Esta noche en Fara’a - Franck Saurel
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La noche cae en Fara’a. Las estrellas brillan en un cielo negro y profundo. El viento fresco se cuela por la ventana de la sala donde mis compañeros duermen. Sobre el techo a cielo abierto algunos scouts palestinos velan la noche.
Escucho sus conversaciones, sus estallidos de risa y sus silencios, un bip constante producido por un walkie talkie viene a puntuar su conversación, pegándoselo al oído preguntan y esperan respuesta. Vigilan, los ojos concentrados escrutando el paisaje de noche, paran el oído al menor de los ruidos. Esta noche Himad esperaba el ejército israelí.
Dos jeeps han atravesado el campo esta noche. Me hace escuchar el ruido particular del motor y los perros que ladran a los alrededores. Los walkie talkies no parar de sonar y escupir mensajes y después nada… un gran silencio. Este silencio ha provocado una larga línea de sudor frío. Todas las historias, los encuentros y los horrores de esta situación que ya hace demasiado tiempo que duran me invaden. Leo la ansiedad y el miedo en la cara de Himad… Pero estos sentimientos desaparecen como un relámpago con el estallido de una sonrisa cuando me ofrece un cigarrillo y me dice “shouf Franck” y continúa hablándome de su vida y sus viajes. Cómo vivir si no bajo una presión geográfica, política y social y como esta… hay que vivir el momento.
La noche cae sobre Fara’a y el cielo permanece tan claro como en las noches pasadas. Siempre me han gustado los cielos cargados de estrellas. Me hacen pensar siempre en las historias del hombre y hace de testimonio de su presencia mucho antes que yo, que tú, que ellos. Los palestinos, los griegos y los romanos, los otomanos también, la estrella del pastor, Mohammed que llega al cielo gracias a su cavallo fantástico desde la piedra sagrada “Al Aqsa”, el éxodo del pueblo judío. La Historia y las historias… Himad también observa el cielo y susurra “beautiful” besándose las manos. La luna propaga una luz pálida que difumina los contornos de las colinas. Todo permanece en calma, la mezquita, el pueblo, el campo, los colonos, el ejército… una pausa. Aprovecho para rectificar mis anotaciones. El pueblo de Fara’a cuenta con 2000 personas y el campo de refugiados de Fara’a con 7500, la mayor parte provenientes de Haifa, ciudad hoy israelí situada al norte, a la costa. Fara’a, un lugar un lugar en el mundo donde los refugiados son más numerosos que la población local. Los refugiados no son de aquí y allí no pueden volver. La ONU ha alquilado los territorios en los cuáles se han construidos sus casas por una duración de 99 años desde 1948… que pasará en 2047? Ya estamos en el año 2007, viven aquí desde hace 60 años y no poseen nada. Además, si se absentan de su casa, cualquiera puede ir e instalarse en su lugar, sufren el riesgo de ser expulsados de nuevo… las casas jamás están vacías. Haifa es una ciudad costera, una vida de pescadores, agricultores, una vida al ritmo de las estaciones y de las mareas que los abuelos todavía recuerdan. Hace tres generaciones que transmiten su historia, de donde vienen, la calidad de vida allí, la tierra que poseían y el trabajo que hacían. Un pueblo de pescadores, el mar… los hombres y niños nacidos en Fara’a desde el exilio no saben nadar… Me vienen en la memoria las caras de los niños que participaban en la celebración de final del campo scout en Fara’a. Abu Djamil, el director del campo me pide que presente la capoeira en improvisación para la fiesta.
