La Guerra del hielo.
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Artículo escrito por Marx-Erwann Gastineau, traducido al español por Frédégonde Rudolf
En el Parlamento Europeo, sesión plenaria de marzo 2010
A bordo de su navío, atravesando los hielos del Norte, la bandera estrellada enarbolada con orgullo, la exploración americana avanza en tierra hostil.
Cubierto de los colores rusos en uno de sus flancos submarinos, el Ártico está listo para convertirse en escenario de guerra, la guerra de los gigantes.
Para semejante remake de la Guerra de las Galaxías, versión terrestre, habrá que esperar. Aquí tenemos más bien el preludio de una lucha de intereses bajo los auspicios de una rivalidad económica teñida de ecologismo. Como punto de mira, el Ártico y sus recursos naturales.
Presentemos la situación. El Ártico se ha regalado una « cura de juventud » desde que el deshielo ha hecho más grande la potencialidad de explotación de su « esqueleto », rico en gas y petróleo. Allá las temperaturas del aire han aumentado dos veces más de que el promedio mundial-un 34% de deshielo en 2007-, provocando así, mediante un fenómeno de retroacción vinculado a la disminución del nivel de nieve, una intensificación del recalentamiento climático. De hecho, al Oeste y al Noroeste, nuevos pasos marítimos se han abierto. Lo que basta para suscitar algunas codicias, pero también muchas preocupaciones.
Reunidos en el seno del Consejo del Ártico, rusos, americanos, canadienses o noruegos coordinan sus acciones en los hielos del norte y eso desde la declaración de Ottawa de 1996. Y de la Unión Europea, ¿qué? Hay que retroceder a noviembre del 2008 y a una comunicaciónde la Comisión para vislumbrar los brotes de un interés comunitario para el Ártico. Aunque aquel asunto pareciera estancarse, el Consejo de Asuntos exteriores lo ha relanzado a finales del año 2009, adoptando un conjunto de conclusiones que edificaba los principales ejes de la política de la Unión. ¿Quién lo impulsará? Frente a la recién Alta Secretaria de Asuntos Exteriores, Catherine Ashton, los parlamentarios tenían que pronunciarse sobre la necesidad o no de un comisario específico en las cuestiones árticas.
La sombra de un nuevo fracaso internacional
Además, los parlamentarios no dejaron de señalar sus preocupaciones. El « peligro ecológico » obtuvo así, con mucho, su cuota de audiencia. Por lo demás, éste ha sido consagrado en el rango de prioridad por la Unión europea en el marco de la política marítima integrada. De este modo, se preconiza una explotación sostenible de los recursos con -en primer lugar- el deber de protección del Ártico, de acuerdo con su población. Cabe recordar que las tierras nevadas del norte -desde un punto de vista demográfico- no tienen nada que ver con su pareja del sur, la Ántartida, ya que unos 4 millones de sus habitantes son autóctonos. Por consiguiente, muchas evidencias se imponen. Ansiosa por entrar en el juego, la Unión europea debe ante todo esbozar su « plan de ataque ». El Ártico es una verdadera leonera: del porvenir de las poblaciones autóctonas -a las cuales se trataría de asociar respetando su libre autodeterminación– hasta el asunto ecológico, pasando por la imprescindible entrada al Consejo; tantas cosas por debatir, tantas reuniones por comentar, tantas convenciones por establecer para esperar existir... Problema: el consejo del Ártico niega a Europa. Aunque tres de su miembros forman parte de ello (Dinamarca, Finlandia y Suecia), toda la Unión Europea pretende integrar aquel círculo cerrado. Siendo rechazada la primera solicitud para el mero estatuto de observador, los próximos meses podrían efectivamente convertirse en un verdadero momento crucial.
Consciente de que cualquier lucha contra el recalentamiento climático no es viable sino a través de una concertación mundial, la Unión Europea pretiende hacer de su entrada al Consejo del Ártico una rampa de lanzamiento para su política « ecoló-eco ». Una política cuyo adagio « ashtoniano » «hallar un equilibrio entre explotación y protección » diseña oficialmente los contornos. Tras la cumbre de Copenhague, humillante para toda la comunidad de los 27, parece que la Unión Europea, que había dejado de lado mucho tiempo las aguas del Ártico, se está despertando aprovechando esa lucha geopolítica que habrá de ser intensa. Eso lo demuestra claramente el « golpe de fuerza » de Rusia en 2007 en la escena geopolítica internacional cuando una expedición de científicos había plantado la bandera rusa en las profundidades del Ártico. Según la agencia gubernamental americana especializada en los hidrocarburos, el cuarto de los recursos mundiales de petróleo -hasta 10 mil millones de toneladas de hidrocarburos- se halla en esa zona. Aquí es donde se situa el nervio de la guerra. La Unión Europea pretende así recuperar el contacto con Rusia tras las numerosas tensiones que se desataron acerca de los « asuntos orientales »: política europea de vecindad, crisis del gas... A esa voluntad tenemos que añadir un hecho que encarna totalmente esa histeria que rodea el interés por los recursos septentrionales, el asunto de la escalada militar, especialmente de Canadá para proteger el « trozo » de Ártico que le corresponde por derecho. Algunos de los parlamentarios no dejaron de recordarlo.
Otros señalaron con desparpajo el don de ubicuidad que persigue Europa. ¿A qué vendría al Ártico? Turbada por Copenhague, vacilante en Kaboul, a la expectativa con lo referido a Gaza...tiene sentido la pregunta. Hace poco más de un siglo, la colonización de Marruecos se parecía a una « guerra provinciana ». Los Estados europeos, potencias imperialistas, exportaban sus rivalidades al último país independiente a los recursos codiciados. ¿Meros tratos entorno al Ártico o conflicto neocolonial tipo tercer milenio entre Estados acostumbrados a las justas del « soft power » y a la competición económica globalizada? Pese a estos aspectos hiperbólicos, el enigma presenta los sombríos ascendientes de un verdadero test para la Unión Europea en cuanto a su capacidad de hablar a una voz para hacer frente a uno de los desafíos vitales de su porvenir: el desafío energético.