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Europa y las autocracias árabes: Así es la trastienda mediterránea

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Política

Desde hace décadas, Europa apoya a regímenes opresivos como el de Ben Ali o Hosni Mubarak. Intereses comerciales y políticas migratorias justificaban los apretones de manos y las sonrisas oficiales, pero ¿y los derechos y libertades? Una ola popular acaba de llevarse por delante algunas tiranías. ¿Cambiará también la estrategia europea al sur del Mediterráneo?

Las relaciones entre la UE y sus vecinos del sur del mediterráneo, tal y como se entienden en el marco geopolítico actual, tienen su origen la Declaración de Barcelona, firmada en 1995 por la Unión Europea y los llamados doce 'terceros países mediterráneos (TPM)' (Argelia, Chipre, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Malta, Marruecos, Siria, Túnez, Turquía y la Autoridad Palestina). La idea era establecer una zona de paz, estabilidad y prosperidad en ambas orillas del mediterráneo mediante la firma de los denominados Acuerdos de Asociación, fundamentalmente comerciales y con un objetivo concreto: crear en 2018 una zona común de libre comercio.

Quizás tras ver que los vecinos del sur perdían interés en el proceso, la UE incluyó a estos países en la denominada Política de Vecindad, una segunda etapa a través de la cual se potenciaban las relaciones entre la UE y un grupo privilegiado de socios (los arriba mencionados, junto con Moldavia, Ucrania y Bielorrusia) que pasaban a una 'nueva velocidad' con vistas a mejorar la gobernabilidad, derechos y libertades. Finalmente, se añadió una tercera etapa: el Estatuto Avanzado, con el que se terminaba de crear una 'primera categoría' de socios con lazos aún más estrechos. A día de hoy sólo se ha otorgado dicho estatuto a Marruecos, aunque ya se ha decidido concedérselo a Túnez e Israel.

Dinero y personas

¿Cuál es la médula de estas tres etapas en las relaciones euro-mediterráneas? La creación de una zona de libre comercio en el Mediterráneo, con el fin de ampliar mercados favorables a las empresas europeas (recordemos las tres mil quinientas empresas italianas y francesas que en la época de Ben Ali operaban en Túnez) y, en segundo lugar, pero no menos importante, el mantenimiento de una zona de seguridad y de estabilidad mediterránea para garantizar un control de los flujos migratorios provenientes tanto de estos países como de los países sub-saharianos (no en vano la UE firmó numerosos acuerdos de inmigración basados en la seguridad y el control, en lugar de estudiar y solventar la raíz del problema: la pobreza extrema). Esta zona de seguridad implicaba también que la situación política interna de estos países fuera estable y que los movimientos islamistas fueran controlados por los regímenes en el poder.

Los países europeos sacaban grandes beneficios de sus tratos con las dictaduras árabes

En este contexto, los gobiernos autoritarios árabes eran el socio perfecto para los intereses europeos: regímenes que colaboraron en el establecimiento de una zona de libre comercio benévola con la UE (recordemos que la firma de los acuerdos de asociación no implicó ni el equilibrio de las balanzas comerciales, siempre favorables a la UE, ni siquiera el aumento de las exportaciones de los TPM hacia Europa); regímenes que aseguraron una estabilidad política en sus países a través de sistemas autocráticos y represores que se perpetuaban en el poder; regímenes que controlaron (y reprimieron en muchos casos) el Islam, llegando a utilizar la pertenencia a grupos islamistas como justificante del encarcelamiento de presos políticos que en muchos casos poco o nada tenían que ver con el islamismo y regímenes que regularon el flujo de inmigrantes al que tanto temía y sigue temiendo la opinión pública europea. En definitiva, la UE encontró en estos regímenes los interlocutores idóneos para llevar a cabo su agenda política, con el bajo coste de no hablar (o al menos, de no ejercer presión) sobre los asuntos que incomodaban a los autócratas: los derechos fundamentales y las libertades de sus ciudadanos.

Recelo popular hacia la Unión Europea

Sin embargo, los recientes eventos en Túnez y Egipto (el caso libio merece un tratamiento aparte) han cambiado el curso de los acontecimientos. Los regímenes apoyados tanto por la UE como por sus Estados miembros (el pueblo tunecino tiene grabado en su retina las visitas de Sarkozy o de Berlusconi al depuesto Ben Ali, así como sus felicitaciones a los progresos realizados en materia de derechos humanos) han caído. Las transiciones llevarán su tiempo, pero tanto el pueblo tunecino como el egipcio han iniciado el camino sin retorno hacia un sistema plural y participativo. Y, consecuentemente, el contexto geopolítico ha cambiado. Ahora la UE ensalza los principios y valores democráticos como prioridades de su agenda política. Así, Túnez y Egipto no cesan de recibir a representantes políticos de las instituciones y países europeos para transmitir a sus socios del sur su voluntad de cambio político.

Pero, pese a este discurso, esta nueva solidaridad despierta muchos recelos en el pueblo árabe. Digo en el pueblo, no en las instituciones, ya que las mismas están encantadas con los nuevos paquetes financieros que la UE ofrece como apoyo a las revoluciones y a las transiciones democráticas. Pero el pueblo siente que este apoyo no es del todo sincero, desinteresado y transparente. Observa atónito este cambio repentino de discurso y no quiere que los europeos se mezclen en sus asuntos, ahora que soplan vientos de libertad. A modo de ejemplo, las reticencias a solicitar misiones de observación electoral internacional (en el referéndum constitucional celebrado en Egipto no se solicitaron) resultan reveladoras. Los árabes, quieren liderar su propio proceso. Sin embargo, parece difícil que la UE deje que esto suceda, dados los intereses geopolíticos en juego. Y esos intereses no giran en torno a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Giran, sin duda alguna, en torno al comercio, a la seguridad y a la estabilidad.

Foto portada: (cc) driftwood/Flickr; foto texto: (cc) Olmovich/flickr; video: cortesía de Youtube