Ex-soviéticos a la zona Schengen: fuga de cerebros
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daniel sanz becerrilDos científicos que han emigrado por Europa cuentan su historia. Cuarta de las cinco entregas de nuestros “Retratos cruzados” con los que celebramos 50 años de Europa.
Con el colapso de la Unión Soviética y la entrada en vigor del espacio Schengen, Europa del Este perdió unos 500.000 científicos que se fueron hacia el oeste. Dos físicos que se fueron de Estonia a otro Estado europeo en las últimas dos décadas describen los motivos de su partida y los desafíos que afrontaron durante sus viajes.
De Tartu a Suecia: Salvando cerebros para tiempos mejores
Fue un acusado contraste entre la antigua ciencia soviética dirigida con mano férrea por el sistema en establecido en Estonia y las bien organizadas universidades técnicas suecas de finales de los ochenta. Por eso Tõnu Pullerits dejó su país nativo para proseguir su carrera en Suecia.
“En mi trabajo tengo que leer mucho. Tartu (la segunda ciudad más grande de Estonia), está a unos 200 kilómetros de Tallín, y yo tenía que recorremerme todo el camino para tener acceso a los periódicos”, dice Pullerits. Hacer copias de material científico era todo un desafío en la Estonia soviética.
“Hacía falta solicitar permiso del departamento general para conseguir una copia de un artículo. No nos estaba permitido usar la fotocopiadora. Había una persona autorizada para ello y un ridículo límite mensual de copias para cada cual. Además, la sala de la fotocopiadora permanecía cerrada y sellada durante las vacaciones”, recuerda echando la vista 20 años atrás.
A principios de 1989 visitó Suecia. Dentro del ceremonial para evitar que los científicos soviéticos sufrieran un potencial lavado de cerebro capitalista, Pullerits se tuvo que reunir con un oficial de la KGB (Policía secreta soviética) antes del viaje. “Fui 'invitado' a la oficina de un joven que no conocía. Cuando estuvimos solos, me avisó de que Suecia era un país amigo. No habría problemas con mi viaje, pero tendría que tomar nota de cuántos americanos había allí. Abandoné la oficina, habiéndoseme dicho que si notaba algo sospechoso y contactara con ellos a mi regreso a Estonia, estarían agradecidos”.
Pullerits no se molestó en discutir con el oficial. Apenas expresó sus dudas sobre la posibilidad de encontrar alguien sospechoso. “No regresé a esa habitación entonces porque tenía miedo de que pudiera acabar con mi viaje. Hoy estoy un poco avergonzado de no haberlo hecho”, se disculpa el físico. Fue su única experiencia con el KGB.
Con su esposa y dos niños pequeños a cuestas, Pullerits, con 29 años, se fue a Suecia en mayo de 1992 para completar sus estudios post-doctorales. “El plan era no quedarse más de dos años, pero la investigación dio resultados, así que trabajé para lograr la beca del Consejo Sueco de Investigaciones. Esto me permitió quedarme otros cuatro años”, explica Pullerits. “Como la Estonia idependiente tuvo cosas más vitales por las que preocuparse que la Ciencia, pensé que podríamos quedarnos al margen hasta que las cosas volvieran a su cauce antes de volver a casa.” Este científico está de acuerdo en que es un típico ejemplo de fuga de cerebros de Europa del Este. Hoy es un profesor asociado del departamento de física y química en la Universidad de Lund, en la Suecia meridional. Aso sí, Pullerits no ha descarta volver a Estonia algún día.
De Estonia a Alemania: motivado por la familia
Marina Panfilova es una estudiante de doctorado en física en la Universidad de Paderborn en el oeste de Alemania. Ella dejó Estonia en 1999 a los 18 años, siguiendo los pasos de sus padres. Era un tiempo en que el Gobierno Alemán había ofrecido a los judíos procedentes de la antigua Unión Soviética el derecho a emigrar a Alemania. “Me planteé vivir allí con mis padres por un tiempo, aprender el idioma y luego volver a Estonia y a mis amigos”, recuerda Marina. “Pero después de viajar a Alemania y visitar un par de sus universidades, acabé quedándome y estudiando mi titulación de física.”
El mayor desafío de Marina, según ella misma, fue encontrar una forma de llevarse su perro conigo. “No tenía coche propio. El único medio alternativo de transporte de pasajeros con mascotas era el avión. Así que tuve que conseguir un pasaporte de perro, visitar numerosos veterinarios, comprar una jaula, pastillas para dormir y un billete de avión de tarifa completa para mi mascota. Me costó más de lo que en un principio estaba dispuesta a pagar.” Es más, nadie acabó comprobando los documentos del perro en el control fronterizo de Alemania.
Sin embargo, marina tuvo que afrontar el problema de estudiar física en Alemán. “Tuve que traducir cada segundo las palabras en los ejercicios para comprender qué estaba pasando”, recuerda de sus primeros días en la Universidad de Paderborn. “Me llevaba horas. En los seminarios era obvio que no había desentrañado el verdadero significado de las cosas.” Sin embargo, tras recibir una brillante distinción en su Master, hoy está inmersa en sus estudios con su doctorado gracias a una beca del departamento para su investigación.
Translated from Estonia's post Soviet-scientists move town