La Frontera Oriental de la UE. Nuevo Telón de Acero
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eduardo g. garcésPolonia es la nueva frontera oriental de la UE. Existen ya nuevas políticas migratorias para proteger el fortín del bienestar, pero en la región fronteriza el nuevo telón de acero deja a los pequeños comerciantes sin sustento.
“El muro de Berlín sigue vivo” proclama Wojciech Sadurski, columnista del diario Varsoviano Rzeczpospolita, “sólo lo han alejado un poco más hacia el este, a la altura del río Bug”. Tras la ampliación, ha recaído sobre Polonia, con sus 1143 km de frontera exterior -la más larga de los nuevos estados miembro-, el papel de vigilante del castillo del bienestar europeo. Varsovia ha solicitado a Bruselas 1100 millones de euros hasta 2006 para el control de fronteras y el desarrollo de infraestructuras. Por ahora, ha recibido 200.
En Przemyl, ciudad fronteriza, pocos son los que comparten la euforia europea del gobierno. Muchos tienen familiares al otro lado de la frontera. De hecho, la parte occidental de Ucrania perteneció a Polonia antes de la II Guerra mundial. Tras la esta, esa región que durante siglos había sido un todo, social, económica y políticamente, como también en el aspecto religioso, fue dividida arbitrariamente. Tras el desplome de la Unión Soviética, los familiares a ambos lados de la frontera podían visitarse sin ningún tipo de requisito formal. En palabras del alcalde de Przemysl, Tadeusz Sawicki “toda la región se ha beneficiado de la política de fronteras abiertas”. Proliferaron rastrillos por doquier en los que los ucranianos vendían tabaco y vodka a cambio de bienes de consumo polacos. Polonia recibía mano de obra barata para la construcción y para la agricultura. Todo se ha vuelto mucho más complicado con la ampliación y el consecuente aumento de la vigilancia fronteriza. Han sido sobretodo las “hormigas” -así es como se conoce en Polonia a los porteadores que cruzan la frontera- las que mayores pérdidas han sufrido.
Los porteadores de Kaliningrado se enfrentan al abismo
Lo mismo le ha sucedido a muchos comerciantes en la ciudad fronteriza rusa de Bragationovsk, antigua Eylau prusiana. La mayor parte de la población obtenía su sustento del comercio transfronterizo, y a menudo había dejado a un lado su profesión inicial cualificada porque el salario no era suficiente para mantener a sus familias. Llevaban tabaco, gasolina y vodka al otro lado de la frontera, bienes bastante más caros en Polonia, y regresaban con telas baratas, cuero turco o zapatos para ser vendidos por las mujeres en el mercado de Kaliningrado. Casi todos en Kaliningrado vivían del beneficio aportado por estas transacciones. 3 ó 4 dólares al día eran un gran salario. Desde la incorporación de Polonia a la UE, los que entren al país con un visado oficial solo pueden llevar consigo gasolina, un litro de alcohol y un cartón de tabaco. Aproximadamente 15000 personas cruzaban la frontera a diario antes de la ampliación; ahora una de cada diez familias que subsistían gracias al comercio en la frontera se enfrentan a un incierto futuro puesto que las ofertas de trabajo en el enclave ruso se cuentan con los dedos de las manos.
Cruzar la frontera a cualquier precio
La cara amarga de este nuevo telón de acero entre los estados ricos de Europa y los antiguos miembros de la Unión Soviética no se siente en ningún lugar con la misma intensidad que en el puesto fronterizo de Terespol y Brest, puerta natural de entrada desde la CEI (Comunidad de Estados Independientes) hacia Occidente. Más de la mitad del tráfico ferroviario y por carretera dirigido hacia Europa desde el Este está sujeto a inspecciones aduaneras. Los oficiales encargados de las mismas no están preparados para aplicar las nuevas regulaciones que la ampliación ha acarreado. A duras penas alguno tiene una leve idea sobre las leyes comunitarias en materia de aduanas. Además, ese mismo personal carece de los medios técnicos para poder inspeccionar el gran volumen de mercancías que por allí transitan.
Incluso con anterioridad a la ampliación, había días en los que se formaban colas de miles de camiones y hasta los turismos tenían que esperar cerca de 24 horas para cruzar la frontera. La única manera de acelerar la espera es llegar a un acuerdo con la mafia local. Un conductor puede pasar la barrera por 100€. De todos modos, el control fronterizo tiene problemas más serios. A pesar de encontrarse extremadamente mal equipados, la policía polaca consiguió detener el año pasado una media de 500 inmigrantes en el área de Przemysl, entre ellos vietnamitas, afganos y tamiles. “La frontera nunca estará completamente sellada” admite Janusz Rogacz, jefe de control de fronteras polaco. “El tráfico de humanos es sencillamente demasiado lucrativo”. Los traficantes ganan entre 2000 y 15000 dólares por inmigrante. También reciben el apoyo de algunos polacos que esconden a los inmigrantes por una módica cantidad. El negocio no podría funcionar sin la corrupción: los agentes fronterizos ucranianos hacen la vista gorda alegremente por un “suplemento salarial” de 40 dólares al mes.
El periodista Wojciech Sadurski tenía razón cuando decía que el muro de Berlín aún no había caído. Desde la ampliación, en la nueva frontera oriental de la UE, la ley de la selva está de parte de aquellos que tengan más dinero en los bolsillos. El nuevo telón de acero vive cobrándose a los más débiles como victimas.
Translated from EU-Ostgrenze: Der neue eiserne Vorhang