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“Hombres buenos”, última novela de Arturo Pérez­Reverte

“La cultura es el único antídoto frente a la vileza” “Hombres buenos”, última novela de Arturo Pérez­Reverte

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Sevilla

Contar historias y contarlas bien, la esencia de la literatura y del periodismo. La materia con que trabajan los mercenarios de la palabra para, en un caso, hacernos soñar con un mundo mejor y para, en el otro, explicarnos cómo funciona en el que vivimos. Dos oficios antiguos, envilecidos por algunos, que Reverte ha practicado con “honradez”, como esos personajes de novela que tanto le gustan.

El pasado miércoles, 25 de marzo, la Fnac de Callao (Madrid) le dedicó toda una noche para él solito. Una noche mágica y muy especial para todos aquellos que nos refugiamos en sus palabras cuando arrecia la tempestad. “Nadie dijo que fuera fácil”, nos decía Arturo Pérez-Reverte en un artículo de 2007 que hemos leído cientos de veces cuando nos faltaban las fuerzas.

“Sabes ya que puedes ser feliz a tu manera y no a la de otros, con tus libros, con tus películas, con tu familia, con esos amigos que no sabes cuánto tiempo van a durar y por eso aprecias tanto, con la mirada serena que ahora posas a tu alrededor, en la calle, en el trabajo, en la vida. En la muerte.”; nos recordaba, como bálsamo para los momentos atribulados, en ese artículo que guardaba como un tesoro la chica que iba delante de mí en la cola de la firma de libros. Me hubiera gustado saber qué sintió Reverte al verla sacar de su mochila el recorte de la revista guardado en una de esas funditas de plástico y darselo para que lo firmara. Pero eso fue rozando las doce y media de la noche y la magia había comenzado mucho antes.

La cita era a las 9. “La noche de Arturo Pérez­Reverte” habían llamado al evento. Los carteles anunciándolo inundaban la tienda. El rojo de la portada de “Hombres buenos”, su último libro, el que había venido a presentar, estaba por todas partes. Eran las 7 de la tarde y la cola ya era bastante considerable. “No puede ser para ver a Reverte”, pensé; pero sí lo era. “Lo siento, pero el aforo es limitado y ya no vais a poder entrar, podéis verlo en streaming en el hall o hacer la cola para la firma”, explicaba pacientemente una chica menuda con aspecto de tímida a eso de las 8. Era asombroso y reconfortante a la vez que toda aquella gente estuviera allí por un escritor y por un libro que habla de “patriotismo cultural”, de esa creencia en que sólo la cultura puede ayudar a los pueblos a prosperar.                                                                                                                                                                                                            La música, casi celestial, del libanés afincado en Madrid Ara Malikian sirvió para amansar a las fieras impacientes de tanta espera o frustradas por no caber en el Forum de la FNAC. Su violín y su sonrisa hipnotizaban de tal manera que uno se olvidaba de lo que había ido a hacer allí y sólo existían la paz y la serenidad que salían de sus acordes.

Manual de supervivencia en el siglo XXI

“Hombres buenos” es una “novela extraordinaria”, afirmó en su presentación el también escritor y periodista Antonio Lucas, sobre la España que pudo ser y la que quiere ser y no dejan que sea, un “quinqué para alumbrarnos esos lados oscuros que ni sabíamos que existían”. “¿Fue el XVIII la mejor época fracasada de España?”, le pregunta en un diálogo entre amigos que destila admiración y un profundo respeto mutuo. Y Reverte le dice que estuvimos “a punto”, que teníamos un rey que leía, con unos consejeros que creían en la educación del pueblo como motor de progreso; pero que “tropezamos con el altar y la esperanza se perdió”.

Una esperanza que nos sigue hablando hoy. “La novela se fue convirtiendo poco a poco en una luz para iluminar el presente”, asegura Pérez­Reverte, aunque no la empezó con esa intención. Pero lo que propugnaban los enciclopedistas sigue siendo válido en el presente, por eso, “Hombres buenos” es un “manual de supervivencia en el siglo XXI”.

