¿Jenízaros europeos en Oriente Próximo?
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Todo indica que Turquía se halla destinada a formar parte de la UE. A pesar de las exigencias de los funcionarios europeos y las posturas contrarias de los sénior, los jóvenes políticos quieren que Europa llegue hasta el Cáucaso.
No hace falta remontarse a la toma de Constantinopla de 1453, para constatar el grado de articulación entre Turquía y el resto del continente europeo. Ya desde 1964 existe un acuerdo de Asociación entre UE y Turquía, un tipo de acuerdo que ha marcado siempre la antesala de los procesos de adhesión a la UE con respecto de sus países vecinos. No en vano, Turquía es candidata desde 1987: mucho antes que los inminentes nuevos socios del mes que viene. Existe en vigor, por otro lado, un acuerdo de unión aduanera desde 1995 entre ambos que, puesto que se tiende a tratar a Turquía como a un extraño enfermo, diremos que evoluciona favorablemente. Aún así, Turquía se siente maltratada y así lo ha puesto de manifiesto muchas veces (véase su plante en la conferencia Europea de Londres en 1998), lo que no le ha impedido estar –todavía con un pie fuera y otro dentro- en los expedientes de preadhesión desde ese mismo año.
Diferencias con los partidos sénior
Hoy por hoy, la evolución de su expediente a ojos del ciudadano medio europeo sigue siendo ambigua, indeterminada: está al pairo. Los representantes de las juventudes políticas europeas, aparentemente, enarbolan un mismo credo y un análisis invariable, que sorprende a veces por su desmarque con respecto de propuestas de sus partidos en representación parlamentaria. Las juventudes del Partido Popular Europeo (YEPP), con su presidente Daniel Bautista a la cabeza, manifiestan su apoyo a la eventual entrada de Turquía en la UE, lo cual no deja de asombrar a la vista de las declaraciones que algunos dirigentes del PPE mantuvieron hace un año con respecto al Apocalipsis comunitario que supondría este ingreso.
En este terreno nadie se desmarca: las juventudes socialistas europeas del ECOSY, en sintonía con lo que el PSE defiende, aboga por la entrada de Turquía sin salirse de las normas marcadas para todo ingreso. También aceptan esta idea los Verdes y los jóvenes liberales de centro del
LYMEC. Estos últimos, con gran pragmatismo, exhiben, antes que las condiciones para la entrada, los beneficios que ello tendría para ambas partes, entre los cuales no falta el aprovechamiento del mercado potencialmente más grande con el que se contaría dentro de la UE.
Ventajas para la UE
A instancias de Aloys Rigaut, -tesorero del LYMEC- la entrada de Turquía “supondría una garantía de estabilización y de afianzamiento de los derechos humanos en la región oriental europea así como en el Cáucaso”. Pero va más allá y, rechazando la necesidad de que Europa se convierta en un exclusivo “club cristiano”, opina que con Turquía dentro, la integración de los musulmanes se volvería más sencilla. Rigaut valora especialmente el baluarte-OTAN que representa Turquía para la defensa de los valores de Occidente (y de sus intereses, habría que añadir). En este mismo sentido, desde YEPP se aconseja no subestimar la posición geoestratégica del país en cuestión, cuyo gobierno, se añade, no aceptaría un estatuto especial de asociación.
Los brazos abiertos, pero con condiciones
En cuanto a la cuestión de las condiciones que deben imponérsele a Turquía para el ingreso, se insiste lacónicamente en el mantenimiento del modelo existente hasta hoy, sin privilegiar ni dificultar en modo alguno su recorrido, en palabras de Ief Janssens, vicepresidente de ECOSY. Estas condiciones, a saber, siguen siendo las enunciadas en Copenhague en 1993: instituciones estables garantes de la democracia y primacía del derecho –algo en lo que Turquía avanza notablemente-; respeto y protección de las minorías –sobre lo que Turquía empieza ahora a moverse-; y una economía de mercado viable y con capacidad de hacer frente a la presión de la competencia, así como la capacidad de asumir el acervo comunitario –extremos, estos, que aún están poco desarrollados-. En relación a este último punto, la confianza expresada por LYMEC puede quizás verse fundamentada en la presencia solapada de un núcleo fuerte de políticos liberales en el gobierno islamista moderado de Recep Tayyip Erdogan.
Por su parte, Jacopo Moccia, portavoz de ECOLO J –plataforma de jóvenes ecologistas en la órbita de los Verdes europeos-, pone el acento en “el respeto de los Derechos Humanos como condición primordial para la entrada en la UE”. Se lamenta de la persecución del pueblo kurdo, de la arbitrariedad de las fuerzas de seguridad del Estado Turco y cuestiona la independencia del poder judicial de un país en el que el procedimiento de petición de asilo es deficiente y cuyos militares proyectan aún una sombra bastante alargada sobre el poder político. El mismo Jacopo Moccia aprovecha para sugerir que la UE aplique para sí la misma vara de medir que aplica a los demás: “incluyendo la Carta Europea de Derechos Humanos en el preámbulo de la Constitución, garantizando así la protección de las minorías y los derechos sociales a todo residente en la Unión”.
Por último, desde YEPP se afirma que “lo más difícil será convencer a la opinión pública” europea sobre el ingreso de Turquía, visto el peligro en el que se incurriría -según los jóvenes conservadores europeos- de paralización del proceso de integración de otros países. Pero ¿existe una verdadera corriente de opinión pública en contra de la adhesión de Turquía? Lo veremos en las urnas.