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Israel después de Ariel Sharon

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La precipitada salida de la escena política de Ariel Sharon inaugura una nueva era en Israel plagada de interrogantes: Palestina, Siria e Irán. Primer round: 28 de marzo, fecha de las elecciones legislativas.

El ingrediente imprescindible en cualquier capítulo de la Historia de Israel es sin lugar dudas el sobresalto. El abuelo “Arik”, como llaman cariñosamente al primer ministro israelí, Ariel Sharon –muerto políticamente tras un infarto cerebral–, ha tenido el mismo final que sus antecesores. El cargo de primer ministro en Israel parece estar indefectiblemente tejido a la maldición: Isaac Rabin terminó asesinado; Eskhol, enfermo. El resto, derrotados en los comicios o exiliados de sus propios partidos. La salida de escena de Sharon ha sido tan inoportuna como inesperada, y se ha producido en el momento más dulce para su recién creado partido centrista Kadima (en hebreo, “Adelante”), que tiene ante sí el reto de demostrar a escasas semanas de las elecciones que, pese al mazazo de su orfandad no es un partido personalista, sino un proyecto creíble, estable y con el apoyo suficiente no sólo para ser mayoría en el Knéset -el parlamento Israelí-, sino para continuar con la Hoja de Ruta para la Paz de Sharon con idéntica autoridad y diligencia con que se ha venido haciendo en los últimos años.

El reto de Israel ante la comunidad internacional

La comunidad internacional espera con impaciencia al sucesor de Arik. Ariel Sharon, tradicionalmente cercano a la ultraderecha, y que incluso había tildado a la Unión Europea en alguna ocasión de “antisemita”, experimentó un viraje ideológico en los últimos años en los que además de hacer ciertas concesiones a la comunidad árabe, puso en marcha uno de los proyectos más importantes en el largo y tortuoso proceso de paz con Palestina: el désengagement, que suponía el desmantelamiento de varias colonias de judíos en la Franja de Gaza –sumida en la actualidad en una situación de caos incontrolable- y la histórica devolución de territorios a la Autoridad Palestina. La decisión le costó su salida del Likud, el partido que él mismo fundó tras abandonar el ejército en 1973, pero le reportó el reconocimiento de la comunidad internacional. Durante una alocución en la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado mes de septiembre, el Primer Ministro Israelí reconocía por primera vez el derecho de los palestinos a disponer de una administración territorial propia.

La victoria de Netanyahu al frente del Likud, o la del líder de los laboristas, Amir Peretz, en las elecciones del 28 de marzo, podrían suponer la paralización de este enésimo intento de culminar con éxito el proceso de paz con los árabes. Numerosos especialistas y la prensa local coinciden en señalar a quien ya fuera Primer Ministro, Simón Peres, como una de las claves del desenlace de los comicios hacia uno u otro lado. Peres, fichadoin extremis por Sharon para Kadima, y hasta hora incorruptible a los cantos de sirena de los laboristas es hoy por hoy quien -según las encuestas- aportaría al partido de Sharon mayor número de escaños en el Knesset: un total de 42. Las mismas encuestas dan a quien parece ser el sucesor natural de Arik, el ministro Ehud Olmert, 40 escaños en el Parlamento. Así que por ahora sería demasiado aventurado, a más de dos meses vista, hablar de la posible rentabilidad electoral que Kadima obtendría por la “ola de simpatía” que ha levantado la salida de Ariel Sharon.

Diplomacia obliga

Sea quien sea el nuevo Primer Ministro, tiene ante sí no sólo el reto de Gaza y Cisjordania, sino el de mantenerse en pie ante el agravamiento de la crisis con Siria. Aunque sobre todo la amenaza nuclear iraní. El Presidente de Irán, Ahmadineyad, ha expresado públicamente su “deseo” de que Israel sea “borrado” del mapa. El apoyo de la comunidad internacional será por tanto decisivo para la seguridad de este nuevo Israel sin Sharon. La diplomacia tendrá que ser el bastón en que se apoye su nuevo Primer Ministro.

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