La monarquía del Danubio: Un 'selfie' con Sisi
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Sara Fuertes LópezHace cientos de años comenzó con la Primera Guerra Mundial el principio del fin de la monarquía austríaca del Danubio. El eco de esta monarquía ha estado latente hasta nuestros días - En busca de su rastro por Viena.
"¿Austria sin los Habsburgo? ¿Acaso existe?". Cuando bajé del avión en Viena me acordé de la frase que mi amigo, el historiador de Nueva Jersey, compartió conmigo durante el trayecto. Una broma, por supuesto él la conoce mejor, y, en verdad, yo también. El final de la Primera Guerra Mundial marcó el final del reinado de la casa de los Habsburgo, que perduró durante siglos, así como el colapso de la monarquía del Danubio.
Hoy en día, Austria es una república y, en ella, han acabado con la aristocracia de forma mucho más profunda que, por ejemplo, en Alemania. Mientras que allí todavía hoy en día todos los redactores de Lifestyle califican a Gloria de Thurn y Taxis de "princesa", en Austria se tuvieron que entregar todos los títulos nobiliarios. Sin embargo, estoy en Viena buscando a la monarquía, la cual verdaderamente ya no existe. Y no soy el único. Solo en 2012 visitaron más de cuatro millones de personas monumentos históricos como el Hofburg, la escuela de equitación y, sobre todo, el palacio Schönnbrunn, comprando en las tiendas de recuerdos todo lo existente en cuanto a chismes imperiales y reales .
Pero, ¿es solo la nostalgia de los viajeros como yo, obsesionados con todo lo kitsch, la que aún mantiene vivo el recuerdo de la monarquía del Danubio? Al bajar del metro, mientras pasaba al lado de una estatua de María Teresa, recordé que los motivos principales que me habían conducido a Viena eran más serios que los imanes de nevera de Sisí y los muñequitos articulados de madera de Francisco José: quiero averiguar si la monarquía tiene aún importancia más allá de las estadísticas turísticas.
Uñas de pies imperiales
Mi primera parada es la casa de subastas Dorotheum. En internet he leído que allí se saca a subasta una vez al año piezas de coleccionista auténticas, imperiales y reales. Espero poder saber más sobre los compradores. Quizás entre ellos se encuentra algún monárquico. Doris Krumpl, la portavoz de prensa, me cuenta que la subasta anual de la familia imperial es uno de los eventos más visitados. Me da el catálogo de la última subasta. Al hojearlo, enseguida me doy cuenta de que quizás, desde el punto de vista financiero, tendría que pensarme lo de los imanes de nevera. Los artículos originales superan la capacidad de mi cartera. Uno de los artículos más caros de este año había sido el casco de equitación de Sisí, el cual, con un precio estimado de 4.000 euros, cambió de propietario por más de 100.000 euros. Otros artículos son más baratos, o incluso más extravagantes. En otra subasta pasada se ofrecían uñas de los pies imperiales. Con garantía de autenticidad. Los pujadores, dice Krumpl, se mueven en la mayoría de las veces por la fascinación ante el imperio autrohúngaro y por la nostalgia de los antiguos buenos tiempos. Sin embargo, no me puede decir si también son partidarios políticos del imperio.
Muy cerca de Dorotheum se encuentra el panteón imperial (Kaisergruft). Desde 1633, allí están enterrados, salvo algunas excepciones, todos los Habsburgo, según está explicando la guía en inglés-austríaco al grupo de turistas que bloquea la entrada. No quiero esperar y, por ello, entro a la iglesia por el panteón. Y, de repente, ahí está colgada la imagen del emperador, justo detrás de la puerta de la iglesia. En tarjetas del tamaño de un paquete de tabaco mira Carlos I pensativo hacia la izquierda. En su pecho uniformado cuelgan pequeñas medallas plateadas. "Ya están también bendecidas", me explica el monje que vacía el cepillo de la iglesia. Me enteré de que Carlos I fue beatificado en el año 2004. Desde entonces, por la ofrenda de un euro, tienes asistencia de la instancia de más alto rango. Como antiguo alumno de un colegio religioso, introduzco instintivamente un euro por la ranura y abandono la iglesia con mi imagen milagrosa. Esperaba muchas cosas cuando me puse en camino hacia Viena, pero no había contado con las interferencias divinoimperiales.
Desciendo al panteón imperial. Un letrero en el entrada prohíbe expresamente las "declaraciones políticas". ¿Han sido monárquicos severos o republicanos enfurecidos los que han hecho que esta norma sea necesaria? Me imagino ambos casos dramáticamente. El panteón en sí mismo me hace comprender a qué se refería Georg Kreisler en su canción "Der Tod das muss ein Wiener sein” (La muerte tiene que ser de Viena). Los ataúdes están ahí, dispuestos en filas, adornados con cetros, coronas y, sobre todo: huesos. Esqueletos sobre los ataúdes, calaveras miran al vacío en la penumbra. Al lado de un ataúd hay una corona. "De los monárquicos de Moravia" se puede leer en la banda. Ni rastro de los donantes. Solo un par de colegialas se hacen selfies ante el ataúd de Sisí, la emperatriz, que es más Romy Schneider que ella misma.
