La alternancia política pasa por Europa
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Marion CassabalianEntre modernidad y arcaísmo, la clase política turca va y viene, impidiendo cualquier mejora democrática y facilitando el inmovilismo. LEl compromiso de Europa podría cambiar la situación.
«¿Es modernidad el hecho de acostarse con un niño muerto en la barriga?», se pregunta la escritora Adalet Agaoglu a través de una de sus heroínas.
Turquía descubrirá rápidamente los limites de la modernidad que eligió sin malas intenciones desde 1923. En medio de las contradicciones íntimas entres las potencias de la creación (humanismo: innovación, creación, democracia) y los poderes políticos o religiosos verticales (soberanía, identidad, tradición), los turcos vivieron una experiencia directa y definitiva al final de la segunda guerra mundial, cuando se cambiaron al multipartidismo.
Efervecencia popular y democrática
En 1940, se crean los Institutos Rurales, 21 centros de formación dispersados por toda Anatolia. El objectivo: responder a la necesidad de desarrollo real, es decir rural, del país. De la racionalización agrícola, se pasa al dominio cultural y al educativo. Los Institutos, autogestionados, crean bibliotecas e introducen a Shakespeare y a Balzac en Anatolia. Existen clases de noche para una población de adultos mayoritariamente analfabeta. Los educadores, elegidos y formados localmente, enseñan luego sus conocimientos a estudiantes de todos los pueblos de los alrededores. El país conoce entonces una gran efervecencia popular y democrática. Pero es inquietante. Desde 1946, la contrarreforma empieza con golpes y prohibiciones. Los Institutos están vistos por el poder vigente como una fuente de agitación marxista. Y como una amenaza por los nobles locales sobre los cuales la oposición, después de la apertura multipartidista, pensaba apoyarse (lo que luego se conocerá como el nacimiento de la derecha turca).
En 1954, se cieran los Institutos: la efervescencia democrática desencadenó una reacción conservadora clásica que la sacrificó sobre el altar del pluralismo que se tranformó en la máscara democrática formal de una pelea entre modernismo autoritario vertical y conservadurismo de los nobles rurales (feudales) arcaícos.
La derecha, a menudo dividida
Empieza entonces una espiral de tensiones y de crispaciones crecientes en las que el país todavía está sumergido: en dos décadas hubo tres golpes de Estado (60,71,80). El paisaje político quedó fijado en marcos todavía validos hoy en día. Por una parte, el nacimiento imposible de una izquierda moderna, democrática y popular (destinada a vivir el mismo fracaso que los Institutos) que le obliga a alternar entre revolución/represión; la violencia de los grupos de extrema derecha; el retorno inevitable de una izquierda soberanista, progresista pero autoritaria, cuyo mejor representante es el Estado y el CHP (Partido Republicano del Pueblo), antiguo partido único y hoy en día único partido de la oposición parlementaria.
Por otra parte, la dominación constante (por lo menos sociológica) de los partidos de la derecha desde la apertura al pluralismo. Una derecha a menudo dividida, a veces unida, pero siempre cercana al sentimiento religioso (desde los más moderados hasta los más islamistas). La última reunificación, y quizás la más completa ya que integra a las posiciones islamistas, es la del AKP (Partido de la Justicia y del Desarrollo) actualmente en el poder. El enfrentamiento entre AKP y CHP refleja, en parte, la persistencia de esta pelea estéril e inmóvil sobre temas de los que se recuerda solamente lo simbólico (velo islamico, enseñanza religiosa, cuestión kurda...).
La cuestión europea es vital
Pero este enfrentamiento entre progresismo escleroso y conservadurismo social proviene de una concepción ambivalente de la modernidad, a medio camino entre soberanía o identidad y democracia. La idea es parecerse al occidente moderno, borrar las diferencias que por otra parte Turquía pone en valor para definirse: ésta es la mayor contradicción, en la que la modernidad se transforma en un ideal lejano y abstracto, que hay que mantener a cualquier precio para algunos, u olvidar totalmente para otros.
Conviven entonces dos conservadurismos, el uno modernista, el otro tradicionalista, pero ambos interesados por las potencialidades que ofrece una democracia real (el AKP en lo que se refiere a la cuestión femenina, el CHP en lo que se refiere a la cuestión kurda, por ejemplo). Jamás traicionan esta representación fija, esta mirada de medusa, que el occidente tiene de oriente, como realidad social y cultural estática.
Por eso, la cuestión europea es vital para una Turquía que tanto proyectó su destino en occidente, eligiendo por sí misma, ejemplo único, una representación que tiende a excluirla.
Posición paradójica que sólo podría solucionar la adhesión, tan esperada, a la UE (o a su promesa), ayudando al desarrollo y abriendo un camino real hacia el progreso social y político. En eso, la lucha hacia Europa que libra actualmente el AKP engaña la vieja oposición prometiendo una verdadera florescencia democrática. ¿Una potente alianza de los turcos de la izquierda turca y de los kurdos, esbozada pero todavía marginal, podría ser su germinación?
Translated from L’alternance politique passe par l’Europe