Intervencionismo: ¿Un mal necesario?
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A raíz de los últimos acontecimientos ocurridos en diferentes puntos de Oriente Medio y África, nos preguntamos por qué los gobiernos miran hacia otro lado mientras la población sufre a consecuencia de las matanzas étnicas en nombre de la religión.
[Artículo de opinión]
Cada día que pasa nos llegan nuevas noticias de lo que ocurre al otro lado del Mediterráneo, en el continente vecino. En consecuencia, no podemos sino estremecernos ante los hechos que sufren día a día los habitantes que se encuentran bajo la amenaza de los movimientos religiosos extremistas.
Una de las últimas y más impactantes ha sido la matanza de 148 estudiantes en la Universidad de Garissa, en Kenia. Todos ellos profesaban la fe cristiana y murieron a manos de aquellos que pretenden erradicar todo lo que no se corresponda con su particular forma de entender y practicar el islam.
África es un continente que trata de adaptarse a su situación actual pese a sus frágiles leyes y a gobiernos ‘cuasidemocráticos’ que permanecen en el poder por los intereses de las grandes potencias. La situación actual no es un hecho novedoso; un ejemplo es la masacre ocurrida en 1994 en Ruanda en la que se calcula que la mayoría étnica hutu acabó con la vida de entre 500.000 y 1 millón de tutsis. Mientras se cometían crímenes atroces, la prioridad de los gobiernos de países desarrollados como Bélgica, fue la repatriación de sus ciudadanos que se encontraban en el país, dejando a su suerte a la minoría tutsi.
Ciertamente, el hecho en sí se ha convertido en el pan nuestro de cada día y ocurre que vemos, ante una situación lamentable, un hecho poco novedoso que acontece a muchos kilómetros de nuestros intereses. Sin embargo, nos encontramos ante una lección que aún no hemos conseguido aprender o mejor dicho, no queremos hacerlo.
A raíz del exterminio judío cometido por la Alemania nazi, se criticó enormemente la escasa implicación que tuvieron las potencias aliadas y el Vaticano, entonces presidido por el Papa Pio XII, por no condenar ni intervenir ante tan deplorable genocidio. El final de la II Guerra Mundial dio origen a las Naciones Unidas, cuyo fin era salvaguardar la paz mundial, aunque llevado a la práctica no haya actuado de manera efectiva. Es aquí cuando surge la duda: ¿Debemos intervenir o es preferible que cada civilización resuelva por sí misma estas situaciones?
Si hablamos de intervencionismo, hablamos de Estados Unidos. Desde el presidente Truman, la política exterior de este país se ha basado en la participación activa ante los conflictos. Aunque su objetivo entonces era bien distinto al de la actualidad -a principios y mediados de los años 50 fue la lucha contra el comunismo-, podemos ver claros ejemplos que no perseguían dichos fines; conflictos como la Guerra del Golfo o catástrofes naturales como el terremoto de Haití en 2010, entre otros.
El denominador común nunca ha variado y este ha sido posicionarse económicamente. Este hecho, unido al fracaso de algunas de sus campañas más importantes, como la Guerra de Vietnam, ha sido siempre fuertemente atacado por la opinión pública y los medios. El intervencionismo no se ve con buenos ojos porque supone entrar en un conflicto ajeno donde las vidas que se sacrifican son las nuestras y la de otros civiles y militares. Aun así, debemos replantearnos el mirar más allá.
La única e indiscutible verdad es que todos somos culpables de esta situación, de una manera u otra; no somos los que apretamos el gatillo pero a raíz del mundo que hemos creado, somos los que consentimos e ignoramos los hechos que ocurren cada día. La rectificación es el método por el cual podemos reparar nuestros errores. Es cuestión de elegir entre tomar cartas en el asunto o dejar que otros sufran las consecuencias. Ya no se trata del beneficio que adquieran los gobiernos, que es su única motivación para intervenir en una guerra, sino que consiste entre elegir los males del siglo XXI o una realidad llena de barbaridades propias de la Edad Media.
Garantizar las vías democráticas para que los ciudadanos adquieran por sus propios medios los derechos y deberes que se les niega, son los motivos por los que los países con mayor índice de desarrollo deben involucrarse.
Al margen de que los gobiernos actúen por motivos esencialmente no humanitarios, hay que replantearse hasta qué punto resulta necesario mejorar la situación de quien se encuentra desamparado. La no intervención nos convierte a la vez en cómplices de los asesinatos. Europa es capaz de manifestarse y mostrarse moral e intelectualmente superior ante la violencia y la barbarie, como así se observó cuando todo el continente se solidarizó con el pueblo francés tras el atentado yihadista al periódico Charlie Hebdo. Sin embargo, dicha superioridad puede tornarse en hipocresía y vergüenza, cuando las palabras no buscan promover una acción y simplemente son utilizadas para vestirnos de plata mientras otros llevan el color rojo sangre.