El panteón es algo más que una atracción turística, ya que aquí no sólo hay enterradas históricas altezas reales. Cuando en el año 2011 Otto Habsburg, hijo del último emperador Carlos I, fue enterrado, no fue en Pöcking, su patria adoptiva en Baviera. Los portadores del féretro, ataviados con el uniforme astrohúngaro, lo llevaron en su ataúd, adornado con el escudo austrohúngaro, al panteón imperial bajo la Iglesia de los Capuchinos en Viena, junto a sus antepasados. Durante el oficio religioso en la Catedral de San Esteban, a la que acudieron, entre otros, el presidente de la república y el canciller austríaco, los feligreses cantaron el himno imperial: "Gott erhalte, Gott beschütze, unsern Kaiser, unser Land" (Dios preserva, Dios cuida a nuestro emperador, a nuestro país).
El águila bicéfala ha llegado
Al día siguiente voy al distrito 13. "Sí, ahí está la casa del emperador", dice riendo una conocida vienesa cuando se lo cuento. Sin embargo, al principio no lo parece. Han desaparecido las calles lujosas y los arcos del triunfo, los recordatorios siempre presentes del elevado espíritu imperial. En su lugar hay elegantes huertos familiares y, ocasionalmente, banderas austríacas en el jardín delantero. Giro en la calle Hermesstrasse, la cual, según el mapa, conduce a un pabellón de caza, mandado construir en su momento por Francisco José para que su emperatriz pasara más tiempo en Viena. Sin embargo, no estoy aquí por eso. Quiero llegar a casa de Nicole Fara. Su buzón lo muestra de forma clara: en una pegatina se puede leer "la monarquía, la coronación de la democracia".
Fara me recibe: camisa azul pálida, alfiler dorado con el águila bicéfala, el escudo del imperio. Como vicepresidenta en funciones del partido "Alianza negra-dorada: los monárquicos" (Schwarz-Gelbe Allianz: Die Monarchisten), aboga por la restauración de una monarquía constitucional. Pero no sólo eso: según Fara, los estados del Danubio tienen que ser gobernados en un bloque en Europa central por un emperador. ¿Esto no chocaría con la UE? "La UE se va a desintegrar", me aclara. A la pregunta de por qué ahora tendría que haber un gobernante procedente de la aristocracia me responde que los Habsburgo habrían aprendido a través de generaciones a manejar el poder, mientras que los no aristócratas caen fácilmente en las garras del poder. No me quiere decir cuántos afiliados tiene su partido, pero está segura de que el éxito político es sólo cuestión de tiempo. En la última captación de partidarios les habrían faltado sólo 300 votos para poder participar en las elecciones. En unas elecciones sorprenderían a todo el mundo, cree ella, ya que a los austríacos les agrada especialmente tener a alguien a quien apoyar, una familia ejemplar que los guíe. La pregunta más importante se la planteo al final: le pregunto a Fara si sabe si Carlos de Habsburgo, nieto del último emperador y heredero, quiere ser emperador. No lo sabe.
Peter Pritz –él también lleva el águila bicéfala dorada– lo sabe. Es oficial adjunto general de la familia Habsburgo y, por ello, una de las personas de más confianza de Carlos de Habsburgo. Quedo con él en el museo del ejército (Heeresmuseum), ya que fue soldado y fundador de un grupo histórico militar que creó una división de artillería a caballo. "Esto no encaja para nada con el jefe", responde cuando le menciono el partido monárquico, elevando ligeramente las comisuras de la boca. Carlos no quiere seguir a su difunto abuelo como emperador Carlos II. Sin embargo, me doy cuenta de que Pritz sigue llamando a Carlos de Habsburgo "su alteza imperial" y le pregunto si es monárquico. Contesta negativamente. Él ha prestado juramento ante la República de Austria y es republicano. Ve el tratamiento como una manifestación de su respeto, que no tiene nada que ver con pretensiones de poder. No puedo compartir este respeto, pero al mismo tiempo me sorprende cómo admiro su dedicación.
En el camino de vuelta intento hacer balance. ¿He encontrado entre muñequitos imperiales articulados y caros objetos de devoción, entre difuntos emperadores y verdadero afecto aquello para lo que vine a Viena? Pienso en el panteón imperial y en Georg Kreisler y, de repente, me viene a la cabeza el concepto más vienés que puede existir: "A scheene Leich" (algo así como: ¡Qué funeral y qué cadáver tan bonitos!). Quizás es esto lo que la monarquía del Danubio representa en la Viena actual: un cuerpo sepultado de forma grandiosa, el ideal de todo lo pasado. Pienso en la Señora Fara y no estoy seguro de que ella estuviera de acuerdo con esto. A lo mejor el Señor Pritz más bien sí lo estaría.
ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DE NUESTRO CONJUNTO DE REPORTAJES “EUTOPIA: TIME TO VOTE”. EN COLABORACIÓN CON LA FUNDACIÓN HIPPOCRÈNE, LA COMISIÓN EUROPEA, EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES DE FRANCIA Y LA FUNDACIÓN EVENS.
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Translated from Donaumonarchie: Ein Selfie mit Sissi