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Gabriel Mouesca: La cárcel sigue siendo una herramienta socialmente peligrosa

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Antiguo recluso y presidente de la sección francesa del Observatorio Internacional de Prisiones (OIP), Gabriel Mouesca afirma que ningún país europeo es ejemplar en materia penitenciaria.

El “talego”, él lo conoce a fondo. Antiguo recluso, liberado tras 17 años de cárcel, Gabriel Mouesca, de 40 años, fue elegido por unanimidad presidente del Observatorio Internacional de Prisiones (OIP) en junio de 2004. Esta asociación, creada en 1990, se ha marcado el objetivo de promover el respeto de las personas encarceladas. Un combate entusiasta y laborioso. Y es que, a los ojos de Mouesca, “los derechos más elementales no siempre se respetan en prisión. Alimentados con odio y con violencia, los que de allí saldrán serán auténticas bombas humanas”.

¿Contribuyen las iniciativas emprendidas a nivel europeo en materia penitenciaria a mejorar el tratamiento que se da a la cuestión de las cárceles?

En el concepto penitenciario europeo, las condenas privativas de libertad deben aplicarse como último recurso. El encarcelamiento se ve como una preparación para la salida, es decir que a cada persona que pasa por la casilla “prisión” se le condena también a salir un día, a reencontrarse con la sociedad. Las autoridades europeas insisten para que la prisión no sea un “lugar de almacenamiento de materia humana” que haya cometido delitos o crímenes, sino un lugar donde se prepara a la persona para su reencuentro con la sociedad y para que dicho reencuentro se produzca en condiciones que permitan lograr la reinserción.

¿Cómo pueden influir estas normas sobre las iniciativas que toman los Estados miembro en sus respectivos dispositivos penales?

La Unión Europea aboga por que las condiciones de vida en las prisiones estén lo más cerca posible de las realidades del mundo exterior. Eso significa, por ejemplo, que se favorezca el vínculo familiar, permitiendo, en particular, a los presos llamar por teléfono a sus familias. En la actualidad, un 70% de los centros penitenciarios franceses —lugares de detención— no ofrecen a los presos la posibilidad de llamar por teléfono. Si se aplicaran estas normas penitenciarias europeas, se reducirían los efectos “desocializantes” de la cárcel y las personas que salen de prisión tendrían de hecho cada vez menos dificultades para conseguir su reinserción.

¿Cuáles son los países donde las autoridades innovan más en materia de política penitenciaria?

Si nos referimos a la cuestión de la sexualidad en prisión, España por ejemplo entendió desde hace mucho tiempo que organizar la intimidad y la sexualidad en la cárcel es respetar el equilibrio de las personas que se le confían, de los hombres y mujeres presos. Cuando se ve el tratamiento de esta cuestión en Francia, este toma visos de barbarie. En este país hay menos de una decena de establecimientos que están dotados de lugares en los cuales, episódicamente, las personas detenidas pueden disponer de tiempo y de un lugar donde preservar su intimidad y su sexualidad.

En un informe del [entonces] Comisario para los Derechos Humanos del Consejo de Europa, Álvaro Gil-Robles, se denuncia la “tremenda sobrepoblación” de las cárceles francesas y se califica al Hexágono [Francia] como “el peor alumno europeo”, empatado con Turquía. ¿Qué piensa usted al respecto?

Tengo que aportar una triste constatación: no hay países ejemplares en materia penitenciaria. Sólo hay países que hacen esfuerzos, pero no se puede decir que Francia esté aislada en su mal ejemplo. La causa de todos los males es, claro está, la masificación: hoy día hay cerca de 10.000 reclusos de más en las cárceles francesas como consecuencia de la política penal en vigor en este país, por la que se mantiene a la gente mucho más tiempo en prisión, se rechazan los beneficios penitenciarios, etc. De esta realidad se derivan los problemas de higiene, de intimidad, de falta de actividades, la atención a los reclusos vulnerables, las dificultades para la gestión de los locutorios, el mantenimiento de los vínculos familiares, etc. Las normas penitenciarias europeas representan por supuesto una forma de ideal, una tentativa de aplicación en el medio carcelario de lo que son nuestros valores. No obstante, no existe aún ningún país donde estas disposiciones se hayan aplicado de verdad.

¿Qué soluciones propone para luchar contra la sobrepoblación en las cárceles?

La idea no es aumentar el número de instalaciones penitenciarias, sino sacar de prisión a las personas que no tienen que estar allí y favorecer las alternativas. Se trata no sólo de una elección política, sino también de un paso adelante de nuestra civilización. Es urgente pasar de una época obsoleta, la de la prisión, a otra, que será la de la sanción útil, de la sanción que puede ser objeto de educación y ayuda. Estoy firmemente convencido de ello, pues la cárcel hace tiempo que ha demostrado su incapacidad para ser socialmente útil. Sigue siendo una herramienta socialmente peligrosa.

¿Qué papel puede desempeñar la UE en este “avance de nuestra civilización”?

No hay que considerar a la Unión como una cáscara vacía. Formamos parte de Europa, tenemos enlaces en el seno de sus instituciones, personas elegidas y también funcionarios del Estado francés. Europa es una realidad cada vez más importante en nuestro vivir cotidiano, a menudo incluso de manera inconsciente, pues la vivimos en la manera de consumir, de vivir, de trabajar... Confiemos en que las generaciones jóvenes tiendan cada vez más hacia este ideal que es la construcción del espacio europeo y que este espacio será también a nivel penitenciario un espacio de progreso.

Translated from «  La prison reste un outil socialement dangereux »