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'Guerrilla gardening': Conquista un trozo de suelo y conviértelo en jardín

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SociedadLifestyle

¿Son okupas? ¿Son ecologistas? ¿Disparan flores? ¿Van enmascarados y plantan semillas a escondidas? Cafebabel.com recorre las plazas y avenidas de Berlín siguiendo el rastro de la "guerrilla gardening", una iniciativa popular destinada a sembrar la cultura orgánica en las ciudades.

Suena a algo clandestino o a una lucha, pero en realidad la “guerrilla gardening” no tiene nada que ver con eso. Algunos lo consideran una reivindicación, otros un intento de hacer las ciudades más verdes y otros una manera más sana de relacionarnos con lo que comemos. No es algo ilegal, pero tampoco legal. Está en una especie de zona gris, en territorio de nadie. Y consiste sencillamente en que alguien planta algo en un pedazo de suelo que no es suyo. 

"Otro mundo se puede sembrar"

A un lado de la avenida berlinesa de Bethaniendamm, crecen en plena calle verduras y hortalizas. En pintura verde, escrito en la madera: Ein andere Welt is pflanzbar ("Otro mundo se puede sembrar"). Hans Heim cuenta que el antiguo hospital al que pertenecían esos terrenos fue la primera casa ocupada de toda Alemania. Hoy los vecinos plantan y cuidan allí todo tipo de plantas comestibles, pero conquistar ese trocito de tierra no fue fácil. “Cuando el Ayuntamiento decidió restaurar este área, nosotros queríamos que la gente participara. Nos unimos al proyecto y propusimos que se usara la tierra para sembrar”, explica Hans, que es uno de los promotores de la idea. La respuesta municipal fue negativa: querían hacer allí zonas ajardinadas, nada de huertos.

“Nosotros protestamos porque aquel plan estaba sólo pensado para los ricos, mientras que el usar la tierra para la siembra era un interés público”. Así que, al no conseguirlo legalmente, decidideron ocupar el espacio. Al principio la policía les echó de allí, pero, según cuenta Hans, “debieron de pensar que era peligroso”. Así que el alcalde, Klaus Wowereit, negoció con ellos y les prometió 2.000 metros cuadrados, que al final se quedaron en la mitad, y unas condiciones bastante buenas. No pagan ni alquiler ni agua, tienen tierra de calidad y cuentan con un pequeño almacén para herramientas, aunque no tienen permitido levantar vallas o muros ni invadir más terreno.

Hans, que, jubilado después de pasar muchos años trabajando como taxista, decidió dedicarse a esto como una manera de “dar la espalda al capitalismo”, se muestra satisfecho. Hoy unos sesenta vecinos cultivan alguna planta en la iniciativa Ton, Steine, Gärten. “Y muchas otras personas han mostrado interés por participar ”, asegura otro de los participantes, Malte Zacharias. “No vamos tirando semillas de manera clandestina como piensan algunos”, subraya. Básicamente, se trata de dar a un suelo que es de todos un uso que sirva al interés común.

Al fondo, el lema: "Otro mundo es plantable"

¿Las patatas no vienen del supermercado?

La historia de Prinzessinnengarten comienza en Cuba.Robert Shaw viajó a la isla y se trajo una imagen en la maleta: gente sembrando y recogiendo su propia comida en la ciudad, experiencias compartidas, un lugar donde los jóvenes aprenden de los mayores y cada uno aporta algo. 

¿Por qué no hacer algo así en Berlín? Él y su compañero Marco Clausen crearon una empresa sin ánimo de lucro y buscaron un lugar para el cultivo dentro de la ciudad. Así, con la ayuda de amigos, vecinos y colaboradores, transformaron Moritzplatz en el verano de 2009. Limpiaron la basura, construyeron un huerto urbano orgánico y recogieron los primeros frutos de su trabajo.

La gente participa voluntariamente en el cuidado del huerto. “Ellos dan su tiempo y a cambio aprenden”, explica Marco. “El trabajo fundamental no es plantar, sino reunir a la gente y hacerles responsables de todo el proceso. Cuando comes algo que tú mismo has plantado y has visto crecer, la experiencia es muy diferente”. La biodiversidad es otra de sus preocupaciones y, de hecho, allí se cultivan algunas especies que es imposible encontrar en las tiendas. Tienen proyectos con colegios en los que enseñan a los niños que las setas no vienen del supermercado y han montado también un café restaurante, donde se pueden probar platos elaborados con los alimentos de su propio huerto. “La comida es algo que está conectado con el placer y que puede unir mucho a la gente”, defiende Marco. 

Lo que puede decir un puñado de flores

De vez en cuando las ciudades tienen árboles. Salpican las aceras cada pocos metros y conquistan unos pequeños cuadrados de tierra. ¿Y si en esos cuadrados en lugar de sólo tierra hubiera también hierba y flores?, se preguntó un día el estudiante de diseño Frank Daubner. Y con esta idea tan sencilla para hacer más verdes las ciudades grises nació Grünt Mint, en principio un proyecto para la universidad.

Este estudiante se encargó de repartir semillas por las calles, explicar la idea y dar consejos a la gente para que cada uno pusiera su granito de arena, y la experiencia fue muy positiva. De hecho, más de cinco años después, el proyecto sigue en marcha. Arvid Hagedorn cogió el relevo cuando el artífice de la idea se mudó a otra ciudad: “Algunos patrocinadores nos han ayudado a seguir adelante y se ha organizado incluso algún concurso para ver quién lograba mantener el jardín más bonito”. 

Aunque hay quien teme lo que digan los vecinos, las autoridades municipales aclararon que siempre que se trate de hierba o flores nada más, no hay problema. “Es una pena que la gente no cuide de su ciudad. Es el lugar donde vivimos”, lamenta Arvid. La ciudad es de todos y no todo el mundo quiere que se llene de “casas para la gente rica”. Las flores en las aceras no son simples adornos, trasmiten un mensaje: “Tenemos ideas sobre la ciudad que queremos”.

Foto: Portada: (cc) chelscore/ Flickr. Malte Zacharias: Ester Arauzo. Vídeo: YouTube.com