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Intérpretes con alarmantes superpoderes

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[OPINIÓN] Ha tenido que aparecer un artículo en el diario alemán Die Welt, para orientar algún foco de atención hacia los intérpretes de idiomas, actores sin escenario, pero determinantes en el protocolo de admisión de los miles de refugiados que llegan a Alemania desde el inicio de esta terrible crisis humanitaria.

El país que más músculo quiere demostrar durante la gestión de la dramática llegada masiva de refugiados no consigue afinar el procedimiento para alinearlo totalmente con sus legendarios estándares de calidad —por no hablar ahora de VW, que también se empeña en enturbiar, por razones bien distintas, el brillo del lema Hergestellt in Deutschland, fabricado en Alemania.

El citado artículo, titulado de forma sugerente —o inquietante, por lo que luego explicaré— «El peligroso gran poder de los intérpretes de refugiados» (Die gefährlich große Macht der Asyl-Dolmetscher), firmado por Virginia Kirst en el conocido medio alemán, encadena hasta media docena de problemas que pueden dar al traste con los esfuerzos germanos de la fase inicial del proceso de acogida. En dicho proceso, todo depende de la «persona que decide» (Entscheiderin), tras una entrevista con cada peticionario. «Sin intérpretes, aquí no funciona nada» llegan a decir en la BAMF (Oficina Federal de Migración y Refugiados).

EXCESIVO PODER SIN HOMOLOGAR

El primero de los problemas es el excesivo poder que acumulan, sin proponérselo, estos intérpretes, pues, por un lado, son los únicos que entienden a ambas partes, algo crucial, y lleno de matices, como es de imaginar. Por otro lado, también son los únicos participantes en este filtro inicial que no tienen ninguna homologación ni reconocimiento explícitos del Estado basados en criterios de fiabilidad o profesionalidad.

La autora no lo menciona, pero si ya hay voces que denuncian la infiltración de yihadistas entre las sufridas oleadas de personas, cómo no pensar en lo arriesgado que sería que esos mismos fanáticos se ofrecieran para facilitar el primer trámite a sus hermanos de armas, en un punto tan decisivo para su llegada a Europa. Un intérprete descontrolado es demasiado poderoso.

Esto enlaza con el segundo problema: la BAMF no se rige por estándares de calidad a la hora de contratar a los intérpretes de algunos idiomas. La Asociación Alemana de Intérpretes y Traductores (BDÜ), llega a decir que, para las autoridades, «basta decir que eres intérprete para ser reclutado», en el caso que nos ocupa. Según recoge Kirst en su artículo, la Oficina Federal lo confirmaría, afirmando que «los únicos criterios son la competencia lingüística y la fiabilidad personal». Mucho poder y mucho riesgo, insisto.

LOS MALOS INTÉRPRETES NO SON SANCIONADOS

La consecuencia lógica de los dos problemas anteriores es el tercero, enunciado en el reportaje como «Los malos intérpretes no son sancionados»; es decir, no se la juegan de ninguna manera; como mucho, si se llega a demostrar que lo hacen fatal, puede que no vuelvan a ser llamados para la tarea. Para colmo, en la propia BAMF ya trabajan varios intérpretes que no pertenecen a la asociación oficial porque no han superado el examen estatal que los homologa como tales. No se libra ni el sistema.

¿Y las tarifas? Llegamos al cuarto problema, en el que la autora compara los 25 a 30 euros por hora que la Oficina Federal puede pagar a estos improvisados intérpretes –muchos de ellos son, en realidad, antiguos inmigrantes que tienen los recursos lingüísticos suficientes para comunicarse en ambos idiomas—, frente a los 70 € que cobra un intérprete oficial, sin incluir desplazamientos o preparación de los casos. Aunque el artículo no sugiere soluciones concretas, sí se pide que se destinen más medios a la capacitación de intérpretes profesionales, especialmente de idiomas como el árabe, el tigriña (idioma oficial de Eritrea) y el somalí, realmente escasos. «Si no hay suficientes profesionales, no podemos censurar a la BAMF por emplear a los que no lo son; sencillamente, no se puede cubrir la demanda», reconocen desde la BDÜ.

CALIDAD Y TIEMPO ESCASOS

El quinto problema es la escasa calidad de las interpretaciones, empeorada por la presión del poco tiempo disponible para las entrevistas. Hay quien no se entera de que le han denegado la solicitud de refugio a causa de una mala interpretación, y no se explica qué es lo que ha fallado. No es cuestión de matices o sutilezas idiomáticas: se trata de personas y de sus futuros.

La serie de problemas termina con la constatación de que muchos de los refugiados desconocen sus opciones legales para defenderse, como la de tener un abogado presente durante la entrevista. Tampoco son conscientes de las terribles consecuencias que un abuso de poder —una mala interpretación— puede acarrearles en su incierto futuro.

El asunto es complejo, y nadie dice que la solución sea sencilla, pero la hay. Estamos a tiempo, espero. Publicar en Die Welt esta lista de problemas puede ser una primera dosis de la kriptonita que se necesita para desactivar los efectos perversos de estos superpoderes.

Por el bien de todos, es preciso regularizar con minuciosidad el ejercicio de esta hermosa profesión en uno de los ámbitos más humanitarios en que puede desempeñarse.