La generación de la esperanza en Israel
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Hoy, una nueva generación de jóvenes en Israel (el 42% de la población) surge bien formada, ilusionada, con ganas de pasar página y cambiarle la cara a un país que mira demasiado atrás.
Israel, la tierra prometida, el Estado hecho a sí mismo, el hogar de las víctimas del Holocausto y del terrorismo, como sus dirigentes se encargan de recordar a diario, es algo más que un puñado de seis millones de habitantes anclados en la memoria y el victimismo. Sus jóvenes quieren ser los israelíes de la modernidad y de la esperanza, y lo reivindican conjugando las mejores tradiciones del país con un progreso desconocido.
Hambre de cambio
Yaakov, 23 años, taxista y estudiante de Derecho en la Universidad de Tel Aviv, puede ser el ejemplo de ello. De madre yemení y padre ruso, se declara agnóstico aunque de cultura judía y niega con la cabeza cuando se le pregunta por el tradicionalismo de su país. “Eso no pasa con los jóvenes, están los ultraortodoxos, como en todo, y los hijos de los colonos, ésos sí que no rompen un Sabat (día festivo de los judíos) por nada del mundo. Pero los demás…” ¿Qué hacen los demás? “Pues divertirse hasta que amanece, ir a exposiciones, ligar y estudiar mucho”, enumera riendo. Y predica con el ejemplo: abrazado a su novia Sheera, se bebe una Guinness en el Molly Bloom, uno de los pubs irlandeses más emblemáticos de la capital israelí. A su lado, decenas de jóvenes que parecen sacados de París, Madrid o Polonia. La diversión de vanguardia, forjada con bares de diseño y restaurantes muy europeos, se completa con una corriente cultural que está revolucionando el país, de la que los jóvenes son los protagonistas: desde el Ballet Nacional Kibbut, a percusionistas como Mayu Mana, los músicos Noa, Gil Dor o David Broza, y el último descubrimiento, el Tel Aviv Trio, entre la clásica y el new jazz.
Desengaño político
Sin embargo, aunque en el plano festivo y cultural la juventud del país sea una galaxia en expansión, lo hace a costa de un creciente desencanto por la problemática política. El 67% de los menores de 30 años “no tiene interés” en la política, según una reciente encuesta del diario Haaretz, el de referencia en Israel. En las elecciones que se han de celebrar el día 28, las tres cuartas partes del 46% de abstencionistas que avanzan las encuestas serán jóvenes. La mayoría, seguirá la tendencia nacional y entregará su voto al Kadima del moribundo Sharon y a los laboristas del sindicalista Peretz. “Los partidos no nos ofrecen más que enfrentamientos, rencillas, pero no solucionan, por ejemplo, el problema de la precariedad laboral”, lamenta Ira, amigo de Yaakov, que se cuela en la conversación. Las cifras le dan la razón: el paro juvenil roza el 18%, los salarios vienen marcados por la precariedad y para sacarse un dinero extra para estudiar apenas les queda la salida por la que el país se sostiene: la seguridad. De los estudiantes universitarios que trabajan, el 74% está empleado como vigilante, ya que en Israel en cada centro comercial, en cada bar, es obligatorio registrar y pasar el detector de metales a cada cliente. Es la paranoia del terror.
Sensibilizados y comprometidos
En paralelo al alejamiento de la política se está viviendo otro curioso fenómeno: el interés creciente en la labor de paz de las ONG. Asociaciones como Paz Ahora, clave para redactar los Acuerdos de Ginebra y convocante de las mayores manifestaciones a favor de un Estado palestino que ha vivido Israel, han surgido del doble abono de las ansias de paz de los universitarios de Haifa, Jerusalén y Tel Aviv, y de la muerte de Isaac Rabin a manos de un extremista judío. Junto a la avenida Nordau, en Tel Aviv, Matan, voluntario de Cruz Roja, trata de explicar esa voluntad creciente de consenso: “Los jóvenes han crecido en un país en desarrollo, cuando sus padres y abuelos lo pasaron muy mal para levantar el país. Nos ha tocado ver al de enfrente, al palestino, como alguien con derechos, que de vez en cuando nos ataca, pero que merece su tierra. Nosotros tenemos la nuestra, y nos basta. Ahora es tiempo de promover el diálogo”, dice quien, a sus 27 años, ha tenido ya cuatro ocasiones de recoger los restos de sus compatriotas, machacados por los atentados.
Un corazón para todo
Como se ha puesto serio de golpe, propone tomar un kebbab en los tenderetes que copan las calles israelíes y rebajar la tensión. De camino, poniendo el tono frívolo, empieza a pararse en cada escaparate. “Mira, yo he vivido siete meses en Londres y cuando vengo aquí y veo las horteradas que visten muchas mujeres me pongo enfermo”, dice mirando un vestido de novia verde rebosante de pedrería. Y es que, precisamente, ha dado aquí con una de las claves contradictorias de los nuevos israelíes: cada vez más abiertos, cada vez más progresistas, pero cada vez más casados, porque la institución de la familia no cede un ápice. Los divorcios apenas aumentan, mientras que sí se disparan las bodas. “Qué quieres, tenemos un corazón que da para todo, para ser modernos y tradicionales, para creer en Dios y en el dios del surf al que honramos en Netanya, para hacer folk y rock. Somos como Israel, una buena mezcla que el mundo aprenderá a querer”.