Exiliados de corazón: te seguiré allá donde vayas
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Marcharse a trabajar a otro país para mejorar económica o profesionalmente ya no resulta extraño a nadie. ¿Por qué iba a serlo entonces dejar la tierra que nos vio nacer por estar junto a esa persona que consideramos especial? Las reticencias familiares, adaptarse a una nueva cultura y las barreras lingüísticas, los problemas a superar. Tres historias de amor más allá de las fronteras
Un joven francés escribe pequeños poemas en español a una chica colombiana en el piso que casualmente comparten en Londres. “Ningún colombiano me había escrito algo así jamás”, recuerda conmovida Liliana Muñoz desde Nimes. Hoy están felizmente casados y con un retoño de apenas tres años danzando por la casa. Al escucharla aún se percibe la ilusión en sus palabras, la emoción al recordar esos primeros momentos llenos de incertidumbres e inseguridades, esos primeros días en los que cada detalle era importante para saber si la otra persona sentía lo mismo, las primeras pinceladas de un cuadro aún lejos de ser terminado.
Rompiendo con su pasado
Habían escogido Londres para mejorar su nivel de inglés, pero la casualidad –o el destino, en el que Liliana cree a pies juntillas- quiso que fueran a parar al mismo apartamento de la City londinense. “Nada más abrirme la puerta fue un flechazo. Desde ese día casi no nos hemos separado”, cuenta Liliana. Y la verdad es que no lo tuvieron nada fácil. Ella llegó al país británico dejando en Colombia a su prometido, con el que llevaba más de 8 años. “La que era mi pareja en Colombia se lo tomó muy mal y vino a Londres para intentar recuperarme, yo le decía por teléfono que quería a otra persona, que ya no podía estar con él. Aún así vino y cuando lo vi no sentí nada”.
“Me entristecía la idea de que para él fuera solo una relación pasajera de verano"
Hoy Liliana trabaja en el sector joyero y se siente perfectamente integrada en la vida francesa, aunque todos los años regresa a su Bogotá natal para ver a su familia y no perder sus raíces. “Me entristecía la idea de que para él fuera solo una relación pasajera de verano, pero cuando me demostró que de verdad le importaba decidí marcharme con él a Francia. Fue un desafío pasar de tener todo en Colombia a empezar de cero, sin mi familia –que me apoyó en todo momento-, sin amistades, sin conocer nada del idioma”.
De Kuala Lumpur a Colonia
O lo que es lo mismo, una malasia y un alemán se conocen en Australia y, tras dos años de relación a distancia, ella deja todo para acompañar al amor de su vida rumbo al país del Rin. Mélanie estudiaba en Australia y se inscribió para ayudar a los nuevos alumnos que llegaban a su Universidad, entre ellos su futura pareja. “Creo que me habló a mí porque mi nombre era el único que recordaba, el resto eran demasiado exóticos”, comenta divertida. Ahí empezó una relación que tras la vuelta de él a Alemania se tornó complicada. “Tras dos años a distancia, estábamos cansados de volar cada tres meses para estar juntos”. Por eso, armándose de valentía, se lanzó a la aventura alemana, una sociedad muy distinta a la suya. “Mis primeros días fueron extraños, una lengua nueva, comida sin picante, llevar nuestras propias bolsas al supermercado...”
El recibimiento no pudo ser mejor, la familia de su pareja la acogió como a una hija más y eso tranquilizó a sus padres, que pese a la tristeza normal por su marcha, compartían la felicidad de su hija. Otro cantar fue acostumbrarse al carácter de los alemanes: “soy una persona muy extrovertida, fue duro comprobar que entre los alemanes no era normal hablar con desconocidos, me pareció algo frío”. Sin embargo, su percepción sobre el carácter distante de los alemanes fue cambiando con el tiempo, “me ayudaban mucho a comunicarme en alemán y cuando lo aprendí con soltura comencé a tener conversaciones muy interesantes con otros pasajeros en los trenes”. Ya adaptada a su nueva vida, Mélanie esta contenta con su decisión. “Cambiar de país ha enriquecido mi vida”.
Nos vemos en Canadá
Anna y Hans, estadounidense y colombiano respectivamente, tomaron una decisión salomónica, ninguno de los dos seguiría al otro. “Elegimos Monreal porque es una ciudad abierta y bilingüe”, comenta Anna. “Las posibilidades de trabajo, el idioma y la proximidad familiar inclinaron la balanza”, completa Hans, pese a que Colombia no está precisamente al lado.
"A mi madre le disgustaba no poder conocerlo mejor y me impedían viajar a Colombia por su fama de país peligroso”
Sus caminos se cruzaron hace algo más de dos años mientras trabajaban como monitores en un campamento de inmersión en lengua francesa en Minnesota. Cuando el campamento finalizó, tuvieron que enfrentarse a la dura realidad de un noviazgo a distancia. “La primera dificultad fue el lenguaje, él hablaba español y yo inglés, sin embargo nos comunicábamos en francés. Al principio fue difícil para mí pero fui mejorando poco a poco”, cuenta Anna haciendo memoria. No fueron las únicas trabas, a la familia de Anna le costó digerir la relación. “A mi madre le disgustaba no poder conocerlo más a fondo debido a la distancia, y me impedían viajar a Colombia por su fama de país peligroso”.
Ante eso, Monreal se ha convertido en el marco ideal para su relación. “Es maravilloso descubrir un nuevo país y una nueva cultura juntos, construir nuestro futuro. Es como estar siempre de vacaciones”, cuenta Anna con entusiasmo.
La casualidad –o el destino como le gusta decir a Liliana- quiso que estas parejas tuvieran que afrontar una situación cada vez más común y no exenta de dificultades, enamorarse de una persona que vive no en otra ciudad u otra región, sino en otro país e incluso otro continente. La aldea global es una realidad. El descenso en el precio de los vuelos y el avance en las comunicaciones han ayudado a que se produzca esta globalización del amor. Puede que muy pronto una de las preguntas ineludibles a nuestros amigos sea ¿y de qué país es tu novio/a?
'Gracias a Lilian Pithan por su gran ayuda en este artículo'