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Esperando a Mr. Turner

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Cultura

Mr. Turner (2014) es el perfecto homenaje a la obra del pintor británico. Esto resulta su mayor virtud y su peor defecto, pues sacrifica lo cinematográfico en pos de lo pictórico. Además de por su cuidada estética, la película destaca por la actuación de Timothy Spall, galardonado con la palma de oro al mejor actor en Cannes

Turner es considerado por muchos como el más grande entre los pintores británicos. Sin duda su obra merece un notable interés, y su nombre ya posee un lugar en la lista de los grandes en la historia del arte en general. Su experimentación con la luz y el color le sitúa como vanguardista de los impresionistas franceses, y por tanto, padre, en cierta forma, de esa serie de movimientos que va a hacer evolucionar el arte a una velocidad nunca hasta entonces vista. En definitiva, uno de los ancestros de la modernidad.

En los últimos años se han podido ver en las carteleras varios biopics sobre pintores, siempre con un éxito moderado y una recepción tímida en el mejor de los casos. Existe un interés por la vida de estos artistas, pero escribir y mostrar la supuesta vida de esos personajes históricos siempre trae consigo cierta controversia. Permítanme una breve selección: La joven de la perla (2003) es una película basada en la novela de Tracy Chevalier, donde se imaginaba muy libremente la creación del famoso cuadro de Vermeer bajo un prisma muy romántico. Colin Firth y Scarlett Johansson hicieron de protagonistas en una cinta con una maravillosa estética que recuerda los cuadros del holandés, pero que padece de una trama aburrida y unos personajes básicos. Por su parte, Modigliani (2004) tenía a Andy García en el papel del pintor, y sí, su actuación era reseñable, pero tristemente eso fue lo único bueno de la cinta. En esa ocasión la desgracia casi épica de una vida sin suerte pretendía despertar en el espectador un sentimiento que nunca llegó. Para resarcirnos apareció Séraphine (2008), con mucho la mejor de las aquí citadas, una delicada y magnífica cinta protagonizada por Yolande Moreau en el papel de la pintora naif. Nada de tramas enrevesadas, ni grandes estrellas para atraer al público. Posiblemente pasó desapercibida en otros países, pero esta joya arrasó en los César de Francia.

Por último tenemos Renoir (2012) que procura un retrato muy amable del viejo rey de los impresionistas, aquí en la piel de Michel Bouquet. De nuevo el amor sirve como excusa para hablar del pintor y del arte mientras su hijo, el cineasta Jean Renoir, se enamora. Una película al uso sin nada especial. Por supuesto esta genealogía no es gratuita, pues Mike Leigh (Broughton, 1943) tenía la ambición de producir una cinta diferente a todas las citadas, una que diera verdadera muestra del arte de J. M. William Turner, sin entrar en ficciones escabrosas ni magnificando los mejores momentos de la vida del pintor. Sin duda con Mr. Turner (2014) ha conseguido su objetivo, pero la realidad no es tan benévola con el resultado.

Un falso biopic

Lo primero a destacar por encima de todo lo demás es la actuación de Timothy Spall (Battersea, 1957), quien se llevó la palma de oro en Cannes por ella. Con todo, su interpretación es muy particular, ya nos hizo sospechar en el trailer de la película, porque este actor de físico tan reconocible hablar habla poco, y su Turner prefiere expresarse mediante gruñidos. Sí, Spall se adentra en las vísceras de un pintor a quien Leigh quiere mostrar como humano, pero que termina siendo demasiado humano. Spall crea un personaje único, conmovedor por su aparente sencillez, por su modestia y lo comedido de su comportamiento. Pero al contrario que hacía la película Modigliani con Andy Garcia, Mr. Turner no tiene un guión en el que los matices de Spall puedan ser bien apreciados, se ha de tener una sensibilidad muy afinada o ser increíblemente indulgente para no tomarse a broma este pintor sin aparente finura. A eso juega Leigh, a mostrarnos el artista tosco capaz de lo delicado, un recordatorio para animar al público a no dejarse llevar por las apariencias.

