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Europa del este: el final del espejismo

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Desde su adhesión en mayo de 2004, la nueva Europa flota en el desánimo. Entre el empuje de los partidos conservadores y la nostalgia comunista, ¿dónde fue a parar el sueño europeo?

“Son días de resaca”. Así define Jacques Rupnik -director de investigaciones en el Centro francés de Estudios sobre Relaciones Internacionales (CERI) y especialista en Europa central- los años postreros a la macroadhesión de 2004. Y es que dos años después, el coste del boom económico en el Este se ve empañado en la vertiente social: alquileres muy elevados, transportes caros, desmantelamiento del sistema público de salud, aumento del paro (20% en Polonia), precariedad, desigualdades, mercado negro…, el tránsito al liberalismo no se ha hecho sin platos rotos. Justificando así la mítica queja entre los perdedores del “antes se vivía mejor”. “¿Qué por qué echo de menos el comunismo? La educación era gratuita, el empleo estaba garantizado y los empleadores no nos trataban como a esclavos”, compara Urzula, una polaca de 50 años. “El fenómeno de la nostalgia está muy presente: casi el 20% de los checos aseguran querer votar al Partido Comunista”, subraya Rupnik. “Pero es un sentimiento restringido a los jubilados con pobres pensiones y a los sectores en reconversión como la industria minera, los más expuestos al choque de la transición”. El historiador polaco Marcin Kula también acaricia una cierta visión pesimista: “La gente está decepcionada con Europa y conserva una visión del pasado más positiva que en 1989.”

Eterna cabeza de turco

En el lado de los políticos, es también menester enfrentarse al problema del desencanto. “El euroescepticismo gana terreno entre las elites dirigentes”, apunta Georges Mink, director de investigaciones en el Centro nacional de Investigaciones Científicas de Francia (CNRS) y muy conocedor de la realidad en los países PECO. “Aunque por fin Europa se haya convertido en algo tangible para estos ciudadanos, puesto que han visto cómo desde Bruselas se ha echado un cable en materia de infraestructuras, redes de carreteras o subvenciones agrícolas, la UE es un tema que sigue estando manipulado por los políticos locales”. Una constatación confirmada por Rupnik, que sugiere que estamos en una fase de “descompresión: tras 10 años de esfuerzos para integrarse en la UE, se ha alcanzado el objetivo, y eso explica el desánimo e incluso el rechazo actual”.

Jean-Denis Mouton, director del Centro Universitario Europeo (CEU) de Nancy, describe esta desconfianza como un “período de realismo en relación con la UE que ha venido a remplazar el mito de la adhesión”. Él prefiere relativizar esta tendencia negativa: “una vez llegados al poder, los que se consideran euroescépticos atemperan mucho sus discursos cuando comprueban la interdependencia socioeconómica con Bruselas”. Además, la victoria del muy conservador Lech Kaczinski en Polonia o los buenos resultados cosechados por la derecha más dura del ODS en Chequia son hechos más bien atribuibles a factores internos, como la erosión de la credibilidad de los partidos tradicionales.

Tacañería y fontanería

Más allá de la insatisfacción política, la entrada de los países del este en la UE se produjo en un contexto desfavorable: si por un lado el proceso de ampliación “se ha desarrollado considerablemente bien, vista la amplitud del proyecto”, en palabras de Olli Rehn, comisario europeo de ampliación, por otro lado sobrevuelan aún dudas e incertidumbres sobre la construcción europea. El esfuerzo presupuestario de la adhesión no ha estado a la altura de las expectativas, quedándose muy por debajo del nivel de ayudas en tiempos de la integración de España y Portugal en 1986. Lo que recibe un campesino polaco es el 25% de lo que recibe un campesino francés. Sin embargo, Rupnik sostiene que “la aportación financiera consentida no debe subestimarse a la vista de los recursos de estos 10 nuevos miembros, que sólo representan el 5% del Producto Nacional Bruto (PNB) de la UE”.

Dicho esto, los recientes debates en torno al presupuesto comunitario del septenio 2007-2013 acreditan la idea de “que el gran impulso de generosidad de los Estados miembro no ha tenido lugar y que los ciudadanos del este sieguen siendo considerados de segunda clase”. La polémica en Francia sobre la invasión de los “fontaneros polacos” ha acentuado gravemente este sentimiento de rechazo. Hoy, es el tema de las restricciones a la libertad de circulación de mano de obra el que cristaliza las inquietudes. “La libertad de circulación es el primer símbolo del post-comunismo. ¿Por qué tanto ostracismo?”, inquiere Rupnik. “Los capitales circulan, los supermercados occidentales saturan el paisaje de las ciudades y los suburbios del Este, mientras sus habitantes siguen siendo víctimas de medidas discriminatorias.” Una cosa es cierta: a siete meses para la entrada de Bulgaria y de Rumania en la UE, este clima de desencanto no favorece el impulso constructivo en Europa.

Translated from A l’Est, la fin du mirage