El bibliotecario Don Hermógenes Molina y el almirante Pedro Zárate son los dos hombres buenos elegidos por la Real Academia Española en el siglo XVIII para traer las luces de la “Encyclopédie” de Diderot del otro lado de los Pirineos. Esta empresa no será nada fácil. Ésa es la historia que late en esta novela en la que París es un personaje más y en la que Peréz­-Reverte juega como nunca con la realidad y la ficción en un relato metaliterario muy interesante.

Dice Pérez­-Reverte que la novela es la primera que acaba con una sonrisa. Y estoy segura de ello porque una fría tarde de principios de febrero me senté junto a él en el Café Gijón y allí estaba, con un café solo y una botella de agua, corrigiendo meticulosamente “Hombres buenos”. Dice que esta novela ha sido muy terapeútica y que le ha devuelto parte de la compasión y de los afectos. “Buenas tardes, Don Arturo, ¿escribiendo otra novela?”, le preguntaron aquella tarde del Café Gijón dos señoras. “Corrigiéndola”, respondió él con una amplia sonrisa cargada de ternura. “¿Y cuándo sale?”, insitieron. “En marzo”, y devolvió la sonrisa. “Pues que tenga tanta suerte como con las anteriores”. En ese momento, supe que como lectora había vivido un momento único y que cuando leyera “Hombres buenos” (aunque en aquel momento no tenía ni idea del título del libro) habría también una parte de mí en él.

“El día que enterraron a mi padre”, responde Reverte a una pregunta de Lucas sobre su “desafección por el género masculino” (“y de parte del femenino”, matiza el escritor), “alguien dijo que era un hombre honrado y un caballero”. “Y de esos hay”, añade, “sabes que están ahí” y eso ayuda a seguir. Aquí no puedo evitar emocionarme porque yo misma acabo de enterrar a mi padre hace algo más de un mes y, sin duda, estaba en esa lista.

Cultura como antídoto frente a la vileza

“¿Reverte se ha dado una tregua?”, le pregunta Lucas. “La historia lo requería”, afirma circunspecto. “No soy un artista, soy un escritor profesional y esta vez me he dejado llevar”, explica. “Antes teníamos una excusa histórica: no podías elegir, nos habían hecho así. Ahora no. Ahora el que es analfabeto es porque quiere. Y cada vez sientes menos compasión y eso es peligroso; así que he querido curarme”.

Por eso, los libros son los protagonistas de esta historia. Porque la cultura es “el único antídoto frente a la vileza”. La cultura es la solución para Pérez­Reverte y, si no puede serlo, al menos ha de ser “un refugio, un consuelo”. Uno de los hombres malos de la novela es el periodista Manuel Higueruela. “En periodismo hay mucha gente repugnante y la prensa también ha sido un instrumento de represión”, afirma el periodista que pasó 21 años de trinchera en trinchera.

“¿Cómo ves el periodismo hoy?”, le pregunta Lucas. “Sin prensa estamos perdidos, sigue siendo necesaria”, comienza su reflexión. “El papel sigue haciendo falta como sedimiento. El problema es que los medios han obligado a los periodistas a tomar partido. Ahora hasta el becario está obligado a dar la puntadita en su crónica. Ya no hay mercenarios honrados”, asegura. “Había más libertad incluso durante el franquismo. Ahora hay ideología hasta para narrar un suceso”, continúa. Y concluye: “Hay poca esperanza, pero es necesario. Estos tíos sólo le tienen miedo a eso”.

Con la cola para la firma llegando desde la cuarta planta a la planta baja, el vestíbulo de la Fnac deja de ser un espacio frío de gran superficie para llenarse de la gallardía de la esgrima. Jesús Esperanza, director de la escuela de esgrima Ateneo de Madrid, y el actor Kike Inchausti recrean el duelo que Pérez­-Reverte cuenta en sus “Hombres buenos”.

Ya sólo quedaba esperar unas cuantas horas para poder charlar unos minutos con el escritor que mueve masas con la cultura como estandarte. Quizás, después de todo, aún hay esperanza.