La izquierda será europea o no será
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Fernando Navarro Sordo"La izquierda está en crisis" es una frase muy usada desde hace 30 años. ¿En crisis? Lo que es seguro es que la izquierda europea ha cambiado y sigue haciéndolo, buscándose una identidad que tarda en definir.
Qué es la izquierda? A lo largo del siglo XX fue fácil contestar: significaba movimiento obrero + intervención del estado en la economía + extensión de la protección social + voluntad de superación del capitalismo. En los casos más complejos nos encontrábamos con dos partidos – uno comunista y otro socialista se disputaban el primer puesto en la representación de dicha clase obrera-. En los casos simples, un único gran partido –socialista o socialdemócrata- hegemonizaba el espectro de la izquierda.
Hoy la izquierda es "plural", se ramifica cual olivo, es rojiverde, o incluso arcoiris. Sus lazos con el mundo obrero han perdido exclusividad e intensidad. Quiere ser moderna. Y quien dice moderno dice… ¿liberal? En todo caso, es en relación a un paradigma liberal dominante como debe posicionarse, encontrándose en desventaja. Lo prueba el desmantelamiento progresivo del símbolo triunfal de las ideas socialdemócratas tras las crisis de los años 30’ y 40’: el Estado del Bienestar.
Paradigma liberal
El modelo ha sido puesto de modo progresivo en cuestión, sobretodo desde la crisis de los años 70’ y la consagración simultánea del neoliberalismo. Los cambios acaecidos en las sociedades occidentales y la disminución numérica de la clase obrera también han puesto de su parte en este asunto, forzando a los partidos a reorientar sus discursos y ampliar la base de su electorado hacia las clases medias en expansión. Estos cambios sociales han engendrado nuevas tendencias dentro de la izquierda: los años 80’ han visto afianzarse a la izquierda ecologista; los años 90’ la de un altermundialismo contestatario que aún persigue estructurarse. Toda una competencia para la izquierda tradicional. Después, el derrumbamiento del comunismo en 1989-91 asestó también a la izquierda no comunista el golpe que consagró al liberalismo como nuevo modelo de referencia a escala mundial. Incluso ahora, 10 años más tarde, aunque la escuela de Washington no esté tan de moda, el modelo liberal abanderado por los estados Unidos, motor de la economía mundial, sigue dominando.
De pronto, ser "moderno" y fiel a sus orígenes a un tiempo, seguir siendo "de izquierdas" sin parecer un desfasado, es el gran problema de la izquierda actual. Desde esta óptica sí se puede decir que la izquierda está en crisis. En crisis de identidad. Lo prueba asimismo la asunción del programa de la Tercera Vía por ciertos grandes partidos de izquierda tras el impacto de sucesivos y amargos fracasos y años de cuestionamientos. La transformación del partido laborista británico, radicalizado en su día ante los golpes sobre la mesa del thacherismo y aislado después por esta radicalización, es muy ilustrativa. El caso no tan extremo del SPD de Gerhardt Schröder, también demuestra que, en las condiciones actuales, sin aggiornamento ideológico, la izquierda corre el riesgo de quedar marginada.
Fracaso constatado
Este cambio de orientación parte de la conciencia del fracaso de las tradicionales políticas de izquierda. No sólo no convencen ya al electorado, sino que su puesta en práctica se ha vuelto harto complicada o imposible debido al peso creciente de los flujos financieros y monetarios transnacionales. Salida de emergencia para todos, pues, hacia estrategias nacionales de desarrollo económico, que ya eran norma incluso para esa izquierda oficialmente fiel al internacionalismo. En tiempos de economía mundializada, sólo la cooperación internacional puede dar resultados. Para los escépticos valga el traspiés del experimento Mitterrand de 1981-82: mientras que en 1981 los socialistas franceses creyeron poder ignorar aún la coyuntura internacional lanzándose en una política de "todo a babor", tan sólo un año más tarde se vieron forzados a adoptar medidas de "rigor" en una maniobra neoliberal en dos tiempos para salvar las cuentas públicas y un franco que al final no escapó a la devaluación.
¿Cuál es la alternativa? Hacia mediados de los 70’, socialistas y socialdemócratas europeos establecen un nuevo interés europeo. La izquierda ya había sido desde el principio partidaria de la creación de un mercado común concebido para optimizar el desarrollo de las economías nacionales. De modo que lo redescubre entonces como potencial sustituto de sus proyectos nacionales embarrancados. La idea: crear a nivel europeo lo que se veían forzados a desmantelar a nivel nacional, con economía de escala.Así, socialistas y socialdemócratas terminan por aceptar el Plan Delors –un socialista– para la articulación de un mercado común, a pesar de la esencia liberal del proyecto. Con la creencia de que al final lo social acabaría por imponerse, el resto de la izquierda, reticente en un principio, con los Verdes a la cabeza, se adheriría también a esta Europa convertida en reguladora y garante del modelo social (y medioambiental) europeo.
Cuestión de poder
¿En qué ha quedado la Europa social hoy por hoy? Si ha habido avances con los Tratados de Amsterdam y de Niza, las expectativas de entonces quedan lejos. Las competencias comunitarias en materia social siguen siendo limitadas, y pocos asuntos se deciden por mayoría cualificada. ¿Porqué? Porque la izquierda europea aún se encuentra demasiado dividida, ideológica y nacionalmente. No es suficientemente europea, en suma, a pesar de sus declaraciones. Ejemplo: el limitado impacto de la "ola rosa" de finales de los 90’ (entre 1996 y 1999, nos encontrábamos con 13 gobiernos de izquierda sobre 15, de los cuales 11 presididos por socialistas), ya sea sobre el contenido social de Amsterdam o sobre el desarrollo general de la política social a nivel europeo, manifestando la reticencia de los líderes nacionales a la hora de transferir a otros lo que constituye su capacidad de negociación. Otro ejemplo lo constituye el Partido de los Socialistas Europeos, que alberga a la izquierda socialdemócrata de la UE pero en el que todo está decidido por los líderes de los partidos nacionales en función de sus objetivos locales. Todo discurso político sigue, por otro lado, siendo nacional incluso cuando las decisiones se toman en Bruselas. Los líderes de los partidos en el gobierno acceden, en efecto, por la vía nacional a un poder sin precedentes, pues las decisiones adoptadas en Bruselas son de difícil contestación por parte de los parlamentos nacionales. De modo que no les interesa que las cosas cambien. Si una vía estrictamente europea de acceso al poder, mediante una parlamentarización de la Unión, por ejemplo, viera el día, muchos políticos nacionales temerían con razón verse excluidos. Sin contar sus carencias idiomáticas y su desconocimiento de los otros países. Acaso un problema generacional.
Europa... o Blair
Sea como sea, para la izquierda europea hay pocas alternativas. Si no sigue los pasos de Blair –a fin de cuentas apóstol de la soberanía nacional detrás de sus declaraciones europeas, y que propone la única vía nacional creíble- deberá formular un verdadero proyecto social europeo y reanudar con el federalismo del que tan promotora se siente. No será gratis, pero si no amanece una verdadera izquierda europea, entonces puede prescindir de su adjetivo “social”. Sin control de la economía la izquierda no es nada, y las políticas económicas nacionales son una quimera. Todo se juega en Bruselas.
Translated from La gauche sera européenne ou ne sera pas