La libertad de Siria también se cocina en París
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En el corazón de París, entre mézzés i otras delicias, existe un lugar donde los refugiados sirios pueden sentirse como en casa. Al Batin Ahmad, propietario de le Bistro Syrien, abre las puertas de su restaurante a los exiliados. Un lugar donde las diferencias son bienvenidas y en el que la única proclama es la libertad. Una ventana para mostrar al mundo la auténtica rebelión de Siria.
Las paredes blancas del restaurante se han convertido en una pizarra sobre la que inmortalizar los deseos de la rebelión. En el muro, incontables reivindicaciones manuscritas en árabe que no puedo comprender pero sí intuir. Cuando le pido al señor Ahmad que me traduzca alguna de las oraciones, me explica que la mayoría hablan de libertad. “No hay ni una sola entre todas ellas que pueda tacharse de islamista radical”, dice orgulloso. Esto, teniendo en cuenta que no lleva a cabo ningún tipo de censura, demuestra lo que muchas informaciones de las que aquí nos llegan pueden disimular: detrás de la revolución que estalló en Siria hace ya casi tres años hay mucho más que integrismo.
Situado en el número 14 del bulevar Bonne Nouvelle, le Bistro Syrien se descubre como un hogar para el refugiado. Un lugar donde las luces son cálidas y en el que cualquier viajero es bienvenido. “Sean artistas, escritores, activistas políticos o gente corriente. Suníes, alauíes, cristianos o kurdos. Este lugar es su casa”, me cuenta Al Batin Ahmad, propietario de este restaurante de comida tradicional siria. Una pequeña prueba respalda sus palabras. Sobre el mostrador de la entrada, justo al lado de una suculenta pila de baklawa, reposa un ejemplar del semanario satírico Le canard enchaîné. Publicación imposible de encontrar en un lugar donde la libertad de expresión no sea una exigencia.
Al Batin se marchó de la ciudad de Nawa hace 20 años. Tras su paso por Suecia, llegó a París hace dos lustros. Dice que cuando comenzó la primavera árabe, con las revueltas en Túnez, empezó a creer que “en Siria podía ocurrir lo mismo”. Y al final ocurrió. Más de mil días después y a miles de quilómetros de distancia, este sirio de 42 años, de apariencia reservada y conciliadora, lucha por la causa de la rebelión desde su taller gastronómico. “La primera manifestación en París de apoyo a la rebelión siria empezó en este restaurante”, me explica. A su lado, la bandera de los rebeldes luce con dignidad en una esquina. Verde, blanco y negro. A veces un color puede teñir una revolución. “Siria no es el régimen. Siria no es islamismo radical. Siria es un conglomerado de pueblos y religiones, es una civilización de 4000 años de antigüedad. Merece, como el resto del mundo, tener libertad”. En su boca, esta última palabra suena más pura y desgarradora de lo que nunca antes la había escuchado.
Como cada noche, muchos refugiados han venido a debatir, comer y escuchar. El señor Ahmad me presenta a algunos de sus invitados y me ofrece acomodarme con ellos, en una mesa de la terraza. Conversan acaloradamente, mientras fuman del narguilé que perfuma el frío aire invernal. Nada más colgar su teléfono, uno de ellos se presenta. Houssam Aldeen es un hombre de rostro amable, periodista de profesión. “Soy freelance, he trabajado para France 2, la CNN o la BBC”, puntualiza en un perfecto inglés. Abandonó Damasco el 29 de mayo de 2011, cuando tras ser detenido, descubrieron su trabajo. “Este lugar es para mí una parte de Siria, me hace sentir como en casa”, dice con sinceridad en los ojos. Insiste en que Al Batin es para ellos “un auténtico padre”. “He conocido a muchos sirios que llegan sin hablar el idioma, que no tienen dinero ni un sitio donde dormir. Él les ayuda a todos”, me explica. Acto seguido lo ejemplifica: “yo he dormido en el restaurante”. “También celebré aquí el año nuevo, con otros 64 refugiados”, añade con enorme agradecimiento al que para muchos de los allí presentes es prácticamente un salvador.
A nuestra mesa se acerca el artista Khaled Alkhani. Él mismo pintó hace tres meses el mural que ilustra el interior de le Bistro Syrien, ese juego de sombras y siluetas cálidas que nos trasladan a lo más profundo de sus vivencias. Nació en la ciudad de Hama, lugar que marcó brutalmente su infancia. Tenía sólo siete años cuando, en febrero de 1982, el ejército sirio de Hafez al-Asad arrasó la ciudad para sofocar la rebelión de la comunidad suní. 40.000 personas, muchas de ellas civiles, fueron masacradas. Entre ellas el padre de Khaled. “Vi cómo le sacaban un ojo delante de mí. Todavía no he sido capaz de borrar la imagen”, recuerda emocionado, con una expresión de rabia y dolor . “Desde aquí intentamos construir el futuro de Siria, y éste pasa por acabar con el régimen de Bashar al-Asad”, me dice con seguridad. “Ellos creen que son los dioses de una granja, en la que pueden matar sin que nadie les detenga”. Sin embargo, aunque saben que el coste de la revolución será alto, “el pueblo sirio está dispuesto a luchar hasta el último aliento para conseguir la libertad, cueste lo que cueste”. En ese camino hacia su objetivo, el restaurante se ha convertido en una “ventana al mundo”, un lugar donde poder hablar “sin pedir permiso a nadie”.
A unos metros de nosotros, Firas y Sadek comparten palabras y sonrisas. Ambos proceden de Damasco y ambos llegaron a París años antes de que empezara la revolución. El primero de ellos es también pintor, aunque trabaja a media jornada en el restaurante, “para ganar algo de dinero”. “Llegué a trabajar como fotógrafo para la mujer del presidente, pero tuve que poner un límite y me fui”, confiesa. Sadek Abou Hamed es periodista en France 24. “Un compañero francés me preguntó si la revolución siria es laica. Yo le respondí que los valores por los que allí se lucha son mucho más simples: dignidad y libertad”, analiza con la diligencia de un profesional experimentado. “La irrupción de grupos islamistas radicales ha empeorado la imagen, pero la base de la rebelión sigue ahí”, añade. “El islamismo es el pretexto que ha encontrado occidente para no hacer nada”.
Firas se levanta corriendo. “Disculpa que me vaya, pero es que los viernes jugamos a fútbol”. A unos metros de allí, el equipo sonríe, grita, se abraza. Al Batin, Houssam, Khaled y muchos otros. Todos ellos se conceden un instante de júbilo y alegría, un paréntesis a “la revolución que se convirtió en guerra”. Un momento para olvidar el dolor y las ausencias. Gracias al señor Ahmad y su pequeño refugio, de aroma a especias y sabores intensos, todos ellos han encontrado un lugar para la libertad. Para construir, o tal vez cocinar, la libertad del pueblo sirio.
« Me vuelvo libre, en el verdadero sentido, sólo gracias a la libertad de los demás: cuanto mayor es el número de personas libres que me rodea y más profunda y más grande y extensa su libertad, más profunda y mayor se torna la mía » Mijaíl Bakunin