Generación meme
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[OPINIÓN] La falta de confianza en los medios de comunicación tradicionales y la banalización exagerada de la cuestión política están mermando la capacidad crítica de los jóvenes.
Han pasado más de dos semanas desde la celebración de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y seguro que la gran mayoría de nosotros tenemos nuestros smartphones repletos de memes, caricaturas y chistes varios sobre la figura de Donald Trump.
Sin embargo, pocos terminan de entender por qué el candidato electo ha sido el que menos votos ha conseguido, o qué es eso de los battleground. Se trata de un desconocimiento que a priori puede parecer normal, pero que es cuanto menos sorprendente si se tiene en cuenta que estamos ante los comicios más mediáticos de las últimas décadas: seguro que cuesta pensar en algún conocido que no supere la treintena y no haya debatido, compartido información o publicado un análisis (seguramente, breve) en las redes sociales sobre la cuestión política en Estados Unidos.
Echando un vistazo a twitter di con una publicación de The Washington Post que era, cuanto menos, clarificadora: se trataba de una entrevista a Paris Wade y Ben Goldman, creadores de un portal web de apoyo a Trump que se nutre de noticias falsas. El funcionamiento de Liberty Writers News es sencillo: publicar titulares llamativos, generar contenido breve y proclive a hacerse viral, animar a los lectores a que compartan la “información” en redes sociales y generar así miles de clicks que les reportan una media de 20.000 dólares mensuales de beneficios por publicidad.
¿Sencillo, verdad?
Por llamativo que parezca, lo cierto es que en medio de una de las mayores crisis de la prensa tradicional que se recuerdan, son portales satíricos o de contenidos sencillos como El Mundo Today o BuzzFeed los que reciben una mayor cuota de interacción por parte de los jóvenes.
No es cuestión de ser cínicos: ¿Quién no ha compartido la escena de Los Simpsons con Donald Trump como presidente, memes sobre la caída de Pedro Sánchez o debatido fervientemente sobre temas tan triviales como el divorcio de Brad y Angelina? Reírse es necesario y ya lo dijo Álex de la Iglesia cuando alguien le preguntó si no sería bueno leer un libro en lugar de ver la televisión (cuando ésta era la única fuente de contenidos de andar por casa), a lo que contestó elocuentemente que, mire usted, hay libros malísimos y programas de televisión bastante buenos.
Hasta aquí bien.
El problema aparece cuando las publicaciones satíricas, los memes, los tweets ingeniosos y los debates sobre temas superfluos sustituyen a fuentes de información documentadas y análisis en profundidad sobre cuestiones políticas que tienen una relación directa con asuntos de primer nivel, como unas elecciones nacionales o la aplicación de una nueva ley educativa.
Las estadísticas son claras: según el Eurobarómetro de 2015 sobre el uso de medios de comunicación en Europa, la Radio es el único medio que aprueba en el test de credibilidad entre los europeos de entre 15 y 24 años. La información de internet y las redes sociales reciben la confianza de sólo un 47% y un 31% de los jóvenes europeos respectivamente y, sin embargo, estos son los medios de mayor uso diario entre ellos con un 77% para las redes sociales y un 90% para internet. Así, tanto de manera voluntaria como involuntaria el conjunto de los jóvenes occidentales se empapa a diario de un bombardeo de información y contenido marcado por la banalización de la cuestión política, que acaba relegándola a un mero tema de conversación en cenas y fiestas, o a un pretexto para publicar un tweet o compartir un meme ingenioso que nos reporte comentarios con los que pasar la tarde, pero que sin duda merma nuestro interés por la actualidad.
La generación del futuro se pierde en un mar de titulares plagados de ataques personales, promesas ilusorias y apología de la demagogia. Esta política de lo superfluo acaba derivando en que todos discutamos acaloradamente sobre asuntos triviales como si se debe aplaudir o no al Rey o sobre si guardar un minuto de silencio por una política fallecida es aceptable; o bien que todos tengamos una opinión formada sobre quién debía ganar las elecciones en Estados Unidos, pero sin embargo la mayoría ni siquiera seríamos capaces de explicar cómo funciona el sistema electoral norteamericano.
En una etapa de enorme división ideológica, que exige un ejercicio de análisis político especialmente profundo, desarrollar la capacidad de identificar la veracidad de una noticia, de defender posturas políticas con cierta argumentación o de simplemente leer habitualmente análisis y reportajes de más de una docena de líneas de extensión debería tener la misma presencia en las aulas que el estudio de las leyes de la genética o la Generación del 27.
Habrá que darse prisa si no queremos que el puñado de dirigentes y medios de comunicación comprometidos de los que hoy disponemos acaben por rendirse ante esta apología de lo absurdo. La política de titulares ha llegado para quedarse.