Evitando que las paellas salgan saladas en Europa
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Incendios en Grecia, sal en Sevilla o dioxinas en Campania: la degradación de los suelos agrícolas de Europa moviliza al Parlamento europeo que discute estas semanas sobre posibles soluciones.
Su salinidad ha triplicado en el último año los niveles aconsejables para el cultivo
La ciudad de Sevilla se encuentra a sólo 6 metros por encima del nivel del mar, a pesar de situarse a 96 kilómetros de la costa. A su alrededor se extienden inmensas tierras de labranza inundables con facilidad cuando llueve en demasía o cuando sube el nivel del mar, y en especial arrozales junto al río Guadalquivir. Su salinidad ha triplicado en el último año los niveles aconsejables para el cultivo, llegando hasta 5,3 gramos por litro de agua. “Hemos pasado de 10.800 kilos de arroz producidos por hectárea a 6.000”, explica Manuel Cano, director de la Federación de Arroceros de Sevilla. La provincia abandona así el primer puesto en el ránking mundial por productividad.
Una pena no aprovechar el curso de los mercados mundiales
“Este no es el único ejemplo de degradación de las tierras agrícolas europeas”, sostiene el eurodiputado de Izquierda Unitaria europea Vincenzo Aita, ponente del informe que la Eurocámara discute para hacer frente a la situación. La sequía que ha golpeado al sur de Europa en los últimos 2 años se suma a los terribles incendios que asolaron en 2007 los bosques griegos, la degradación de los recursos hídricos descubierta en la Campania italiana este año y el cambio climático en general. “El riesgo es que se provoque una reducción de la capacidad productiva de las tierras de Europa”, insiste Aita. Ello en un momento de carestía en el que los productos europeos tendrían salida con creces en los mercados internacionales y a buen precio de venta.
Menos CO2 y más dinero
Aita propone equiparar las tierras agrícolas a los bosques en el plan de lucha contra el cambio climático
Por un lado Aita propone equiparar las tierras agrícolas a los bosques en el plan de lucha contra el cambio climático. “Las superficies de labranza absorben CO2 y los propietarios deberían poder tener un certificado de reducción de emisiones que les permitiera presentarse en los mercados internacionales de derechos de emisiones de CO2”, explica el diputado de izquierdas antes de concluir que esto les permitiría obtener más ayudas y medios para modernizar sistemas de regadío, protecciones contra incendios o defensas contra infiltraciones de acuíferos. Desde la Comisión Europea la idea, se asegura, resulta interesante y anuncia para principios de 2009 un libro blanco sobre propuestas de acción sobre el suelo agrícola y su uso.
En segundo lugar, Aita propone aumentar los recursos del presupuesto europeo para esta materia. Desde la bancada del Partido Popular Europeo, la española Esther Herranz ha ido más lejos proponiendo dedicar más Fondos Estructurales a los suelos agrícolas para financiar los sistemas avanzados de regadío. Precisamente, en Sevilla, estos fondos europeos pagarán 140 millones de Euros para la creación de balsas de agua en paralelo al río Guadalquivir que garanticen el abastecimiento de agua dulce para el arroz. Herranz ha instado también a que la gestión del agua no dependa de regiones políticas, sino de regiones naturales, es decir, que si una cuenca hidrográfica pertenece a varias regiones administrativas, ninguna de ellas se arrogue el derecho exclusivo de la gestión de sus aguas: una obsesión que trae de cabeza sobre todo a los políticos españoles.