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La escuela no es la iglesia

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El Estado con vocación nacionalista ha encontrado en la educación religiosa un arma de adoctrinamiento. En España y Europa, asistimos a un peligroso retroceso de la enseñanza laica.

Una historia del laicismo

Tras el alzamiento nacional en Europa de los Estados-Nación como unidad de poder y de perpetuación de sistemas monárquicos, llegan las revoluciones que sitúan como átomo último de ese sistema al ciudadano, y no al pueblo o reino en sí, y marcan la diferenciación de poderes, separando también a la Iglesia del Estado y proclamando el Estado laico. La religión es elección del individuo, pues ahora es un individuo racional, maduro y, sobre todo, libre. Esto es bien aceptado en la mentalidad protestante y en la racionalista francesa, pero será rechazado en los ámbitos católicos.

Francia fue el centro de esta revolución ilustrada, racionalista. La razón de los ciudadanos sería indispensable para crear un Estado justo y racional. Por tanto, la educación fue una preocupación constante de los ilustrados. Y la educación basada en la razón y el conocimiento científico, y de todo punto laica, era una condición indispensable para esa ciudadanía madura y libre recordemos el aforismo kantiano de atrévete a pensar .

El caso español y la Institución Libre de Enseñanza.

Desgraciadamente, en España, y hasta nuestra actual democracia, sólo encontramos una manifestación de este concepto laico y moderno (en el sentido histórico del término) de la educación en la célebre Institución Libre de Enseñanza, que en el Madrid de la República acogió a alumnos como Lorca, Cernuda o Dalí, y a profesores como Antonio Machado. El franquismo, con su visión mítica de España como recuperación de la unidad imperial (Reyes Católicos), impuso lo que se vino a denominar el nacional-catolicismo: religión, nación, estado y educación unidos en un mismo proyecto totalitario que duró cuarenta años. La religión, por tanto, va unida al concepto de nación como parámetro cultural esencial de la misma, pero el Estado es y debe ser la superación de la nación y, por tanto, de la religión como holística y justificación nacional.

Nuestra actual Constitución reconoce el laicismo de nuestra educación y la aconfesionalidad de nuestro Estado. Estas condiciones eran ineludibles para el encaje español en una Europa laica y moderna, y hasta Turquía hace gala de un laicismo militante. Pero en la España del PP, las cosas han cambiado. Siempre evitando hábilmente vulnerar la Constitución, el actual gobierno se ha dotado de armas suficientes para impulsar un solapado nacional-catolicismo suave, pero que está calando como una lluvia fina y larga. Las crecientes subvenciones a la enseñanza concertada de carácter religioso, el deterioro consentido de la educación pública, y unas reformas en materia de educación que sitúan a la religión como asignatura curricular con el mismo peso que la lengua o las matemáticas van en esa misma dirección.

La reconquista del nacional-catolicismo

A eso debemos añadir ciertos atropellos graves y significativos que la actual derecha consiente. El Ministerio de Educación sigue pagando los sueldos de los profesores de religión, pero es la Iglesia quién los escoge o, lo que es más grave, expulsa a su antojo en función de ciertas situaciones como las de divorcios o vidas personales incómodas o incompatibles con la fe cristiana. Esto supone unos juicios morales sobre la intimidad de las personas inadmisibles en un Estado laico. Por otra parte, la orden católica de Los Legionarios de Cristo, a la que pertenece Ana Botella, esposa del presidente del gobierno, José María Aznar, y concejala de Asuntos Sociales en el Ayuntamiento de Madrid, se expande por la capital comprando colegios laicos e imponiéndoles su disciplina católica de separación de sexos y demás obligaciones hasta el momento inexistentes en esos centros. A los padres se les da la oportunidad de cambiar de centro a sus hijos, pero esto es a veces dificultoso o imposible y el derecho constitucional de libre elección de enseñanza queda vulnerado. Además, la actual legislación tras la última reforma educacional llamada Ley de Calidad de la Enseñanza abre la posibilidad de que ciertos tics de la enseñanza religiosa se puedan imponer en centros públicos, como, de nuevo, la separación de sexos en los colegiosetc

En el caso español, existe un claro retroceso en el sueño ilustrado de una educación laica y racional. En España y en la UE, los debates sobre multiculturalismo, el derecho de otras religiones a expresarse libremente en centros de educación y otras problemáticas derivadas de la sociedad polimorfa que se nos avecina, no se van a poder afrontar con solidez si se plantea la educación como campo de guerras religiosas y como cruzada cristiana. Sólo desde una enseñanza totalmente laica se van a poder resolver los problemas de choque de culturas y religiones que vienen con los procesos migratorios. Por eso asusta que la derecha española, hoy preponderante y vanguardista en la Unión Europea, y junto con algún homólogo europeo, promuevan una Constitución Europea donde se establezca una esencialidad cristiana al viejo continente y eso dé carta blanca a legislaciones educativas cada vez menos laicas.