Curiosamente es la estética de la cinta lo que coprotagoniza con Spall este singular biopic, las escenas se alargan hasta lo innecesario con la idea de crear una atmósfera similar a los cuadros del inglés. Es decir, Leigh y su director de fotografía Dick Pope (Bromley, 1947), juegan a ser Turner o hacer una película “a lo Turner.” Parece que la lógica de un homenaje al autor les invitaba a filmar como él pintaba. Y sí, se consiguen escenas de gran belleza, la estética está tan cuidada como en La joven de la perla, pero el excesivo cuidado en estas escenas alargan la película hasta sus innecesarios 150 minutos, destrozando el ritmo de la historia. Bueno, “destrozar” no es el término más adecuado, pues el ritmo es el gran ausente de la película. Sencillamente no hay una historia detrás para sustentar la estupenda actuación de Spall y la belleza conseguida por Pope. Un espectador de Mr. Turner desconocedor de la vida del pintor llegará naturalmente a la conclusión de que el pobre sencillamente tuvo una vida tranquila.

Se inicia la película y Turner llega de un viaje, no nos dan detalles porque eso sería salirse de la intencionada sencillez de la película. Se nos muestra al pintor como una especie de buenazo con sentimientos simples: quiere mucho a su padre, aguanta sin rechistar la histeria de su no-mujer, es buen amigo de sus amigos aunque estos no lo merezcan, etc. Además pinta, prefiere pasar desapercibido por su fama y es humilde hasta el silencio. Resulta arduo explicar el argumento de una película sin argumento, se nos relatan escenas cotidianas de su larga vida (murió a los setenta y seis años) evitando los grandes momentos, exactamente lo contrario que haría cualquier película biográfica.

No hay nada sobre la infancia del pintor, apenas un par de frases sin carga emocional. Sin embargo, su madre tuvo graves problemas mentales y fue recluida en un sanatorio, obligando al joven Turner a dejar a sus padres para vivir con su tío en Brentford. Nada sobre su tempranísimo interés por la pintura o su prematura entrada en la Royal Academy of Art, tampoco sobre su éxito, su no-matrimonio, sus hijas o su viaje alrededor de Europa. Ese grand tour que podría hacer las delicias de cualquier director de cine al trasladar a su personaje a varios y magníficos escenarios, es aquí completamente ignorado. ¿Qué ocurre con la famosa rivalidad con John Constable? ¿Dónde está plasmada la ideología del pintor? ¿En sus gruñidos? Ni siquiera su amor por la pintura, que parece ser la inspiración de la película, se nos muestra. Sí, el Turner de Spall pinta, pero demuestra más curiosidad que verdadera pasión por su obra. La película tiene la virtud de evitar el tópico sobre la trascendencia del arte, que acerca un artista a la gloria mediante la creación, pero lo hace a costa de la "magia" de dicha creación. El pintor conocía bien las bondades de observar atentamente antes de plasmar nada, y su percepción del espacio, la perspectiva, pero sobre todo el color y la luz le hicieron un pintor de talento incuestionable. Sí, existía curiosidad y experimentación por su parte, pero también un encendido entusiasmo por todo el proceso. Mr. Turner sí recupera todos los elementos citados, pero son tan sutiles que exigen el conocimiento previo la biografía del autor. Finalmente resulta una película confusa, específicamente creada para los amantes de Turner.

El problema de la cinta simplemente se encuentra en la perspectiva de su director. Como decíamos en el inicio de este artículo, Leigh quería crear el perfecto homenaje a Turner y lo consigue, pero por el camino sacrifica la forma cinematográfica, sin llegar tampoco a algo poético. La película es otra cosa, si bien sería difícil definir qué exactamente. Esto no impide la existencia de muy buenos elementos en Mr. Turner, resulta interesante y Leigh, Pope, y Spall consiguen que sea tan delicioso como estar ante un cuadro del pintor de la luz, pero el público objetivo no es el de la sala de un cine, sino el de un museo. Como las largas exposiciones de arte, tras las dos horas y media uno se levanta con una fuerte impresión de belleza acompañada por el cansancio e incluso aburrimiento de lo excesivo. Finalmente, como en Esperando a Godot, la obra teatral de Samuel Beckett (Dublín, 1906) el espectador se pasará las horas queriendo saber quién es el dichoso individuo cuyo nombre está en el título. En Mr. Turner tampoco hay una respuesta, pues resulta un falso biopic, su protagonista no es el pintor, sino la luz de su obra.