¿Igualdad o paridad? Una carrera de fondo que no conoce crisis
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Por primera vez en época de crisis económica, la pérdida de empleo masculino supera, proporcionalmente, a la del femenino. ¿Una victoria para las mujeres? No hay que confiarse, el camino hacia la igualdad de sexos es todavía largo, ¿O debería decir hacia la paridad? Opinión
Las mujeres se empeñan en demostrar que pueden ser como los hombres, ocultando para ello un pensamiento propiamente femenino en todos los ámbitos de la vida. A pesar del esfuerzo, los resultados son ínfimos y, aunque mucho más sutiles, la resistencia y el machismo más recalcitrante se expresan todavía en el mundo del trabajo.
Si tomamos como ejemplo el caso de España, desde la muerte de Franco, la presión feministas hizo que se promulgasen leyes favorables a la mujer, garantizadas en la Constitución de 1978. Tras años de lucha, el Estado se hizo eco de las reivindicaciones de las mujeres y, desde marzo de 2007, la Ley Orgánica sobre la Igualdad se centra especialmente en la promoción de la igualdad entre hombres y mujeres en el trabajo, introduciendo un nuevo término, la paridad, en un intento por considerar las necesidades propiamente femeninas, siendo la más significativa la maternidad. La implantación de muchas de estas medidas se declaró ‘voluntaria’, y es en este término donde se escuda la patronal para no hacer valer la ley.
Paridad o igualdad
Una vez superada la barrera moral de la igualdad, entra en juego el nuevo concepto. El de la paridad, ahora desde una perspectiva menos biológica. Y es que, tal y como reconoce la filósofa francesa Sylviane Agacinski, igualdad implica simplemente los mismos derechos y la no discriminación legal de las mujeres. Pero, en realidad, la igualdad no puede impedir la discriminación. Por ejemplo, la junta directiva de una empresa está compuesta por ocho hombres y dos mujeres, por lo que se puede decir que hay igualdad, pero no podemos decir que hay paridad, pues las decisiones seguirán estando en manos de una mayoría masculina.
La escasa representación femenina en los puestos más altos es todavía muy patente en las grandes empresas, donde cerca del 90% de los miembros del consejo de las principales compañías europeas son hombres.
Continúan las diferencias salariales
‘Salario igual por un trabajo igual’ fue uno de los principios fundacionales de la Unión Europea, mencionado en el Tratado de Roma de 1957 y objeto de una legislación comunitaria en 1975 que prohibía toda discriminación salarial entre mujeres y hombres. Este principio, volvió a ser el núcleo de la campaña del Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo, tras constatar que, a pesar de la ofensiva puesta en marcha desde hace años, en Europa las mujeres ganan un 17,4% menos que los hombres por el mismo trabajo.
Cerca del 90% de los miembros del consejo de las principales compañías europeas son hombres
Según el informe de 2009 sobre la igualdad, presentado por la Comisión Europea, el nivel de empleo de las mujeres está aumentando en los últimos años (un 58,3% frente a un 72,5% de los hombres), aunque aún trabajan por horas con más frecuencia que los hombres (un 31,2% frente a un 7,7%) y predominan en los sectores con salarios más bajos.
Volviendo de nuevo a España, la Encuesta de Población Activa del INE (Instituto Nacional de Estadística español) revela que en el primer trimestre de 2009 la tasa de ocupación es del 69,11% entre los hombres y del 51,51% entre las mujeres. A pesar del 20% de diferencia entre ambas cifras, si se comparan los datos de la evolución del desempleo desde el verano pasado con lo que sucedió en crisis anteriores, se demuestra que es la primera vez que la pérdida de empleo masculino es superior, proporcionalmente, al femenino. Lo mismo está sucediendo en otros países europeos, sobre todo en el Reino Unido.
¿Qué más se puede hacer para mejorar la situación? Según el informe 2008-2009 del Desarrollo de las Naciones Unidas para la mujer, los gobiernos son los responsables de garantizar un mercado que responda a los intereses del bienestar social y la igualdad de género. Ni el activismo de las mujeres por sí mismo ni la autorregulación de las empresas lograrán esos fines. Para proteger sus compromisos en torno a los derechos humanos de la mujer, los gobiernos son los responsables de aplicar controles en este sentido sobre las instituciones del mercado.