La fiesta de los vecinos
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Cuando me encargaron escribir un artículo sobre lo que se conoce como la “fiesta de los vecinos” para el blog de “la parisienne”, me lo tomé tan en serio que decidí organizar yo mismo mi propia fiesta en un edificio que, hasta ese momento, no tenía ni idea de qué iba la cosa.
Lo primero que hice fue pegar un cartel con una lista para que se fueran apuntando todos aquellos vecinos interesados en participar y quedar todos en el portal, sobre las 20:00 h. del martes 27 de mayo. Para romper el hielo, y el “sindrome del folio en blanco”, me inventé un vecino imaginario: Jean Paul, que sería el primero de mi lista.
Dos días más tarde vi que ya se habían apuntado seis o siete personas... La cosa pintaba bien y es que un pequeño grupo de valientes siempre hace que el resto se decida antes de que llegue el día “D”, y eso que justo un día antes de la fiesta me enteré de que había aparecido otro cartel convocando a los vecinos a las 20:30 h en el jardín de los bajos del edificio. ¡Uff, una fiesta alternativa!
Al llegar el día en cuestión, justo antes de las 20:00 h. yo ya no las tenía todas conmigo, porque hacía un frío que pelaba, había empezado a llover y el dichoso segundo cartel amenazaba con cargarse directamente mi convocatoria.
Cuando bajé al portal me crucé con los culpables de aquel boicot y, muy educadamente, me invitaron a unirme a su fiesta porque ¡....hacía tan malo! Al llegar, vi que otros vecinos ya habían tomado posiciones, se iban presentando a medida que iban llegando, mientras los anfitriones sacaban pizzas, y otros llegaban con especialidades gastronómicas portuguesas...En fin, que el aperitivo empezó con un ambiente distendido y con comida como para un regimiento. Yo, entre tanto, aprovechaba para justificar al pobre Jean Paul que no iba a poder llegar a tiempo para dar buena cuenta de todas aquellas delicias culinarias.
Todo el mundo parecía estar disfrutando de lo lindo en una reunión que nada tenía que ver con el frío “hola, ¡qué tal?” del ascensor. Además, como ninguno nos conocíamos de antes, se evitaba el tener que aguntar a los amigos pelmazo que en cuanto nos ven nos dan la turra con unas historias que no nos interesan ni lo más mínimo.
Al final, creo que la convocatoria resultó la ocasión ideal para conversar con gente nueva, de otra generación, de otra procedencia, e incluso con alguna que otra abuelita, además de tener la oportunidad de conocer de primera mano los últimos chascarrillos del barrio, intercambiar impresiones sobre sitios adonde ir un sábado por la noche, si se come bien en tal restaurante y, sobre todo, compartir el disgusto de la subida del alquiler, uno de los puntos en común de todos los asistentes.
A la una de la mañana, uno se empieza a dar cuenta de que la fiesta está llegando a su fin y que al día siguiente hay que madrugar, ¡...menos mal que la casa está cerca!, así que juramos y perjuramos que no vamos a esperar a organizar una nueva fiesta para reunirnos otra vez y es que, si ya cuesta un triunfo poder quedar con algún colega que vive en otro barrio de París, ¿por qué negarnos a compartir un montón de buenos momentos con los que viven justo al lado de casa?
Autor: Guillaume de Pauw
Traductor: Alberto De Francisco.