Inmigrantes cachas en Canarias sin futuro
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La inmigración africana a las Islas Canarias vuelve a la carga en primavera. En lo que va de 2008 cuenta con más de 2.400 inmigrantes según la Cruz Roja. Sepamos cómo los recibimos.
En los 25 metros de eslora de un cayuco pesquero africano caben hasta 130 personas apretujadas. La travesía les cuesta entre 300 y 600 Euros. Un precio disparatado para estos viajeros pobres y arriesgados que obvian la probable repatriación, eso sí, con un bocadillo de despedida y un 'regalo' de 120 Euros desde España.
La travesía de Mauritania a Canarias dura cinco días. No digamos desde Senegal o Guinea-Bissau: hasta quince días de olas, vientos, mareos y sol abrasador. Los que no mueren en el intento, llegan con hipotermia, quemaduras y lesiones.
Un tsunami de víctimas llega a España
En 1994 llegó la primera embarcación africana a Fuerteventura. La temporada 2005/2006 batió el récord con 30.000 personas llegadas a Canarias de este modo. Las bandas de tráfico humano siguen burlando los controles fronterizos. Las barcas son blancas si proceden de Mauritania, de colores si lo hacen de Senegal, y ni van equipadas ni llevan suficientes provisiones. “Muchos de los viajeros beben agua de mar durante la travesía. No saben que es peor que no beber nada”, cuenta Austin Taylor, miembro del ERIE (Equipo de Respuesta Inmediata de Emergencia) de la Cruz Roja. Su voz se estremece cuando recuerda las mil gracias que le dan los recién llegados a cambio de un vaso de agua.
El amargo kit de bienvenida
Los que llegan son sobre todo hombres entre 20 y 45 años. Por lo general, es la Cruz Roja la que recibe a estos sin papeles en Canarias. Reparte un kit de ropa, dos camisetas, calzado, un chándal y una manta. Algo de agua, té caliente y unas galletas. Es la parte bonita. Luego, van a la comisaría de la policía. Quién posea documentación, por ejemplo de Senegal, es repatriado en seguida. Los que no la tienen o no la declaran, se van 40 días a los desbordados centros de retención del archipiélago. Pasado este tiempo, se reparten por el territorio español, se les suelta. A buscarse la vida.
“Desde campesinos, cabreros o pescadores, hasta profesores de universidad: de África nos llegan todas las clases sociales”, explica Marta Rodríguez, profesora de español en la asociación Las Palmas Acoge. Esta oenegé ofrece su ayuda a los inmigrantes irregulares cuando salen de los centros de internamiento, proporcionándoles un techo, comida, ayuda jurídica y cursos de idiomas. “Algunos tienen unas ideas muy infantiles de cómo es Europa. Me acuerdo de unos chicos cachas de Liberia". Se ríe un instante y prosigue: “Esperaban un gimnasio con piscina en nuestro centro. ¡Para hacerse deportistas ricos!, decían”.
Europa el desengaño, la patria y el peligro de muerte
Europa, esa palabra mágica, ha perdido el encanto para Edogo. Partió de Nigeria para embarcar a Canarias en 2005. No quiere hablar de esto. Habla poco español. Sus amigos aquí son casi todos nigerianos; comparten piso. Trabaja como peón en una empresa de mantenimiento de caminos forestales. Cuando hace mal tiempo no hay trabajo ni dinero. No tiene contrato fijo. No ha encontrado la felicidad ni de lejos. ¿Regresar a su país? ¿¡Qué diría su familia!? Un fracasado que no ha sabido aprovechar las mil posibilidades de la bendita Europa. ¡Y qué desperdició de billete de ida pagado por la familia! Además, tiene miedo: un amigo suyo volvió a la patria. Nada más llegar, le atacaron para robarle su dinero. De paso, le mataron.
Charqui, de 30 años, llegó desde Marruecos a Canarias en un barco pesquero. El pasaje le costó 1.500 euros. Trabajó de taxista para financiar el viaje al país de sus sueños. Ahora, se siente atrapado. Espera obtener sus papeles. Demostrando tres años de residencia en España, los conseguiría. En cambio, no es tan sencillo: ya tiene una orden de repatriación desde su primera llegada a Europa hace unos años. “En Marruecos hay trabajo, pero no hay dinero”, explica su amigo Driss, de 34 años. Driss se vino porque con los 100 dirhams que ganaba al día -unos nueve euros- tras 12 horas trabajando de mecánico, no podía vivir.
Sin soluciones a la vista
Oumar Kasse, senegalés y ahora casado en Gran Canaria, trabaja en Las Palmas Acoge. Para atacar el problema de la migración, pide acciones de información para los jóvenes en África: “¡La elite y la clase media africana tienen que quedarse en sus países. Si no, se quedan sin sangre, sin cerebros!”, advierte. Austin Taylor, de Cruz Roja, propone inversiones y negocios honestos entre África y Europa. ¿Y a corto plazo? María Jesús Reguera Arjona, trabajadora social de Las Palmas Acoge, conoce un proyecto en Conakry, capital de la República de Guinea: “Muestran vídeos con imágenes drásticas a la población local para advertirles de los peligros de la travesía". No obstante, la ilusión de un sueldo que mantenga a toda una familia atrae mucho y el peligro de muerte no parece tan real.
Juan Antonio Corujo, jefe del equipo de emergencia de la Cruz Roja local, resume: los controles del programa europeo de vigilancia de fronteras, Frontex, han disminuido la cantidad de barcos con inmigrantes que llegan a las costas de Europa. “Hay menos muertos en altamar y menos ganancia para la mafia de tráfico humano”, se consuela su compañero Austin.