Francia: la tragedia del pueblo romaní
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Miguel PallásEl Ministro del Interior francés, Manuel Valls, intenta sacar partido de la desconfianza que el electorado tiene en el pueblo romaní. Sus compañeros del Partido Socialista reclaman que haga valer sus credenciales en favor de la libertad. Una estrategia política que nos aleja de la verdadera tragedia humana que atraviesa esta comunidad.
Bajo la Torre Eiffel, una mujer me pregunta si hablo inglés. Le respondo que sólo entiendo el francés. Aquellos que por error confiesan hablar su idioma nativo, son rodeados de inmediato por una muchedumbre. Les hablan de familiares enfermos, de un proyecto estudiantil o de las amenazas de los cobradores de deudas. Tras el inocente discurso llega la petición: una mano extendida en busca de algunas monedas. Aunque las historias que relatan quizá sean falsas, la pobreza es real. Los niños están famélicos. Aún así, los turistas agarran sus billeteras y monederos con firmeza; la multitud es ignorada en gran medida, y el resentimiento entre ricos y romaníes crece cada vez más.
Las calles más ricas, los habitantes más pobres
La comunidad gitana de Francia es etiquetada frecuentemente como “un problema”, siendo las políticas de mano dura la solución más popular al respecto. El pasado 9 de octubre, la escolar romaní Leonarda Dibrani fue arrestada frente a sus compañeros de clase, encendiendo protestas estudiantiles por toda la ciudad de París. Pese haber recibido un indulto presidencial, Leonarda todavía permanece en Kosovo, donde su familia denuncia haber sido atacada.
Las muestras de racismo son evidentes. El Gobierno argumenta defender los intereses de los franceses, entre los cuales hay notables muestras de rechazo hacia este pueblo. No se les asocia únicamente a las pequeñas fechorías. También hay quien relata asaltos violentos y cada parisino tiene alguna historia que contar sobre el tema. El insulto es un rito de paso, el abuso físico una muestra de orgullo. “Un romaní me pidió fuego una vez, escupiéndome cuando me negué”, me cuenta un amigo.
La idea de que los romaníes son empujados hacia la actividad criminal por las circunstancias en las que viven no ha recibido demasiado respaldo. Pero la pobreza es extrema, y las calles más ricas de París acogen a los habitantes más pobres. En el Boulevard Saint-Michel, la muchedumbre se aglomera en torno a un niño. Malnutrido y sucio, se le considera sospechoso de hurto. Lejos de la Torre, una mujer pide junto a un cajero automático. Los inmaculados parisinos pasan de largo, siendo pocos los que tienen dinero o tiempo que entregar. En el Boulevard Saint-Germain, niños de familias romaníes mean frente a las tiendas. En los Campos Elíseos, hombres rezan sobre el pavimento. La vestimenta de estos hombres está roída y un velo recoge sus caras. Son tratados con incómodo respeto: considerados ampliamente como “impredecibles”, ofrecen un cuenco para depositar monedas sin mirar nunca hacia arriba.
POLÍTICOS que actúan DE CARA A LA GALERÍA
No resulta ingenuo esperar que un país que gasta 10.000 millones de euros en creación de puestos de trabajo centre sus esfuerzos en proporcionar empleo a los menos afortunados. Tampoco resulta idealista esperar que Francia atienda a sus residentes, sin recurrir a cuestiones de inmigración ilegal. A pesar de esto, las decisiones gubernamentales siguen influenciadas por décadas de xenofobia, siendo ejemplo de ello la expulsión de numerosas cantidades de gitanos por parte del antiguo presidente Nicolas Sarkozy, en un movimiento tildado de “discriminatorio” por la Corte Europea de Derechos Humanos.
El actual Ministro del Interior del gobierno socialista, Manuel Valls, ha sorprendido a propios y extraños perpetuando el estricto enfoque de Sarkozy, declarando que “los romaníes deben volver a su país”, continuando con los planes de expulsión. Además del UMP (Unión para el Movimiento Popular, organización de centro derecha), el Frente Nacional trata a los gitanos con su habitual intolerancia. Pocas veces se aborda la pobreza como el problema de raíz, ya sea entre la opinión pública o entre políticos – los socialistas abren su boca, y son los más silenciosos de todos.
Paseando por el Sena, un romaní me pide cambio. He estado en París el tiempo suficiente como para tener que negarme. La calle ríe tontamente cuando la mujer grita ofendida. Aunque no entiendo sus palabras, su intención está bastante clara. Otra anécdota que contar.
Translated from Political posturing blinds us to the real Romani tragedy