, por tradición una de las semanas más flojas del año informativamente hablando, las redacciones han podido explotar un filón de los que hacen llorar como pocos tras las comilonas y celebraciones de sobremesa; además, la política le confiere al asunto aún más resonancia proclamando la “la mayor catástrofe natural de la era contemporánea» según el canciller alemán Gerhard Schröder Se sirve en bandeja, pues, al público todo lo que sucede, se vuelve a servir, se monta un “Especial Tsunami”, se multiplican las horas de programación de la catástrofe, y así la audiencia.

Seguramente ha sucedido un poco de las dos cosas: la máquina mediática ha debido de dispararse autoalimentándose tras el primer y legítimo sollozo de compasión y las primeras demostraciones de solidaridad que ella misma había suscitado al flirtear día a día con el Pathos colectivo.

La sobre-mediatización del tsunami no ha tenido sólo aspectos negativos: las sumas económicas recogidas, la atención prestada por todo el planeta a la situación, una mejor visión sobre la región concernida y el reforzamiento de una solidaridad globalmente vivida son consecuencias positivas.

Pero podemos reprocharnos que el sensacionalismo haya le haya tomado la delantera al análisis crítico. Al enfocar en exceso el lado trágico, los medios han logrado sensibilizar al planeta entero, pero han pasado por alto otras informaciones en el lugar de los acontecimientos o en otro en el mundo: además de los reportajes sobre el paraíso perdido de Phuket o sobre las fosas comunes, no hubiera estado mal algún otro sobre la protección divina de la que goza Birmania, sanguinaria dictadura milagrosamente obviada por el maremoto acuático y mediático.

Translated from Des médias emportés par la vague