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La Izquierda se muere de gusto

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La crisis de identidad y de poder en la izquierda europea acaso no sea el resultado de un fracaso en su recorrido histórico, sino la consecuencia de su incapacidad de volver a empezar desde el principio.

No existe votante conservador alguno que esté dispuesto a renunciar a uno sólo de los derechos que desde hace 180 años ha implantado la izquierda europea. Quede con esto zanjado el debate de si izquierda o derecha son mejores la una que la otra: cada opción traduce en la esfera política uno de los dos instintos connaturales al Hombre; por un lado el instinto de conservación, y por otro el de superación. De ambos participa cada individuo a su manera. Dicho esto, sumida en una crisis de identidad y de poder, la izquierda revisa su Historia y reconsidera sus objetivos desde hace años. Experimentos fallidos como el de la “Tercera Vía”, o la asunción de objetivos propios del neoliberalismo económico, apenas son efímeros ropajes que mal esconden la desorientación de una izquierda democrática que, a la caída del muro de Berlín, había cumplido casi todas las tareas autoimpuestas desde mediados del siglo XIX.

Un currículum aceptable

¿Se acuerdan de las 40 horas semanales y las “tres 8”: 8 horas de trabajo, 8 de ocio y 8 de descanso? Pues ya vamos por las 35. Ahora y entonces, fueron partidos de trabajadores quienes implantaron el sistema y, aunque en Francia se cuestione la medida de Aubry, en Europa avanza con sigilo su aplicación: hace tres años que la Administración Pública de Andalucía implantó en su seno dicha jornada laboral.

¿Quién articuló la escolarización obligatoria y universal? Fue el progresista francés Jules Ferry. ¿Quién puso sobre la mesa la “Ostpolitik” y la distensión a la hora de enfrentarse a grandes conflictos de política internacional? Resultó ser el socialdemócrata alemán Willy Brandt. Durante los más de 20 años de historia del IDH (Índice de Desarrollo Humano) editado por la ONU, el primer puesto ha sido ocupado por países gobernados por la izquierda; hoy, un año más, Noruega ocupa dicho puesto de honor. Una noche de 1985, en Bruselas, Jacques Delors concertó una cena –una encerrona- para que Felipe González expusiera a Khol, Mitterrand, Soares y los escépticos gobernantes de Italia, Irlanda y Grecia, su visión de la solidaridad europea, y de los postres salió la Europa de los Fondos de Cohesión multiplicados, la de la PAC reducida a la mitad, la del calendario para llegar a Maastricht, a un mercado y una moneda comunes. Divorcio, aborto, matrimonio y adopción entre homosexuales…, son históricas reivindicaciones y materializaciones de los partidos izquierdistas. ¿Qué hubiera sido de los derechos sindicales si la izquierda europea no se hubiera emperrado en constitucionalizarlos rígidamente, empezando por la Grundgesetz alemana de 1949 o la Constitución italiana de 1948? ¿Quién, sino la izquierda se ha encargado de separar Iglesia y Estado en países como Grecia, España o Portugal al término de sus bochornosas dictaduras?

Volver a empezar

No obstante, desde el año 2000 la izquierda europea ocupa escasos gobiernos estatales; desde 1989 se avergüenza de su pasada indulgencia frente al bloque comunista; desde los años 80’ viene adoptando obsesiones ajenas, como las privatizaciones indiscriminadas, la retirada del Estado de la economía, el ajuste presupuestario anual indistintamente en periodos de crecimiento o de recesión… etc. Cada partido izquierdista, en cada país, defiende una política sin concertación entre ellos. Mientras en España se defiende la retirada de tropas de Irak, en Polonia se bendice la actuación estadounidense; mientras la izquierda alemana pretende desmantelar la industria energética nuclear, la francesa la defiende.

Buscan nuevas ideas y nuevos objetivos, cuando lo que tienen que hacer es adaptar su filosofía primigenia a los nuevos tiempos. Suya es la idea básica de crecer en base a una competitividad no basada en bajos salarios sino en innovación; no es casualidad que el objetivo de Lisboa lo auspiciara en el 2000 un gobierno de izquierdas, y que ahora se encuentre al pairo. Debe abanderar el pacifismo por el que el mítico Jean Jaurès murió asesinado en 1914, tanto como necesario nos resulta ante el unilateralismo de los Estados Unidos. Los 3 primeros países europeos en reconocer el sufragio femenino fueron los progresistas Finlandia, Noruega y Dinamarca; hoy los gobiernos más paritarios se encuentran en Escandinavia y España: ahora el reto puede ser el de igualar los derechos civiles de heterosexuales y homosexuales. Los partidos de izquierda –tradicionalmente volcados sobre la ciencia económica-, deberían recordar que el capitalismo funciona gracias a la deuda y que, por tanto, el déficit cero a ultranza supone un suicidio a fuego lento. Socialismo y Liberalismo económicos son filosofías hermanas herederas de la Ilustración; no sólo no son antagónicas, sino que una presencia y regulación Estatal en la economía nos puede acercar algo a la utopía de la igualdad en el mercado. Es más, sin ecologismo no hay mercado.

La Izquierda es internacionalismo

Por último, la izquierda no debe olvidar el internacionalismo que la vio nacer: es la mejor receta para ahondar en la construcción europea como ya lo ha hecho con la creación de un mercado común, de leyes comunes, de una constitución siempre reivindicada por la izquierda (perdida la cuenta de manifiestos y artículos en pro suscritos desde hace 15 años por Delors, Fischer, Prodi, Soares, Jospin o González de quien hemos tomado prestada la frase que da título a nuestro artículo). Mismas obligaciones, mismos derechos para todos los ciudadanos europeos. Fiscalidad, escolaridad, laboralidad, derechos sanitarios, defensa de consumidores por igual en Suecia que en Eslovenia. ¿Acaso no fue un socialista –Victor Hugo- quien planteó por vez primera aspirar a los Estados Unidos de Europa?