Hijos de la crisis, del bienestar y del ego: los libros de la generación Y
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Inés CendónEl año pasado, dos libros alemanes describieron la generación de las personas entre 20 y 30 años. A una autora le damos pena; la otra arremete contra nosotros. Solo se ponen de acuerdo en una cosa: la situación no puede continuar tal como está.
Nuestra vida es una contradicción única, una discrepancia con nosotros mismos. Disponemos de dinero y de padres agradables, billetes de avión y smartphones, amigos y conocimientos de lenguas extranjeras. Solo nos falta una cosa: esperanza. ¿Cómo demonios es posible que pase esto?
Dos libros se propusieron el año pasado desentrañar las causas de la situación. Ya era hora de que hubiera un retrato generacional detallado: la revista Spiegel nos bautizó “los hijos de la crisis”; el periódico Zeit, “los tristes ambiciosos”. Nos callamos ante estas acusaciones, solo para lanzar la nuestra propia muy puntualmente con el movimiento Occupy y el pacto fiscal.
Meredith Haaf no tiene más que ofrecernos que un encogimiento de hombros. Ha titulado su libro Heult doch, (Llorad) acompañado del subtítulo “De una generación y sus problemas de lujo”. Por su parte, Nina Pauer nos manda al psicólogo, donde tartamudeamos, lloramos, tematizamos. Nos diagnostica trastornos de personalidad y depresiones. Wir haben keine Angst (No tenemos miedo), llama ella a su “Terapia de grupo de una generación”. Y, de alguna forma, ambas tienen razón.
La protección de uno mismo
Todos están de acuerdo en los hechos: ayer todo era mejor, hoy puede empeorar en cualquier momento. Ahí están el cambio climático, la destrucción de las selvas tropicales, el terrorismo, el desempleo juvenil, el desarrollo demográfico. Lo sabemos y no nos da igual. Solo que no podemos cambiarlo. Pero tenemos miedo. Lo único que podemos proteger es a nosotros mismos. Por ello, nos marcamos nuestro propio ritmo y acabamos perfectamente engarzados como engranaje del sistema. No se os ocurra creer que vale la pena, o que no nos repugna. Somos conscientes de la contradicción. Y cuando nos quedemos solos y solo se oiga el silencio, nos habrán derrotado por partida múltiple. O subimos un vídeo de protesta a Facebook, que cada uno lo supera como puede.
Se puede sentir lástima por nosotros, como Nina Pauer. Anna, representante de nuestra generación, se deshace en lágrimas una tarde en el regazo de su madre. Porque hay mucha presión en el trabajo. Porque no duerme desde que tiene el trabajo nuevo. Porque la oficina es súper estresante. O se nos puede machacar, como hace Meredith Haaf. “No hay nada malo en esforzarse al máximo para dar lo mejor de uno mismo y todo eso”, escribe. “Pero sí en creer que el rendimiento individual es el único comportamiento posible y que se premia, como mucho, con un par de alternativas de consumo más”. El problema está en que seguramente la mayoría de nosotros les daría la razón a ambas.
“Qué enfermo está el mundo, ¿no?”
Tenemos miedo de los contratos temporales, pero no queremos atarnos; sabemos que va siendo hora del postmateralismo, pero seguimos comprando diligentemente; nos gustaría salvar el mundo, pero no sabemos cómo. Y en el caso de que lo intentemos, abandonamos enseguida, porque los niños siguen muriendo en África y es evidente que los casquetes polares no se están derritiendo más despacio. En lugar de eso, nos optimizamos a nosotros mismos. Siempre, en todo momento, en cualquier lugar. “Qué enfermo está el mundo, ¿no?” dice la protagonista de Nina Pauer. Sabia descripción.
Y por qué, se pregunta Meredith Haaf. Claro que el futuro parece más negro, pero el sistema no es responsable de nosotros; lo somos nosotros mismos. Según ella, nos faltan utopías, solidaridad, conciencia política. Y Haaf reconoce que, por primera vez, el mundo no puede hacer nada para evitarlo. “Quizá alguien diga de nosotros: permitieron que se erosionara su mundo porque tenían demasiado miedo para salvarlo.” El retrato de Nina Pauer es tan autocompasivo que dan ganas de distanciarse. Meredith Haaf escribe de una manera tan implacable que se puede llegar a pensar que los jóvenes no tenemos nada bueno. Pero ¿cómo somos de verdad?
Nuestro camino no conduce a ninguna parte
En realidad, somos las mejores cabezas de nuestros tiempos. Sabemos de todo y hemos estado en todas partes, no hay montaña tan alta que no podamos escalarla ni persona que nos resulte tan extraña que no podamos llegar a conocerla. Pero no sabemos cuál es la mejor manera de aprovecharlo. Nunca hemos pensado en ello. Nos hemos limitado a seguir el camino que nos fue marcado. Cada vez somos más conscientes de que no nos lleva a ninguna parte.
“Yo no creo que eso tenga que ser así” escribe Meredith Haaf. “Creo que si empezamos a ser más críticos y a no querer hacerlo siempre todo bien, los cambios llegarán solos”. Pero es mucho más probable que el jefe llegue en el último momento y te diga “¿Y qué más quieres? Si ya lo tienes todo.” Y también tendrá razón.
Fotos: Teaserbild (cc)raruschel/flickr; Mit freundlicher Genehmigung des Fischer Verlags und des Piper Verlags), Video: (cc) mGeorgeKan/youtube
Translated from Ego-Wohlstands-Krisenkinder: Die Bücher der Generation Y