Dirigiéndome a esta masa de abuelos, padres y de niños para contarles la historia de la capoeira, arte de resistencia y lucha ante la opresión, todavía siento el pequeño reptil de veneno agrio que introduce en los pensamientos en mi corazón. Mi impotencia y mi inmovilismo ante esta situación… luchar con mis armas para defender unos valores… a veces este animal consigue hacerme perder la esperanza. Los niños scourts bailan dable, cantan canciones revolucionarias y llevan la kufiya… tienen entre 8 y 12 años. No olvides. Quien eres, de donde vienes, que te han hecho… No lo olvides nunca… pero a que precio. He sentido una tristeza inmensa viendo estas danzas, estos cantos y los ánimos dados por los adultos que les pedían siempre más voz, más fuerza, más corazón, más de prisa, más juntos, más…, más…, más… Tengo la amarga sensación de que estos niños han nacido resistentes des de antes de ser infantes… lo entiendo… ¿pero tengo que aceptarlo? … todo es tan complicado, doloroso y a su vez vital para este pueblo. Este pueblo es tan bello cuando quiere, un amor profundo, sincero, exclusivo, acaparador en esta espiral ciega de violencia, los golpes a las espaldas de los hombres y los besos de los más jóvenes, los niños que me cogen de la mano y se lanzan a la calle para imitar mis movimientos, las madres que me sonríen, esta ternura, esta amistad, este amor… es esta esperanza y coraje los que me dan coraje a mi.
Bajo este cielo estrellado, en este rincón olvidado del mundo, en esta vida palestina que desconocéis, en mi impotencia y en nuestro silencio, el estado de Israel coloniza un territorio. Es un hecho innegable e indiscutible. Amplían sus colonias y construyen carreteras que las unes, para ocupar el máximo de tierra y lo más eficazmente posible. Controlan el flujo de población palestina que va de una ciudad a otra implantando check points militares y/o policiales. Controlan el comienzo y se embolsan las tasas de los comerciantes palestinos. No olvidéis que Palestina no existe y que, por tanto, es Israel quien controla los flujos monetarios y quien recibe por medio de las tasas 600 000 000 de dólares que del “no existe” llegan a las cajas de Israel. Esto conlleva un grave deterioramiento del sistema educativo y cultural. Teatros, escuelas, asociaciones y hospitales no pueden ser financiados por el Estado. Los fondos monetarios internacionales vienen a financiar la mayor parte de las infraestructuras necesarias para la vida cotidiana de la población hay una prisión israelí en Fara’a transformada desde 1996 en un centro de juventud y deporte. Hace sólo diez años esta prisión estaba todavía en funcionamiento bajo control del ejército israelí… y los hechos que se cometieron allí violan las reglas más elementales de los derechos humanos. Los interrogatorios, la tortura y la muerte. Los prisioneros no eran necesariamente asesinos, havia poetas, artistas, militantes, sencillos campesinos y… el padre de Mustafa…. Y Abu Djamil… para penas de algunas semanas o de muchos años. Muchas de estas personas todavía viven y tiemblo de pensar que todas estas injusticias y violaciones han podido suceder sin que yo supiera nada en mi país. Siempre he oído hablar de “terroristas” asociados con la palabra “mártir”, un tópico recurrente debido a una pérfida manipulación que excusa los actos más abominables, los ejemplos son demasiado numerosos. Pero reconozco en esta historia un campo semántico espantoso, una estrategia rodada y demostrada desde hace siglos. Las palabras y las bases de la colonización. Algeria, el Tíbet, África, los Estados Unidos, la América del sur. Me esfuerzo para mirar tras los muros de las violencias inmediatas, las injusticias que me indignan y los discursos políticos que provocan reacciones que pueden cegarme cada instante. Una revelación fría, una constatación clara e innegable se impone a mis ojos, el estado sionista de Israel coloniza Cisjordania y yo no lo sabía. Este silencio del mundo libre afecta los palestinos y en silencio, en el sentimiento de injusticia que llama a cada corazón, la supremacía de un pueblo sobre otro sólo puede engendrar violencia y destrucción. Legitimidad del estado de Israel… Legitimidad del estado de Palestina… legitimidad del derecho al retorno de todos los refugiados palestinos que están diseminados por Cisjordania, Gaza, pero también el Líbano, Jordania, y el resto del mundo árabe. La noche está avanzada en el campo de Fara’a y me invade el cansancio. Las estrellas siguen allí y la luna viene a coronar ella cima de una colina, el canto de las cigalas me acuna y la música de agotamiento en el campo viene a unirse a este espectáculo. Vivir… hoy… un poco menos que mañana.
Franck Saurel (ùmido)
Traducido del francés por: Marta Muixí