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G-8 en Gleneagles: comienza el espectáculo

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¡Luces, cámara, acción! No se trata de un rodaje de Hollywood, pero como si lo fuera. Es el G-8 quien entra en acción del 6 al 8 de julio.

Si hay un evento político cuyo poder de atracción mediática supera al interés que despierta el último noviazgo de Tom Cruise, ése es sin duda la cumbre anual del G-8. Al más alto nivel, con frecuencia sin corbata y con los pies encima de la mesa. Se reúnen los siete Jefes de Estado y de Gobierno más poderosos del planeta más el Presidente de Rusia; una especie de directorio mundial en la sombra que, entre foto y foto, orquesta las directrices de la política global.

Blair lo intenta

La apuesta del tándem Blair-Brown por convertir la Cumbre de Gleneagles en el escaparate de un renovado liderazgo británico en la lucha contra la pobreza crónica del continente africano y los riesgos del cambio climático ha llevado al recién reelegido ejecutivo de Londres a poner toda la carne del asador. Puede ser la ocasión de oro para que el Reino Unido desempeñe el papel de puente privilegiado entre Bruselas y Washington que siempre ha querido tener, sirviendo de nexo entre la autoridad moral y el modelo global defendido por unos y la capacidad ejecutora y el incontestable potencial de los otros. La doble presidencia del G-8 y de la UE es una oportunidad histórica. No obstante, cabe preguntarse hasta qué punto los vértices del triángulo que Blair y Brown pretenden cerrar son los más apropiados. Por un lado, sobran los comentarios sobre la idoneidad como aliado en el plano internacional de la actual Administración estadounidense. Al mismo tiempo, afloran las dudas sobre la capacidad de liderazgo moral de una Europa sumida en plena crisis sobre su modelo político, sus potenciales ampliaciones y diferencias en torno a las finanzas comunitarias.

Sin hacerse ilusiones

La actividad diplomática desplegada por Blair en las últimas semanas ha arrancando importantes concesiones que quizás permitan salvar la cara de la cumbre. Cosa distinta es la naturaleza de los logros de Gleneagles y los avances prácticos que vayan a producirse, aunque sea cierto que por fin se haya conseguido desbancar al terrorismo y a Irak de la primera línea de prioridades de la agenda política internacional. La propuesta británica de condonar los 80.000 millones de dólares de deuda africana y doblar la ayuda financiera a aquel continente a cambio de reformas estructurales en materia de corrupción y derechos humanos se ha visto descafeinada. El G-8, con Estados Unidos a la cabeza, sólo accede a borrar la deuda de 18 países con las Instituciones Financieras Internacionales, pero no con acreedores privados. Además, la Casa Blanca rechaza inyectar más ayuda a los países más pobres, existiendo profundas diferencias sobre las modalidades de condonación. Y todo ello por no hablar de la negativa a abordar el verdadero problema de fondo: el fin del vergonzoso proteccionismo sobre los mercados agrícolas occidentales. Otro tanto cabe decir de la cuestión medioambiental, donde no se alcanzarán acuerdos formales más allá de las tradicionales declaraciones de buenas intenciones. A todas luces, avances insuficientes para acercarnos a los Objetivos del Milenio o frenar el deterioro medioambiental del planeta.