Ghana, el sabor de África a bordo de un tro tro
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Aterricé en el aeropuerto internacional Kotoka en Accra, la capital de Ghana, en agosto. Tras pasar sin ningún problema por inmigración y encontrar su maleta rápidamente, lo primero que el viajero encuentra son cientos de personas con sonrisas y abrazos que parecen recibirle. En ese momento, supe que mi experiencia iba a ser inolvidable
Antes de comenzar el viaje, el paso obligatorio es la vacunación: desde la polio, rabia y tifoidea, hasta hepatitis A y fiebre amarilla. Eso, además de tomar todos los días las pastillas contra la malaria, una de las enfermedades más amenazadoras de África. Ubicado en la zona occidental, Ghana fue el primer país en independizarse en el proceso de descolonización de mediados del siglo XX en el continente. Hoy en día, a pesar de ser un país muy rico en recursos naturales, es uno de los más pobres de África.
Nima es el barrio musulmán de la capital y los miércoles es el día de mercado: una mina donde disfrutar de millones de productos. En un desorden sincronizado, las mujeres cargan a sus hijos en la espalda con telas típicas mientras venden galletas, agua envasada en pequeñas bolsas de plástico, pan o frutas exóticas. Por todos lados, hombres y niños, viejos y jóvenes, tratando de vivir día a día; y en medio del mercado, una pequeña estación de tro-tros (autobuses a punto desmoronarse).
La ley principal es la del regateo, algo que se puede comprobar en el Arts Center, un mercado inmenso donde se venden máscaras, collares o camisetas a precios de ganga para el occidental. Es un lugar donde abundan los talleres musicales y se puede ver cómo se construyen los djembes e incluso se forman de vez en cuando improvisadas jam sessions.
Consejos para no encontrar un marido
Los consejos nunca vienen mal: antes de llegar me advirtieron de que todo el mundo quiere hablar con los extranjeros, los ‘obroni’, ‘persona blanca’ en el dialecto Twi, uno de los más importantes entre los 40 que se hablan en Ghana, en especial los hombres si el recién llegado es mujer. Por mi parte, sólo pude decir que tuve varias propuestas rápidas de matrimonio... Esto es Ghana, así es su gente.
Y entre tanta alegría, los mosquitos, que no dan tregua en una especie de competición para ver quién pica más. De poco sirve el repelente, si te quieren atacar, eso harán. La suciedad se siente en todo, quizás a causa del calor, el polvo o las tuberías que evacúan hacia el exterior. Accra es una locura fascinante, pero si quieres escapar por unas horas del calor, es posible ir a algún hotel, como el Golden Tulip, uno de los mejores en la ciudad, donde por ocho cedis (poco menos de cuatro euros) se puede usar la piscina.
El barrio con mayor concentración de extranjeros es Osu, donde los que tengan problemas con la comida africana pueden optar por una buena pizza acompañada de una no tan buena copa de vino en el restaurante Mamma Mia. En Buka, el menú está compuesto por platos típicos con cierto aire gourmet. Desde Red-Red (arroz blanco con frijoles y una salsa a base de tomates), hasta pollo, banku (una masa de maíz y cassava, en sopa de tomates con tilapia) o fufu. Bywell es uno de los mejores lugares para bailar, con jazz en vivo o ‘hiplife’ (música con influencias de jazz, hip hop y afrobeat).
Al visitar la costa, hay que ir concienciado de que el viaje no será muy cómodo: tro-tros convertidos en latas de sardinas y en los que a veces es imposible abrir las ventanas, cargando con las mochilas todo el viaje desde Accra a Cape Coast. Pero vale la pena. Ver el África de las mujeres llevando sus cargas en la cabeza, el de la venta de pescado y carne para cocinar por la carretera, el espectacular paisaje de maizales interminables, árboles inmensos y caminos de tierra alternándose con el asfalto.
El castillo de Cape Coast fue uno de los centros del tráfico de esclavos durante la época colonial y es uno de los once fuertes de Ghana declarados en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Impresiona entrar en las celdas donde los encerraban a la espera los barcos que los trasladarían, donde no entraba la luz y estaban apiñados casi sin alimentos, debilitándolos para que no se pudieran escapar. Es quizás el sitio más turístico en el país. Desde aquí, se puede visitar el parque nacional de Kakum: siete puentes de cuerdas y madera sobre precipicios sin fin…nada recomendable para las personas que sufren vértigo. Kakum ofrece un vistazo incomparable de la naturaleza estimulante de África. A 40 metros de altura, se siente como un paseo por las nubes.
Después de dos días, de nuevo subí a un tro-tro, esta vez hacia Busua Beach. Comparado con el ajetreo de Cape Coast, aquí se encuentra una tranquilidad única. Para llegar, el tro-tro nos dejó en un pueblo llamado Takoradi, donde después de una hora regateando, nos advirtieron de que es necesario tomar un taxi. Diez conductores se acercan como imanes. Finalmente, llegamos a Busua Inn, de lejos el mejor hotel durante mi estancia en el país, aunque con precio (60 cedis, 32 euros) un poco caro para estándares de Ghana. Eso sí, para cenar, en la terraza del hotel, copas de vino tinto y una langosta exquisita. ¡Qué noche de lujo en esta playa casi solitaria!
Los amantes del reggae pueden encontrarlo en la playa de Labadi y Kokrobite. Todos los sábados, en el Hotel Milly’s Back Yard de Takoradi hacen una fiesta de reggae. La música en vivo pone a extranjeros y locales a bailar desde las ocho de la tarde, hasta las dos de la madrugada. Canciones de Bob Marley y otros grandes como Toots and the Maytals, Jimmy Cliff y Buju Banton resuenan por la playa. Después de la fiesta, la gente se reúne alrededor de una fogata a tocar el djembe hasta el amanecer, mientras niños bailan al ritmo de los tambores.
En Ghana cada grupo étnico habla en diferentes dialectos, pero han encontrado la forma de vivir y trabajar juntos. Es un país democrático con una economía en crecimiento y una sensación de energía y optimismo. Es esta energía, la riqueza cultural, las incesantes sonrisas, la felicidad y amabilidad de la gente, que hacen la experiencia en Ghana verdaderamente inolvidable.
Fotos: © Sofía Verzbolovskis