George W. Bush visto por Oliver Stone: un Presidente improbable
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Jesús PichardoUn retrato muy personal de un personaje que apareció en un momento fundamental de la Historia americana. Sin complejo alguno, América mira a su Historia. ¿Qué sucede en Europa? ¿El liberalismo está vencido?
Cuando Silvio Berlusconi declaró el 12 octubre pasado de visita en la Casa Blanca que “la Historia dirá que George W. Bush fue un grandísimo Presidente de los Estados Unidos”, porque “en él no he visto nunca el cálculo del político, sino la espontaneidad y la sinceridad del que cree en lo que hace. Me ha sido fácil compartir las decisiones de Bush fundadas en el amor de la libertad, la democracia y el respeto por los demás”, quizás no se alejaba tanto de la posición de Oliver Stone.
El W. de Stone (Josh Brolin), programado para salir poco antes de las elecciones, es un retrato parcial, así como grotesco, de un personaje más que pintoresco. Sorprenden los aspectos que Stone eligió para presentárselo al mundo: la relación edípica con el padre, una historia de amor en los límites de la irrealidad con su mujer Laura (Ellen Burstyn), el alcoholismo, la fe y, sobre todo, la guerra de Irak. Stone se salta algunos aspectos importantes sin miramientos, dos al menos fundamentales: el 11 de septiembre y las elecciones con las que George W. Bush fue elegido (aspectos ya afrontados anteriormente por Michael Moore en Fahrenheit 9/11). Su Bush es un hombre de pocas luces que se encuentra por casualidad con la Presidencia de un País, que solo come sándwiches y hamburguesas y que, al final, casi nos cae simpático. ¿Qué nos quiere decir Stone? Parece que el único problema que le preocupa realmente sea la guerra de Irak: a Colin Powell (Jeffrey Wright) le encomendó la tarea de dirigir al público un discurso antimilitarista, mientras que las imágenes de los cuerpos mutilados de los soldados hacen el resto. Queda claro que el objetivo de Stone no es hacer una fiel recreación de la Historia: ni él, ni el guionista, Stanley Weiser, se han preocupado por buscar fuentes de primera mano. Nadie se puso en contacto con los verdaderos protagonistas y parece que gran parte del guión se ha basado en dos libros: State of Denial de Bob Woodward y The Faith of George W. Bush de Stephen Mansfield.
¿Para cuándo una película sobre Sarkozy?
Si para el cine americano representar las biografías de los hombres que han hecho Historia (ya Stone en 1995 con Nixon, o con JFK en 1991) es algo bastante normal, al otro lado del Atlántico estamos acostumbrados al film de denuncia o al histórico: el primer film sobre Mussolini, que trata sobre todo sobre su muerte es de Carlo Lizzani en 1974, y Alemania ve por primera vez un film sobre Hitler (El Hundimiento, di Oliver Hirschbiegel) en 2004. Pero intentar afrontar en Europa el aquí y ahora es todavía raro. En Italia, Nanni Moretti se atrevió con El Caimán en 2006 y, aunque el director se empeñara en negar que fuera un film sobre Berlusconi, muchos políticos (de derecha) pidieron que se pospusiera el estreno a después de las elecciones de abril. Más recientemente, Paolo Sorrentino hizo un film sobre Andreotti (Il Divo, 2008). En Francia se intentó con Mitterrand: Mi amante prohibido (Francis Girod, 1984) dice y no dice sobre el hijo secreto del Presidente, mientras que en 2005, Robert Guédiguian, intentó el retrato privado del Presidente socialista (El paseante del Champ de Mars, 2005). A día de hoy Alemania se prepara para ver un film sobre Helmut Kohl que llegará a las pantallas (solo en televisión) en 2009.
No hay duda de que en Europa hay una especie de reticencia al tratar la Historia: la UE tiene poco más de cincuenta años y trata de poner juntos a día de hoy a pueblos cuya convivencia ha sido un intervalo entre guerras. Y el cine parece reflejar este acercamiento. Erwan Benezet, periodista de Le Parisien y autor, junto a Barthélémy Courmont, de Washington-Hollywood: Comment l'Amérique fait son cinéma (Armad Colin, 2007) piensa que algo está cambiando: “Históricamente hay una gran diferencia. Estados Unidos es el único país democrático que utilizó por completo el cine como instrumento de propaganda (los otros en hacerlo fueron gobiernos autoritarios: la URSS, Italia y Alemania). Otra diferencia es la increíble reactividad respecto a la Historia nacional e internacional”. Efectivamente, América ha visto películas sobre la guerra de Vietnam en los setenta, sin que el conflicto hubiera terminado, y películas sobre Irak mientras los soldados están todavía allí (solo por citar dos: Leones por corderos de Robert Redford, y En el Valle de Elah de Paul Haggins, ambas de 2007). Y no se pone el grito en el cielo como sucede en Europa. En la reciente El milagro de Santa Ana, Spike Lee cuenta la historia de los Buffulo Soldier y usa como fondo la Guerra Civil italiana: frente a la alzada de escudos nacionales su respuesta fue un educado encogimiento de hombros.
Pero según Benezet, hay otra cuestión fundamental: “Es también una cuestión de dinero. Las cosas cambian cuando la financiación es independiente del Estado, el cual controla la Historia. En Francia o en Italia, el cine está demasiado subvencionado para tener una auténtica independencia. Distinto es en los Estados Unidos donde existe una auténtica industria que permite gran libertad de movimiento y de opinión. Solo en los años cincuenta el Estado ha metido las manos en el cine”.
Translated from George W. Bush di Oliver Stone: un Presidente improbabile