La forja del 'yo' mediante el idioma
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Diana Rodríguez GonzálezCuando hice las maletas y partí hacia Madrid, lo hice con miedo. Llevaba varios años sin hablar español y sabía que el idioma y la comunicación estaban a punto de cambiar. Naturalmente, el idioma es importante para moldear la identidad, por lo que era como una representación de mí mismo: esa persona que gradualmente había llegado a conocer y amar estaba a punto de cambiar y distorsionarse ante mí.
Tras revolver los polvorientos rincones de mi memoria en busca del español que aún recordaba, me topé con dos verbos bastante comunes y útiles: "tengo que" y "puedo". Estos habrían de ser los dos pilares de diálogo sobre los que sustentaría mis conversaciones, o, por decirlo de otra manera, los huevos con los que prepararía mi tortilla. A continuación, desarrollé casi una nueva forma de arte en la construcción de frases que las incluyeran. Si quería beber algo, decía: "¿Puedo beber algo?"; si quería ir con alguien a ver una exposición: "¿Puedo ir a ver la exposición contigo?". Este tipo de formaciones parecían ser reflejo de poca confianza, a menudo necesitaban que una fuente externa confimara si mis acciones eran aceptables. La expresión compasiva con que me contemplaban era más apropiada para un hombre atravesando una crisis personal.
Dos identidades diferentes
Por otra parte, si iba a hablar de una acción futura, siempre era algo que "tenía que hacer".
– ¿Este fin de semana? Oh, tengo que jugar al tenis.
– ¿Y después de eso?
– Tengo que ir a beber con un amigo.
Notaba la preocupación que reflejaban sus rostros. ¿Quién obligaba a este pobre inglés a hacer todas esas cosas? ¿Acaso no puede elegir sus propios actos sin la ambigua amenaza de esta compulsión de horarios que penden sobre su cabeza? Vislumbré mi propio reflejo y me entristeció esa visión de un personaje a punto de desmoronarse, habitado por dos identidades diferentes, dependiendo de qué verbo era el más apropiado. Ninguna de ellas me gustaba especialmente.
Necesitaba un cambio y las expresiones idiomáticas parecían ser la respuesta. Cualquiera te dirá que el mayor placer de un profesor de idiomas es cuando a uno de sus alumnos le sale sola una de estas expresiones. Quizás mis compañeros y amigos estarían igual de encantados con las mías. Aprendí tres que podría reciclar fácilmente:
- "Como perro en barrio ajeno".
- "Borracho como una cuba".
- "Armarse una gorda".
Me parecía que lo bonito era que, si tenía una noche movida, podía soltar las tres en la misma conversación, en un deslumbrante alarde de coloquialismo. Al principio, empecé a dejarlas caer en la conversación de manera sutil y a menudo me encontraba con una expresión de desconcierto. Esto lo achaqué a mi fuerte acento, quizás no me entendían correctamente. Pronto empecé meter con calzador una o dos en cada conversación. Mientras mi interlocutor hablaba, mi mente se esforzaba desesperadamente por elucubrar una respuesta que de alguna manera incluyera una borrachera o un follón. Sin saberlo, estaba materializando el estereotipo inglés del hooligan. Y lo que es peor, pronto me enteré de que esas expresiones no eran ni siquiera españolas: eran sudamericanas. A pesar de mis mejores intenciones, aquí estaba, sumido en un ciclo tumultuoso, siempre alardenado de borracheras y peleas con expresiones que ni siquiera eran muy conocidas. Después llegó la soledad.
Durante un tiempo, me refugié en mi caparazón mientras intentaba desterrar estas imágenes negativas. Aunque el silencio a menudo se asocia a la timidez, yo lo veía como una oportidad. En inglés, las palabras a menudo me salen a borbotones, como si estuvieran impulsadas por unas ganas desesperadas de soltar las muletas y volver a ganarme la liberación y la aceptación del mundo exterior. Mi lengua ostenta su propia autonomía. En español, sin embargo, pude dar un paso atrás y reevaluar mi enfoque. Antes era un hombre de muchas palabras desperdiciadas, ahora me propuse ser un hombre de pocas y sabias palabras. El punto de inflexión llegó, como suele pasar, en Navidades.
Durante una comida en un restaurante, me pidieron que dijera unas pocas palabras. Después de haber tomado varias cervezas, un poco achispado y con ansiedad, me puse en pie delante de una multitud de compañeros de trabajo nativos. No es que estuvieran clamando pero parecían expectantes por lo menos. En vez de hablar sin parar como podría hacer en inglés, inspiré profundamente y presté la debida atención a cada palabra.
“Me siento bien. La comida está caliente y las cervezas son gratis. ¡Vamos a celebrarlo!”
Un discurso corto, hay que reconocerlo, pero fue recibido con calidez. Tomé asiento y llegué a una innegable conclusión. Esta noche, la simplicidad sería mi salvadora.
Los idiomas son como la pértiga de limbo en una fiesta
Así, llegó la creación de un yo que puedo tolerar. Una combiación de palabras cuidadosamente escogidas, pausas más largas de lo normal y miradas nostálgicas y elocuentes. Un hombre filosófico y pensativo, un hombre que dice lo que piensa y piensa lo que dice. A menudo ni siquiera tengo que completar las oraciones. Puedo empezar a expresar tranquilamente mis sentimientos respecto a algo y justo cuando llego al clímax, empiezo a buscar la palabra apropiada. Antes de que la espera se vuelva incómoda, mi amigo termina la frase con una palabra que a menudo me cuesta reconocer y una mirada de entusiasmo. “Exactamente”, proclamo. Somos como dos almas en la misma longitud de onda.
Si el idioma es una barrera, se alza como la pértiga del limbo en una fiesta. Es difícil, un reto, con la posibilidad nada desdeñable de quedar como un tonto. Sin embargo, puedes valerte de la agilidad para evitarlo. Mi idioma se forja y se dobla igual que lo haría tu cuerpo bajo esa pértiga a ras de suelo. Nadie grita "a ver cuánto puedes doblarte" y, por lo general, nadie te anima al final de una frase. Lo que ambas cosas tienen en común es la satisfacción que se siente al adaptarse. Puede que mi yo inglés no reconociera a mi yo español, pero es necesario evitar el suicidio semántico y recrear un personaje como parte del proceso de asimilación.
Translated from Forging a sense of self through language