Hungría inaugura el dominó de las crisis de gobierno en el Este
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El primer ministro socialista húngaro, el empresario Gyurcsany, anuncia su dimisión tras 7 años en los que no ha sido capaz de realizar las reformas que requiere el país. Su acción esconde mucha estrategia y anuncia una tendencia en Europa central y del este. Chequia protagoniza hoy un nuevo episodio.
El segundo gobierno del socialista Gyurcsany nació muerto. Poco después de inaugurarlo en 2006, se filtraron a la prensa y la población unas conversaciones grabadas en las que asumía que para ganar las elecciones tuvo que esconder la realidad de las dificultades a las que se enfrentaba Hungría y ello le tenía intranquilo. Este empresario húngaro ha liderado un gobierno socialista en coalición con los liberales del Foro Democrático sabiendo que Hungría precisaba de reformas liberalizadoras, pero sin convencer a empresarios y sindicatos.
Todos los analistas húngaros o extranjeros consultados coinciden en que el gran mal del país es la polarización política, que convierte en estéril toda tentativa del Gobierno en llegar a acuerdos con el principal partido de la oposición, el conservador Fidesz, “quien se ha opuesto de manera sistemática a todas las propuestas de los socialistas aún a sabiendas de que eran imprescindibles”, nos explica Gergely Romsics, investigador del Instituto Húngaro de Relaciones Internacionales. Por otra parte, Andras Vértes, director del Think Tank húngaro GKI Economic Research, aclara el verdadero problema húngaro: “El país no tiene una deuda pública por encima de la media europea, ni una tasa de paro o una inflación altas. El problema es que el país depende en un 70% de la inversión privada extranjera y esta se ha retirado con la crisis, dejando la economía húngara sin liquidez y súbitamente paralizada.”
Un país sin pequeño comercio
El problema se veía venir de antaño. El motor húngaro se ha gripado por falta de inversión privada húngara. Se explica por la escasa concentración de capital en manos privadas derivada de cuarenta años de comunismo. No se han aprobado medidas eficaces que incentiven la iniciativa privada, lo que, unido a un sobreendeudamiento de las familias que han querido vivir demasiado deprisa el sueño occidental del coche y la casa propias, ha provocado una dependencia excesiva de los capitales extranjeros que ahora se contraen.
Parar el paso a la derecha
Gyurcsani, en todo caso, es un animal político con ganas de sobrevivir en la escena nacional. Muchos daban su carrera por muerta a partir de 2010. Todo apunta a que proponiendo al liberal Lajos Bokros –ex compañero de coalición gubernamental- como nuevo primer ministro, Gyurcsany desea desactivar el discurso y la feroz oposición contra su propia figura por parte del Fidesz, que entre 1998 y 2002 no supo tampoco introducir reformas liberalizadoras en Hungría.
El Fidesz, que lleva dos años frotándose las manos con la perspectiva de una victoria electoral aplastante en 2010, no podrá oponerse a las reformas de Bokros, histórico político que supo introducir en 1995 las reformas estructurales que consagraron el paso a la economía de mercado en Hungría, el llamado “Paquete Bokros”. Con ello, en un año, podrían verse mejoras económicas que desinflaran la burbuja electoral del Fidesz, que en todo caso promete arrasar en las elecciones europeas de junio.
Amenaza de tsunami político
Aunque los países del este no forman un bloque homogéneo -lo demuestra que todos dejaran en la estacada a Hungría hace tres semanas en su petición a la UE de un plan de 160.000 millones de euros para atajar la crisis en esos países-, este panorama es el clásico que pone en evidencia los errores del pasado y que anticipa nuevas crisis de gobierno en el Este. Los casos más evidentes son el de Chequia y el de Ucrania.
En este último país, la crisis ha propiciado una drástica bajada del precio del hierro y el acero (casi la mitad de sus exportaciones) y de pronto quedan al descubierto las carencias reformadoras de la coalición liberal de Yúshenko y Timoshenko. El riesgo en este país es la aparición de fuerzas extremistas que inciten a la tentación de construir el nuevo Estado con soluciones autoritarias como ya sucede en Bielorrusia.
Por otro lado, al gobierno checo se le ha acabado la munición nacionalista para esconder sus carencias en cuanto a soluciones a la crisis, el martes 24 de marzo se somete a una nueva moción de censura que podría acabar en elecciones anticipadas en plena presidencia semestral de la UE. Sus socios ultraconservadores no aceptan que haya favorecido la ratificación en cámara baja del Tratado de Lisboa y su única alternativa, por surrealista que parezca para unos liberales como los del ODS, es pactar con los comunistas.