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La leche que le dieron al gato escaldado

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Fernando Navarro Sordo

Torre de BabelCultura

A menudo, sucede que para aprender una lección hace falta antes haberse llevado un buen susto. Sobre todo cuando somos críos. Un día, logré por fin acariciar el perrito coker de mi vecino, tal y como deseaba desde hacía tiempo, cuando de pronto se puso a ladrarme mostrándome sus amenazantes uincisivos. Casi me hago en los pantalones del susto. Al día siguiente, empecinado, volví de nuevo a las andadas tratando de acercarme al perro maléfico.

Mi vecino alemán, me espetó con sorna: ein gebranntes Kind scheut das Feuer (“niño quemado debe temer al fuego”). Ante lo que rreaccioné rascándome la cabeza sin haber comprendido demasiado. Cuando le relaté a mi madre lo sucedido, me contestó en turco: “el que se quema los labios con la leche hirviendo termina soplándo hasta en el yogur” (Sütten az yanan yourdu üfleyerek yer). Ahí es cuando empecé a ver más claro.

En Gran Bretaña también, como me explicó más tarde mi profesor de inglés, se aprende a base de mordiscos y picotazos. En la isla de Albión, el proverbio reza que “una vez tocado, dos veces desconfiado” (Once bitten, twice shy). En Rusia, el autóctono se muestra aún más temeroso, no sólo desconfían “de la corneja, sino también del arbusto” ( ().

En el sur de Europa, se piensa de inmediato en un gato para poner en palabras esta experiencia. Chat échaudé craint l’eau froide, dicen en francés, lo mismo que en castellano: “Gato escaldado del agua fría huye”. En catalán se usa una ligera variante: “gato escaldado se basta con agua tibia” (gat escaldat, amb aigua tèbia en té prou).

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