Europa: hormona de crecimiento para Portugal y España
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De entre las adhesiones que más reticencias suscitaron en su día, la de España y Portugal es la que más éxitos ha arrojado. No obstante, son países cuya modernización aún debe recorrer mucho camino.
Como pasa hoy con la integración de Turquía, muchos pensaban que Europa se llenaría de emigrantes españoles y portugueses tras la ampliación de la CEE en 1986 y que los productos agrícolas portugueses y españoles inundarían los mercados europeos, pero los emigrantes retornaron a sus países de origen y, hoy, estos dos países constituyen un mercado en el que las empresas comunitarias figuran entre las de mayor volumen de negocio
España, la confirmación de un buen modelo europeo
Sin ser quien más fondos europeos por habitante recibe, ha sido el que más avances ha cosechado. Poco antes de su adhesión, aún se debatía entre golpes de Estado y frágiles gobiernos: desde entonces, es uno de los países con gobiernos más estables de la Unión. El consenso entre partidos en política económica a la luz de las exigencias comunitarias ha dado buenos frutos. Tan es así, que España se permite hoy incluso tirarle de las orejas a Alemania o Francia cuando no cumplen los pactos de estabilidad sobre déficit público, tal y como hizo el ex presidente español José María Aznar hace un par de años.
Hace 20 años, la inflación española rondaba el 10% anual, mientras en los últimos años ha llegado a bajar hasta el 2%. La tasa de paro era entonces del 21,6%, siendo hoy de un 8,4%. El PIB español representaba en 1985 el 70,7% de la media comunitaria; hoy, casi el 100%. En 1985, España tenía 2.919 kilómetros de carreteras de gran capacidad; en 2004, 12.444 kilómetros. Gracias, también, a la solidaridad comunitaria, España –un país grande y poco poblado- pudo convertirse en 1992 en el tercer país del mundo en apostar por la alta velocidad ferroviaria, y hoy en día dispone de tres líneas en funcionamiento, 4 en construcción y otras tantas previstas en un futuro próximo.
Pero este Estado, que ha culminado con éxito las privatizaciones de los grandes monopolios públicos y la liberalización de sus sectores competitivos, se enfrenta hoy a un abismo lleno de nuevos retos cuyo incumplimiento echaría por tierra todo lo realizado. Pronto pasará a ser contribuyente neto de la UE, y sus socios se oponen a darle una prórroga de los fondos de cohesión. Debe reconvertir con urgencia sus estructuras productivas. Frente a esto, España sólo invierte en I+D la mitad que la media de la UE, siendo la participación privada en I+D del 48% (lejos del 66% del objetivo de Lisboa); se encuentra a la cola de Europa en comercio electrónico y sólo registra el 1% de las patentes europeas.
Portugal se desmaya después del esfuerzo
Para Portugal, estos 20 años también han supuesto su puesta de largo en el banquete de la modernidad, pero ciertos desequilibrios en su balanza exterior y en el endeudamiento del sector privado le han empujado en los últimos años a declararse en crisis en todos los sentidos. Junto a España, entró en la CEE dejando atrás una fase de decadencia que duraba ya siglos, y en cambio hoy, el Presidente de la Comisión europea es portugués. En estos años ha demostrado capacidad de embarcarse en eventos de proyección internacional, como la Exposición mundial de Lisboa poco después de la Exposición universal de Sevilla, o la Eurocopa de fútbol, como ya hiciera su vecino con las olimpiadas de Barcelona.
Aunque su tasa de paro (en una economía ya plenamente liberalizada) ha aumentado en los últimos años, ha sido históricamente muy baja (en torno al 5%) y siempre se ha movido por debajo de la media comunitaria. A finales de los ochenta, su PIB representaba alrededor del 60% de la media comunitaria, mientras que hoy asciende al 71%. En 2005 la inflación se situó en el 2,7%, frente al 18,7% de 1986. Gracias a los fondos europeos se han financiado multitud de infraestructuras, y su red de carreteras de gran capacidad es una de las más completas de Europa. Su sistema ferroviario sigue bastante anticuado, pero se prevén cuatro líneas de alta velocidad conectadas con España, si bien se acaba de anunciar el retraso de la construcción de la primera (Lisboa-Madrid). Y es que es precisamente en el campo de las infraestructuras y los servicios públicos –como el del control de incendios- en el que se critica su no del todo buen uso de los fondos europeos. Y muchos piensan que hace falta aún una revolución de las mentalidades en un país que comparte con España el dudoso honor de estar a la cabeza de Europa en abandono escolar, que aún seguirá recibiendo fondos europeos, en el que el aborto sigue muy penalizado y que no ha logrado romper su modelo de crecimiento basado en mano de obra barata y poco calificada.
La entrada de estos dos países sureños hace 20 años fue la consagración de un sistema de redistribución de la riqueza impulsado por la creación de los Fondos de Cohesión que el entonces Presidente de España –Felipe González-, tras convencer al Presidente de la Comisión, Jacques Delors, impuso como condición sine qua non para el apoyo al sistema de decisión por mayoría cualificada del Acta Única y a la futura Unión Monetaria por parte de los más desfavorecidos y los que menos ventajas tendrían a la hora de competir en un mercado común.
El Fondo de Cohesión financia desde 1994 -en países con menos del 90% del PIB medio comunitario- hasta el 85% de los gastos de grandes proyectos en el ámbito del medioambiente (como una planta desaladora en el desierto de Almería), la infraestructura (como el moderno auditorio de Oporto) y el transporte (como el Metro de Madrid).
El Fondo regional FEDER, financia desde de 1976 inversiones productivas, infraestructuras e iniciativas de desarrollo local en regiones que no superen el 75% del PIB medio comunitario y en regiones despobladas como las de Suecia o Finlandia.